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Los delitos sexuales

Todos los adjetivos se quedan cortos, pues ese tipo de actos no encuentra palabras para calificarlo.

Tengo la impresión de que esta vez lo que viene ocurriendo entre nosotros en relación con los delitos sexuales ha sacudido de verdad a la sociedad –en buena hora–, si es que los medios de comunicación pueden considerarse sus voceros. Muchos son los calificativos utilizados por los comentaristas de prensa para describir y rechazar tan abominables procederes –especialmente la violación seguida de asesinato–, más aún siendo los niños las víctimas.
Creo que todos los adjetivos se quedan cortos, pues ese tipo de actos no encuentra palabras para calificarlo. En la escala de gravedad debería encabezar la lista de delitos que contempla el Código Penal, y la sanción correspondiente debería ser asimismo la más severa.
La sexualidad –entendida como todo aquello que hace relación al sexo–, en particular el acto sexual o cópula, ha sido y seguirá siendo causa de conflictos sociales cuando se ejerce fuera del marco de las sanas costumbres, entendiendo como tales aquellas que se ajustan a las normas establecidas por la misma sociedad (“moral objetiva”), llámense familia, justicia, educación, salud pública, Iglesia, etc. Es difícil imaginar una sociedad en la que la sexualidad careciera de frenos, de controles que evitaran su extravío, su libertinaje.
Para entender el acto sexual como problema hay que tener en cuenta que se trata de un instinto natural inducido o provocado por múltiples causas que excitan los sentidos (visión, tacto, olfato, gusto). Existen individuos hipersexuales que hacen abstracción de la moral objetiva y fácilmente dan rienda a su instinto sexual. Esta falta de control, observable particularmente en sujetos depravados, lleva a que busquen como objeto de su deseo a personas sumisas, como son los niños.
Como hoy día es posible tener a mano medios que estimulan el erotismo (internet, revistas, tiendas de artículos sexuales, películas) y satisfacen la curiosidad morbosa, el instinto sexual se encuentra bien alimentado. Quizás lo anterior explique por qué el desmadre sexual ha llegado al límite del escándalo, lo que no ocurría décadas atrás.
El destape de la sexualidad en todos los países de la esfera democrática es una realidad, manejándose en algunos con restricciones por temor a la censura social de sectores tradicionales. Por ejemplo, los programadores de televisión colombianos son cautelosos al advertir que el espacio que se va a presentar no contiene escenas de sexo ni violencia y, por lo tanto, puede ser visto por toda la familia. Recuerdo que la revista ‘Semana’ –hace unos cuatro años– hizo una encuesta que permitió deducir que Colombia aún puede calificarse como un país conservador y machista en materia sexual, pese a la liberalidad con que el tema se maneja en algunos sectores.
Igualmente se concluyó que la educación sexual se encara “como una papa caliente”; es decir, nadie acepta responsabilizarse de impartirla. A propósito, no creo que el asunto que vengo comentando tenga como causa la falta de educación sexual. Los mayores escándalos de abuso y violencia sexuales han tenido como protagonistas principales a personas consideradas como cultas en el medio social, o sea, bien educadas. Díganlo, si no, lo denunciado en el ámbito clerical y en muchos centros educativos.
Tienen razón quienes claman por que estos crímenes tengan un castigo ejemplar, es decir, que quienes los cometan sientan muy hondo el peso de la justicia. En lugares bien visibles, a lo largo y ancho del país, con fines disuasivos, las autoridades respectivas deberían fijar carteles de exhibición permanente dando a conocer las duras sanciones a que se exponen los delincuentes sexuales. Es posible que teniendo a la vista lo que seguramente le ocurriría, en caso de cometer una fechoría sexual, el violador en potencia se abstenga de hacerla.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES
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