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Estos aguaceros

De Álvaro Mutis aprendí que en la lluvia puedo encontrar la belleza y la poesía.

Fernando Quiroz
“Ahora, de repente, en mitad de la noche / ha regresado la lluvia sobre los cafetales / y entre el vocerío vegetal de las aguas / me llega la intacta materia de otros días / salvada del ajeno trabajo de los años”.
Atrapado en casa, uno de estos días en los que aparece primero la lluvia que la tímida luz de un sol que intenta abrirse paso entre los densos nubarrones, extrañé las montañas que saludo cada mañana. Un velo que era por momentos gris, por momentos blanco, las había ocultado: ¡como si fueran poca cosa estos cerros orientales que le dan a Bogotá tres cuartas partes de su encanto!
Llovía sin descanso. Llovía desde antes de que hubiera soñado con un cielo azul que no es el cielo de noviembre. Llovía desde cuando tuve que resignarme a aplazar la cita –que es más ritual que costumbre– de repasar ‘El padrino’: porque más fuerte que las balas sonaba la lluvia que golpeaba mi ventana.
Seguía lloviendo cuando me levanté, cuando extrañé las montañas, cuando maldije como un tonto que lloviera, cuando me arrepentí de haber lamentado esa misma lluvia que unos meses atrás había extrañado, había invocado, había deseado que cayera con toda la fuerza, que se colara entre las grietas de esa tierra que se había cuarteado de tanto anhelarla en vano, que les diera de beber a las raíces de las plantas que habían sobrevivido, que alborotara el verde de esos campos que se habían teñido de ocre.
Seguía lloviendo y recordé la fascinación de Álvaro Mutis con la lluvia. Recordé cómo celebraba su presencia en esas temporadas que marcaron su vida y su literatura, cuando se dedicaba a leer tirado en una hamaca mientras caía la lluvia sobre los tejados de zinc. Recordé ese poema que se llama ‘Exilio’, en el cual le basta la lluvia para recuperar la memoria: “... y olvido así quién soy, de dónde vengo, / hasta cuando una noche / comienza el golpeteo de la lluvia...”.
Y recordé ese ‘Nocturno’ suyo que es, sin duda, uno de los más bellos poemas de la literatura colombiana, cuyos últimos versos encabezan esta columna. Y agradecí estos aguaceros de noviembre, que no dan tregua, y de la mano de Mutis aprendí que, más allá de los lamentos y de las diatribas, en la lluvia puedo encontrar la belleza y la poesía, aunque oculte por momentos esos cerros que tanto quiero: y que quizás también sea hermoso ver a veces desde el extrañamiento.
FERNANDO QUIROZ
Fernando Quiroz
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