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¿Una interrupción justificada?

Los índices de represión hoy existentes en Rusia aún siguen siendo preocupantemente altos.

Fernando Posada
No todo puede ser una fiesta cuando existe un contexto de represión por parte de un gobierno. De aquella premisa partía el argumento de algunos de los integrantes del grupo de performance-protesta ruso Pussy Riot, que invadieron el campo de juego en plena final del Mundial de Rusia. Un plan arriesgado, cuando menos, teniendo en cuenta el inminente castigo que recibirían por parte del gobierno ruso, conocido por sus excesos en el uso de la fuerza.
Lentamente se ha conocido el significado y el simbolismo detrás de la protesta relámpago, que inicialmente parecía ser el intento de un grupo de desadaptados por conseguir atención y diversión, indignando a millones de espectadores en medio de un momento tan esperado en el mundo del deporte. Horas después del incidente que condujo a las capturas de los cuatro activistas involucrados, el grupo Pussy Riot (que, por cierto, se presentará en pocas semanas en el festival de Rock al Parque en Bogotá) confirmó ser autor de las acciones y publicó a través de Twitter un pliego de argumentos en defensa de lo ocurrido.
Disfrazados de policías, los integrantes de Pussy Riot buscaban hacer un performance basado en la figura de los policías del cielo, planteada por el poeta ruso Dmitri Prigov como la forma de autoridad más deseable, encargada de proteger el bien común y las libertades, denunciando las injusticias invisibles para los aficionados que habían viajado a Rusia. Sabían que en cuestión de segundos serían atrapados y arrastrados a lo largo del campo de fútbol por policías, quienes pasarían a interpretar involuntariamente el rol antagónico: el de los policías terrenales, según Prigov, protagonistas de los excesos y el maltrato. En su pliego de demandas pedían al gobierno ruso la liberación de todos los prisioneros políticos y el fin de las detenciones por cuenta de la actividad en redes sociales.

Muchos amantes del fútbol con poca frecuencia pensamos en la vida cotidiana de los ciudadanos de los países sedes de la competencia.

A primera vista, cualquier espectador pensaría que existen otros espacios, sin duda más adecuados, para llevar a cabo una protesta. Pero ¿realmente cuentan los ciudadanos rusos con las garantías para manifestarse de manera libre y sin que ello represente riesgos? Si bien los índices de represión hoy existentes en Rusia son mucho menores a comparación de los años de terror en la Unión Soviética, aún siguen siendo preocupantemente altos.
En 2017 la ONG Human Rights Watch denunció un inusual aumento en las detenciones contra participantes de protestas, enfrentando arrestos de diez a quince días, en medio de condiciones indignas e incluso, en algunos casos, siendo víctimas de tortura. Al mismo tiempo, una lista oficial de ‘indeseables’ incluye organizaciones tan diversas que abarcan desde ONGs hasta religiones como los Testigos de Jehová, representando un obstáculo real para la libertad de asociación. Así mismo, Human Rights Watch ha denunciado la represión constante por parte de las fuerzas armadas y algunas instituciones estatales contra la población LGBT, incluyendo persecuciones, torturas, e incluso una ley que prohíbe y castiga la ‘propaganda gay’.
Lo cierto es que la invasión de la cancha por parte de los integrantes de Pussy Riot, a pesar del merecido debate sobre si debe rechazarse el uso de contextos deportivos con esos fines, fue el único medio de protesta que recordó a los espectadores y medios de comunicación de todo el mundo un capítulo menos conocido de injusticias y excesos de fuerza en el interior de Rusia, un país que ha permanecido en boca del planeta entero durante los más recientes meses por cuenta del mundial. También constituyó un momento de necesaria reflexión para muchos amantes del fútbol, que con poca frecuencia pensamos en la vida cotidiana de los ciudadanos de los países sedes de la competencia.
Y de paso devolvió a la memoria otros episodios de inaceptable incongruencia entre celebración y sufrimiento, como el que relataron los pocos sobrevivientes de las detenciones ilegales en Argentina, en pleno Mundial del 78. A escasos cientos de metros del Estadio Monumental, desde las infernales instalaciones del centro de detenciones ilegales de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), cientos de jóvenes condenados a la desaparición forzada escuchaban la celebración por el triunfo de su selección en el mundial. Y al mismo tiempo, el aturdidor silencio de los miles de turistas que viajaban a ver el espectáculo sin preocuparse demasiado por la suerte de las víctimas de la represión.
FERNANDO POSADA
Fernando Posada
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