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Hobsbawm y la revolución colombiana que no fue

Sin Gaitán, la revolución iniciada quedó acéfala, condenando al país a una “anarquía desorganizada”.

Fernando Posada
Uno de los capítulos menos conocidos de la obra de Eric Hobsbawm, considerado por algunos como el más influyente historiador del siglo XX, son sus numerosos artículos sobre las causas y las consecuencias de la pobreza y la violencia en Latinoamérica. Colombia fue uno de los países latinoamericanos que más llamaron la atención de Hobsbawm, venerado en las facultades de ciencias sociales de todo el mundo por sus estudios sobre la modernidad y sus fracasos, en los cuales les dedica varios artículos a los conflictos del país.
Fallecido a los 95 años en 2012, Hobsbawm fue testigo de gran parte del siglo XX y entendió como pocos las causas que habían conducido a las más atroces guerras en una época que parecía iniciar como un triunfo del humanismo y de las ciencias, pero que terminó conduciendo a horrores antes desconocidos: la bomba atómica, las guerras mundiales y los campos de muerte de los nazis.
Desde joven, Hobsbawm confió en la lectura marxista de la historia como una serie de ciclos determinados, en buena parte, por las relaciones de producción. Pero al mismo tiempo fue uno de los mayores críticos de los intentos por poner en práctica el comunismo marxista, al reconocer los logros históricos de revoluciones como las de Rusia y Cuba, y desconfiar de los excesos de líderes como Castro, Guevara y Stalin.
Lo que pocos saben es que desde comienzos de la década de los sesenta, Hobsbawm visitó todos los países de América Latina, con la excepción de Guyana y Venezuela, atraído por los conflictos y las condiciones que, según planteó, hacían de la región “la más revolucionaria del mundo”. Observó con especial atención los casos de Brasil, Perú y Colombia, además del destino predilecto de todos los intelectuales de su momento: Cuba. En su artículo ‘Elementos feudales en el desarrollo de América Latina’ (1976) afirmó que aunque el capitalismo mundial requería imprescindiblemente las materias primas de la región, la pobreza y el atraso eran de tal dimensión que muchas economías agrarias locales no conocieron el capitalismo hasta mediados del siglo XX.
Para Hobsbawm, en casos como el de Colombia, la evidente desigualdad de la economía neofeudal convertía a los campesinos en potenciales revolucionarios y reformistas. Con un toque de escepticismo comentaba que las muy esperadas revoluciones latinoamericanas, a partir del caso cubano, llenaban de esperanza a los intelectuales, para luego decepcionarlos, bien fuese por su ausencia o por sus fracasos y excesos.
Hobsbawm llegó a afirmar que Colombia era una de las naciones latinoamericanas con mayores manifestaciones revolucionarias, aunque precisó que no todos los nacientes movimientos guerrilleros y bandoleros eran revolucionarios, tratándose en muchos casos de grupos reformistas o antireformistas. De hecho, a diferencia de muchos otros historiadores, Hobsbawm estaba convencido de que en Colombia tuvo lugar un proceso revolucionario de masas que se venía incubando desde comienzos del siglo XX, comparable solamente con los casos de México y Cuba. A lo largo de sus escritos sobre Colombia, Hobsbawm anotó lo que bien representa una paradoja sobre aquella revolución inconclusa: no fueron las guerrillas ni los grupos bandoleros los que la convocaron, sino la figura caudillista de Gaitán, quien representaba un movimiento revolucionario apoyado por las masas.
Con el asesinato del líder liberal en 1948, la revolución iniciada quedó acéfala, condenando al país a una “anarquía desorganizada”, según Hobsbawm. Y, a la postre, no solo la revolución no tuvo lugar; también los partidos tradicionales demostraron su incapacidad y desinterés por volver a “despertar a las masas” que décadas atrás habían sido convocadas por Gaitán.
Coincidiendo con una de las tesis de Fals Borda sobre La Violencia, Hobsbawm argumentó que las miles de muertes absurdas e incalculables fueron la consecuencia de la frustración de la revolución social que ya se había iniciado. En un artículo de 1963 sobre ese mismo tema, alcanzó una desgarradora conclusión que solo un observador lejano de las pasiones políticas del interior del país sería capaz de describir: “Los ejércitos de la muerte, los desarraigados, los mutilados físicos y mentales, son el precio que pagó Colombia por la revolución fracasada”.
Fascinado y desconcertado por el dinamismo de los discursos de los líderes políticos en Colombia y América Latina, y de la inestabilidad de las instituciones democráticas liberales, Hobsbawm señaló otra curiosidad del continente: en las circunstancias de la región, “una derecha cuasifascista puede fácilmente convertirse en una fuerza potencialmente revolucionaria”. Un ambiguo rasgo que, aún hoy, los proyectos políticos caudillistas latinoamericanos mantienen a su favor.
FERNANDO POSADA
Fernando Posada
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