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Un alcalde sintético

Cuando la desigualdad no sea nuestra peor lacra urbana, las canchas sintéticas podrían tener sentido

No comparto las críticas sospechosas que le formulan al alcalde mayor de Bogotá, Enrique Peñalosa, personajes como el concejal Juan Carlos Flórez. Sabemos que Flórez ha sido siempre llave secreta del señor Peñalosa. ¿Qué le critica Flórez al alcalde? Que la administración Peñalosa falló en las grandes obras. No hizo –señala Flórez– el metro elevado, no hizo la troncal de TM por la avenida séptima, ni el sendero de las mariposas en los cerros orientales. Esta crítica aparente a la incapacidad del alcalde no está enderezada a criticarlo a fondo, sino a ponerles piso a las intenciones del alcalde (anunciadas por el mismo) de dejar amarrados, cuando menos, los contratos de la troncal y del elevado, dos obras inviables por donde se las quiera mirar, que, si se contrataran este año, meterían a Bogotá, es decir, a cada uno de sus ciudadanos contribuyentes, en un problema financiero insoluble que conduciría sin remedio a la quiebra de la ciudad.
Críticas como las de Flórez le servirán al señor alcalde mayor para decir “Me atacan porque no hice las megaobras, ahí les quedan contratadas, yo cumplo con eso, y que vean a ver qué hacen los alcaldes siguientes”.
No, al alcalde Peñalosa no hay que criticarlo por haber incumplido con lo imposible, sino más bien agradecérselo y felicitarlo por ello sinceramente. La ciudad se salvó de dos megaadefesios que la habrían dejado parapléjica.

¿Construir esas canchas en parques del norte, como el parque del Japón, constituye un acto de inclusión social y de integración de los pobres al bienestar de que disfrutan los ricos?

En cambio, se le debe criticar al alcalde, y sus admiradores se lo hemos criticado todo el tiempo, que haya fallado en lo que era posible, saboteando el metro subterráneo, ya listo para licitarse al finalizar la administración Petro, y del que el mismo Peñalosa estaría inaugurando ahora la primera línea (como inauguró la del metrocable de Ciudad Bolívar), de no haber procedido con tanta mezquindad y torpeza.
Hay que censurarle también que, con la complicidad de Juan Carlos Flórez, hubiera echado atrás la línea del tranvía por la séptima y el cablemetro de San Cristóbal; y la intervención desastrosa en la séptima peatonal, la falla protuberante en la recolección de basuras (talegas plásticas con desperdicios se acumulan como adorno, muy original, en esquinas por la ciudad), la malla vial sigue deteriorada en un sesenta por ciento, y la cacareada renovación del sistema de semáforos no pasó del cacareo.
La tala de árboles no es el menor de los motivos para criticar al señor alcalde. Ya lo dijo en una entrevista para El Espectador el director del Real Jardín Botánico de Londres, Richard Deverell: “En las ciudades se deben sembrar árboles, no talarlos”. El doctor Deverell es un sabio botánico, graduado en ciencias biológicas en Cambridge University; pero quizá el señor Peñalosa sabe más y ha resuelto librar a Bogotá de la incomodidad de los árboles y de la inutilidad de las fuentes de oxígeno. Para eso podemos respirar el diésel saludable de los articulados de TM.
Las canchas sintéticas, alabadas por el alcalde como un elemento de “inclusión social”, por lo cual las atacan las oligarquías del norte que no quieren permitir que sus parques sean disfrutados por los ciudadanos menesterosos o de bajos recursos, de quienes Peñalosa se autoproclama (para estar de moda) redentor y benefactor, solo son el pretexto para talar los árboles de los parques, en el norte y donde quiera que el viento mueva una hoja.
¿Construir esas canchas en parques del norte, como el parque del Japón, constituye un acto de inclusión social y de integración de los pobres al bienestar de que disfrutan los ricos?
Razonamiento demagógico e infantil. Si, como dicen, cada cancha sintética cuesta alrededor de mil quinientos millones de pesos, las cien canchas que ha construido, o está por construir la administración, valen la nonada de ciento cincuenta mil millones de pesos. ¿En qué beneficia a los pobres una cancha sintética en el parque del Japón? Si atendemos a que la miseria en Bogotá ha crecido en forma impresionante (lo vemos en las calles, deambuladas por personas hambrientas que piden una moneda o un pedazo de pan, de niños escuálidos cuyas condiciones de salud, por mala alimentación, y otros factores, son lastimosas), si es patente que en los barrios populares y en muchos de clase media, la mayoría de las familias no tiene con qué llegar a fin de mes, resulta dudoso que esos ciudadanos afectados por condiciones económicas adversas crean que su situación mejorará si hay una cancha sintética en el parque del Japón (o en cualquier otro parque), y que si se les consultara dirían que movilizarse hasta un parque lejano para jugar fútbol en una cancha sintética les implicaría mínimo un gasto de transporte que sencillamente no pueden hacer. Y pedirían que en lugar de canchas sintéticas el alcalde invirtiera, los ciento cincuenta mil millones de pesos, en planes de creación de empleo para familias de bajos o ningunos recursos, porque eso sí los incluiría en el proceso productivo y les permitiría una mejora sustancial en sus vidas.
Cuando la desigualdad y la inequidad económica y social no sean nuestra peor lacra urbana, y la pobreza desaparezca del todo, las canchas sintéticas podrían tener algún sentido. Hoy no lo tienen. Hoy son un insulto para millones de ciudadanos necesitados y angustiados.
Las canchas sintéticas son la síntesis de gobernantes que se guían por su arrogancia y sus caprichos, y para quienes la opinión de los ciudadanos es basura. Será por eso que el alcalde quiere prolongar la vida de ese foco de infección y enfermedades que llaman Relleno Sanitario Doña Juana.
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