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Comenzó la campaña

La única forma de limpiar el Legislativo es poner allí legisladores decentes.

Estamos a dos meses de las elecciones para Congreso de la República (Senado y Cámara) y arrancó en su plenitud la campaña para renovar el Poder Legislativo. No digo lo de renovar en chiste. Los colombianos debemos aprovechar esta oportunidad única y feliz para limpiar esos establos de Augías (antros de corrupción) que por la indolencia, la indiferencia o la ignorancia de los electores, de los miles de ciudadanos que no han entendido la importancia, para las vidas de todos y de cada uno, del Poder Legislativo que emana del voto popular, se han venido transformando, a la largo de sucesivas elecciones, cada una peor que la anterior, de Poder Legislativo en poder corruptor.
Como hace muchos años, antes incluso de la Constitución de 1991, desapareció del pénsum de la enseñanza primaria y secundaria la asignatura de lo que antes se conocía como Instrucción Cívica, los futuros ciudadanos que se ‘educan’ en las aulas de primaria y bachillerato no reciben ninguna instrucción, teórica ni práctica, acerca de sus deberes y derechos ni de las instituciones que supuestamente rigen el funcionamiento democrático del país.
No se diga del desconocimiento craso de la historia y la geografía colombianas (desengáñese, doctor Gómez Méndez, no habrá tal cátedra de historia). Esa ignorancia se traduce en ciudadanos que votan (o que se abstienen) sin estar conscientes de la importancia trascendental que tiene el acto de elegir a los miembros del Poder Legislativo, responsables de hacer las leyes que pueden mejorar nuestras vidas o que pueden volverlas muy desgraciadas. Y esto último ocurre cuando los ciudadanos les dan su voto a personas que no son decentes y que por consiguiente carecen de la capacidad, el interés o la intención de elaborar buenas leyes para beneficio de la comunidad, y legislan para favorecer sin escrúpulo los intereses creados.
La batalla en las elecciones parlamentarias del domingo 11 de marzo próximo no es entre partidos políticos ni sectas religiosas. Será una batalla entre la decencia y la corrupción. El único cambio que se necesita para recuperar la majestad democrática del Poder Legislativo, su facultad de expedir leyes para el bien común, leyes que garanticen el progreso general, que se ajusten a las necesidades reales de la población, ese cambio fundamental es el de sacar del Legislativo a los corruptos y elegir a personas decentes, incorruptibles, que no van a ir al Senado o a la Cámara a venderle su conciencia al cabildero que más los tiente.
Colombia requiere varias reformas sin las cuales su tránsito por el siglo XXI será más desastroso, mil veces más, que el poco memorable del siglo XX, que se salva por la época gloriosa de la República Liberal (1930-1946), la revolución pacífica más importante de la historia, aunque a la caída del liberalismo filosófico, la reacción de la derecha falangista logró con éxito echar abajo los logros sociales, políticos y económicos que hicieron de Colombia una nación respetable y respetada, hasta que vino la catástrofe del 46 y la corrupción comenzó a pudrir el organismo de nuestra democracia (violencia, desplazamientos forzados, despojo de tierras, saqueo incesante del erario público, venalidad de los funcionarios estatales a todo nivel, la mentira y el cinismo enraizados en la política, degenerándola en politiquería, enriquecimiento ilícito, narcotráfico, sicariato, el crimen mandando en todas partes, ¿qué más quieren?) a tal punto que no hay por dónde cogerla sin untarse de pus. Por supuesto se dan excepciones, valiosas y valerosas, pero solo confirman la regla.

La batalla en las elecciones parlamentarias del domingo 11 de marzo próximo no es entre partidos políticos ni sectas religiosas. Será una batalla entre la decencia y la corrupción.

Con el respeto que me inspiran sus promotores, pienso que la campaña anticorrupción basada en reducirles el salario a los congresistas será un ejercicio inútil y costoso. Si elegimos a los mismos corruptos, así sea con diferentes nombres, la disminución de sus salarios los impulsará a robar más y a duplicar la rentabilidad de la corrupción. La única forma, la solución antiséptica para limpiar el Legislativo, es poner allí legisladores decentes, que hagan valer su título de honorables.
Si no hubiera una lista capaz de garantizar esas calidades en sus aspirantes a ganar un escaño en el Congreso, sin vacilar recomendaría el voto en blanco. Sin embargo, está la ‘Lista de la decencia’, que no es meramente nominal. Me consta que quienes la integran, tanto para el Senado como para la Cámara, son, sin excepción, personas de honestidad irreprochable, conocedoras del país y de sus necesidades más imperiosas, con soluciones y propuestas para forjar leyes que enderecen lo torcido (casi todo) y cumplir a cabalidad las demás funciones que la Constitución le atribuye al Poder Legislativo. La ‘Lista de la decencia’ está encabezada por Gustavo Bolívar, al Senado, y María José Pizarro, a la Cámara. La respaldan los partidos o movimientos Alianza Social Indígena (ASI), el Movimiento Alternativo Indígena y Social (Maís), la Unión Patriótica (UP) y la coalición de los candidatos presidenciales Clara López, Gustavo Petro y Carlos Caicedo, quizá los tres líderes políticos más idóneos con que cuenta Colombia.
No voy a recomendarle a nadie que vote a ciegas la ‘Lista de la decencia’, atraído únicamente por el nombre. Recomiendo a los ciudadanos electores que leen esta columna examinar con lupa crítica la hoja de vida de cada uno de los candidatos de la ‘Lista de la decencia’, y no votarla si encuentran en cualquiera de ellos el borrón más pequeño; pero sí no lo encuentran, si tras una revisión minuciosa, rigurosa, no hallan en los currículos de ninguno de esos candidatos de la ‘Lista de la decencia’ ni una sombra de mancha, entonces de todo corazón, y por el bien de nuestra Colombia, les recomiendo que la voten.

La única ventaja para la ‘Lista de la decencia’, es que la mayoría de los ciudadanos en Colombia son personas decentes, deseosas de un cambio real.

Reconozco que la decencia, como expresión esencial y filosófica del ser humano, tiene un defecto de origen. Un defecto grave y sin solución posible. La decencia es inocente. Carece de esas facultades negativas (cinismo, mentira, destreza para el engaño, capacidad ilimitada para el juego sucio, etc., etc., etc.) que, en materia electoral, les permiten a los corruptos sacar amplia ventaja, la ‘Lista de la decencia’ tendrá que debatirse inerme en un terreno hostil. No cuenta con medios de comunicación que divulguen sus programas e ideas; sus recursos económicos para propaganda son precarios. Tendría que desplegar un esfuerzo descomunal para conectar su voz con los ciudadanos, en condiciones normales, no se diga en un ambiente en el que las bandas criminales andan asesinando impunemente a los líderes sociales y amenazando a cualquiera que respalde al movimiento progresista que busca consolidar la paz del país y hacer de esta nación una tierra donde vivir no produzca sino placer y orgullo. Lo contrario del legado que nos ha impuesto la derecha falangista que manda en el país (gobierne o no gobierne) desde 1946.
La única ventaja, ventaja relativa, para la ‘Lista de la decencia’, es que la mayoría de los ciudadanos en Colombia son personas decentes, deseosas de un cambio real que refleje en las instituciones la decencia del país. Quiera Dios inspirarles a esos buenos ciudadanos la decisión correcta cuando estén en la urna, tarjetón en mano.
Sin decencia no puede haber paz, y sin paz tampoco funciona la democracia. Sin decencia, lo único que se garantiza y prospera es la corrupción.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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