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Retrato de un año

La caída de los indicadores de apoyo a la democracia es una de las preocupaciones más serias.

“Annus horribilis”, ha llamado Marta Lagos la experiencia del 2018 para la democracia latinoamericana.
Según Lagos, directora de Latinobarómetro, la firma que desde hace más de dos décadas mide el estado de la opinión pública de la región, llegamos al “fin de la tercera ola de la democracia”. Contamos con suerte. En el resto del mundo, el fin de la ola llegó hace rato. Larry Diamond, coeditor de Journal of Democracy, cree que en 2006 entramos en “recesión democrática” global.
¿Recesión o fin? La lectura del ‘Informe 2018’ de Latinobarómetro, como la de encuestas similares, sirve para muchas interpretaciones, más aún cuando se trata de una región con tantos países, tan variados.

En 23 años de mediciones, Latinobarómetro registró los puntos más altos en favor de la democracia en 1997 y 2001. Desde 2010 se observan “siete años consecutivos de disminución”

La caída de los indicadores de apoyo a la democracia es una de las preocupaciones más serias. En 23 años de mediciones, Latinobarómetro registró los puntos más altos en favor de la democracia en 1997 y 2001. Desde 2010 se observan “siete años consecutivos de disminución”, hasta el nivel de hoy, 48 por ciento.
Dicha caída democrática general no se traduce en crecimientos de apoyo a la dictadura: en promedio, 15 por ciento de latinoamericanos preferirían gobiernos autoritarios. Lo que ha crecido es la indiferencia. Esto no deja de ser preocupante, sobre todo cuando los más jóvenes son los más indiferentes –más preocupante: también parecen ser los más proclives al autoritarismo–.
Hay diferencias enormes de país en país, desde los apoyos mínimos a la democracia en El Salvador y Guatemala (28 por ciento) hasta el máximo en Venezuela (75 por ciento). Disfrutar no es lo mismo que apoyar. No sorprende, entonces, el sentir de los venezolanos, que siguen apoyando un sistema que Maduro y sus aliados les niegan.
Tampoco debe sorprender que Venezuela sea el país que, en una buena parte de los resultados de la encuesta, se aleje, por mucho, del promedio regional. Y casi siempre para señalar enorme malestar.
Solo el 19 por ciento de los venezolanos confían en las fuerzas armadas (el promedio regional es 44); algo similar ocurre con la confianza en la Policía. Los niveles de confianza interpersonal son bastante débiles en toda la región, pero en Venezuela, después de Brasil, son los más bajos. La imagen de progreso es también la más baja (6, frente a 20 del promedio regional).
Otros indicadores son un claro reflejo de la crisis enorme que sufre Venezuela. Ocho de cada diez venezolanos expresan que sus ingresos no les alcanzan para cubrir sus necesidades; 62 por ciento de los encuestados “declaran no tener suficiente comida” (27 es el promedio regional); 53 por ciento de los venezolanos “han pensado en vivir en otros países” (27 es el promedio latinoamericano).
Me detengo en Venezuela por obvias razones de coyuntura. Importa registrar que el país en donde menos apoyo recibe “un gobierno autoritario” es Venezuela (6 por ciento, frente al promedio regional de 15), aunque el 24 por ciento aún aprueba el gobierno de Maduro. Pero la singularidad del caso venezolano es también significativa, pues, al apartarse tanto del promedio, el retrato generalizado de la región que proyectan las encuestas aparece algo distorsionado.
Con ello no busco restar significado a las preocupaciones señaladas por Latinobarómetro. La advertencia de Marta Lagos (“2018 es el peor año para la región desde que Latinobarómetro empezó a medirla en serio”) invita, por lo menos, a la reflexión. Pero quizás sea necesario distinguir más para poder identificar mejor las tendencias regionales.
Y hay que mantener siempre una pizca de escepticismo. Si no, ¿cómo interpretar que tras ese “annus horribilis”, Latinoamérica siga siendo “una de las regiones más felices de la Tierra”?
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