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La violencia y García Márquez

La personalidad violenta del colombiano no sería innata, sino resultado del peso de nuestra historia

"¿Por qué nos matamos a pesar de ganar?”, preguntó El Espectador a propósito de trágicos eventos ocurridos durante un reciente fin de semana (28/6/2018). Según la Policía, la celebración de la “victoria de Colombia contra Polonia” había dejado “muertos y numerosos heridos en varias ciudades del país”.
“¿Por qué ni la victoria nos quita lo violentos?”, volvía a preguntar.
Es difícil saber si el informe de la Policía atribuyó a las celebraciones la causa de los hechos violentos. Es lo que sugiere el texto de El Espectador. Va más allá: la causa de aquellas muertes y heridas no serían las celebraciones en sí. Aquellos dolorosos hechos habrían ocurrido por “lo violento” del colombiano.
Obsérvese el uso del plural: “nos matamos”, “ni la victoria nos quita lo violentos”. Los trágicos episodios en un puñado de ciudades se proyectan así como ocurridos en todo el territorio. De paso, desaparecen los responsables. O, más bien, se traslada la responsabilidad a un ser colectivo: los colombianos, portadores de violencia inherente.
Para El Espectador, la respuesta al interrogante la habría dado Gabriel García Márquez. Nos remite al discurso de nuestro premio nobel de literatura, que sirvió también de prólogo al informe de la Comisión de Sabios (1994), convocada por el gobierno de Gaviria.
García Márquez nos ofrece allí un retrato de la personalidad colombiana en el que descuellan sus rasgos extremos. Seríamos, en sus palabras, “capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales”.

Lo habría dicho García Márquez: Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo.

Otras citas de la pluma nobel servirían para corroborar el sentido de aquella pregunta: “¿por qué nos matamos a pesar de ganar?”. Lo habría dicho García Márquez: “Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo”. Todo lo explicaría el “amor casi irracional por la vida” que tendríamos los colombianos: “Nos matamos unos a otros por las ansias de vivir”.
La explicación de García Márquez en aquel discurso es algo más compleja, pues la personalidad violenta del colombiano no sería innata, sino resultado del peso de nuestra historia, con raíces en la Colonia. Esa complejidad es reconocida en el texto de El Espectador, donde se sugiere entonces que habríamos sido “pervertidos” por el “sistema”.
No es este el lugar para examinar de manera meticulosa el ensayo de García Márquez. Pero quienes insisten en nuestro retrato garciamarquiano tendrían que hacer, por lo menos, tres ejercicios. Primero, cotejarlo con otros retratos alternativos, como el de Jaime Jaramillo Uribe, para quien nuestro rasgo histórico era la moderación, no el extremo. Segundo, cotejarlo también con otras nacionalidades: el ser “capaces de los actos más nobles y de los más abyectos” ¿es acaso una característica exclusiva de los colombianos o una condición de todo ser humano? Y, tercero, deberían cotejarlo además con las otras tantas explicaciones que se han dado a los problemas de crimen y violencia, desde las ciencias sociales y la historia.
Por un país al alcance de los niños es un ensayo literariamente magistral. Pero es quizás uno de los textos intelectualmente más débiles de García Márquez. Su impacto es no obstante insospechado.
El debate esencial, hay que advertir, no debería ser sobre las interpretaciones del nobel. Lo importante es conocer mejor las causas de los hechos trágicos concretos, como los relatados por El Espectador, para seguir combatiendo el homicidio. Pero ello requiere tal vez dejar de tratar los textos de García Márquez como si fuesen la Biblia. Él mismo nos lo agradecería.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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