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La muy esquiva unidad nacional

La ausencia de un frente común contra la violencia ha sido notable en Colombia por muchos años.

El repudio es general. Como los sentimientos de dolor e indignación ante el acto terrorista en la Escuela de Policía y la solidaridad con las víctimas de tanta barbarie.
El clamor de “unidad nacional” también parece general. Lo interpretaron los titulares de los principales diarios de Bogotá tras las marchas del domingo. En algunos periódicos de provincia, sin embargo, la noticia sobre las manifestaciones en sus portales digitales estuvo relegada a un segundo plano. Semana, creo, captó muy bien lo sucedido –“Juntos, por ahora no revueltos: así fue la marcha contra el terrorismo”–.
En su conjunto, aquellas imágenes reflejan una clara fragmentación que sigue sin responder a los aparentes reclamos de unidad. Cada fuerza marchó por su lado. Difícil encontrar ejemplos más gráficos de liderazgos dispersos, incapaces de unirse hacia un propósito común tan elemental como debe ser la lucha contra el terrorismo. Pronto se hicieron claras, además, las enormes diferencias sobre las políticas por seguir.

Cada fuerza marchó por su lado. Difícil encontrar ejemplos más gráficos de liderazgos dispersos, incapaces de unirse hacia un propósito común tan elemental como debe ser la lucha contra
el terrorismo.

No es un problema de hoy. La ausencia de un frente común contra la violencia y el terrorismo ha sido notable en Colombia por muchos años. Se han suscrito declaraciones conjuntas esporádicas, casi siempre sin dientes y casi siempre con ausencias. Unos pocos columnistas insisten en el tema. Abundan los reclamos, de la sociedad civil y de los líderes políticos. ¿Pero manifestaciones efectivas de unidad?
El contraste con lo sucedido en ocasiones similares en otros países puede ser aleccionador. Quizás el documento más relevante sea el acuerdo contra el terrorismo, suscrito por los partidos del Gobierno y la oposición en Madrid en diciembre de 2000.
Pactos como este no son fáciles de lograr. Pero lo mínimo que puede esperarse frente a las acciones terroristas es una imagen unitaria de reproche social y político –por ejemplo, la foto de líderes políticos de partidos opuestos marchando en frente común–. No se trata de un mero simbolismo. En estas circunstancias, los símbolos acarrean particular importancia. Por su carácter representativo, los encuentros entre los líderes políticos de partidos opuestos tienen proyecciones sociales de significativas dimensiones.
Desde comienzos de su gobierno, el presidente Duque ha convocado un pacto nacional. “La mejor manera de obrar de los colombianos es mantenernos unidos en contra del terrorismo”, expresó tras los ataques del domingo (rcn.com), en uno de sus repetidos llamados a la unidad. Y en Davos apeló a la unidad internacional.
Estas convocatorias merecen respaldo. Para que sean efectivas deben estar acompañadas de encuentros físicos y públicamente visibles. Sin ellos, el discurso unitario no gana mayor credibilidad, ni en foros domésticos ni en los internacionales.
Se trata de una regla mínima, una de las “cinco reglas” identificadas por Héctor Riveros “para lograr la unidad” (lasillavacia.com, 19/1/2019): “[...] consultar e informar a las fuerzas políticas”. Las otras son similarmente básicas, y por ello imperiosas. Deben tenerse en cuenta.
La responsabilidad sobre la falta de un pacto nacional no les cabe exclusivamente a los líderes políticos. Por razones que solo pueden apreciarse desde una visión histórica (e histórica de muy largo plazo), la atmósfera intelectual dominante milita contra los acuerdos nacionales.
Hay por lo menos dos barreras que urge superar. La primera: que todo pacto es un contubernio frentenacionalista. La segunda: que los pactos deben abordarlo todo. Uno mínimo, alrededor de la vida en libertad, contra el terrorismo, sería el punto de partida para que la unidad que tanto se reclama deje de sernos tan esquiva.
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