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El dilema venezolano

El Gobierno sigue atrincherado en el poder, acompañado por una asamblea elegida de forma amañada.

“Votar o no votar” es el dilema que enfrentan muchos venezolanos en las elecciones regionales del próximo domingo.
Por Constitución, los comicios debieron haberse celebrado en diciembre del año pasado. Sin embargo, el régimen de Maduro decidió aplazarlos para no exponerse a la derrota aplastante que entonces le esperaba. Ya le había birlado a la ciudadanía el referendo revocatorio, que habría permitido solucionar una crisis que parece eternizarse.
Siguieron otras arbitrariedades. Los golpes de Maduro y sus aliados contra el Congreso, en manos de la oposición, desataron movimientos de protesta que se tomaron por meses las calles venezolanas. Pero el Gobierno sigue atrincherado en el poder, acompañado ahora por una asamblea constituyente, elegida de forma amañada, de corte corporativista.
Importa registrar estos y otros desarrollos para entender bien el dilema de la oposición venezolana tras el anuncio de las autoridades electorales, hace apenas algunas semanas, de fijar el 15 de octubre como fecha para las elecciones regionales. Según el último informe de Luis Almagro, secretario general de la OEA, “la democracia en Venezuela fue eliminada el 30 de julio de 2017, tras la instauración de una asamblea constituyente ilegítima”.

Las urnas han sido herramientas útiles y eficientes para derrocar gobiernos autoritarios, hasta los que se creían imbatibles

El dilema no es novedoso ni exclusivo de los venezolanos. En el pasado, opositores a regímenes dictatoriales latinoamericanos tuvieron que responder a dilemas similares.
El caso más famoso es quizás el plebiscito chileno de 1988, cuando la campaña por el ‘No’, retratada magistralmente en la película de Pablo Larraín, se impuso sobre Pinochet. En sus memorias, Fernando Henrique Cardozo relata sus esfuerzos de acudir a las elecciones orquestadas por los militares brasileños y de derrotar así al régimen con sus propias reglas.
Las circunstancias y el momento son distintos, como lo es la naturaleza de la convocatoria electoral. No obstante, tales experiencias sirven para recordar que las urnas han sido herramientas útiles y eficientes para derrocar gobiernos autoritarios, hasta los que se creían imbatibles.
La oposición venezolana, además, puede recoger lecciones de sus propias experiencias.
Uno de sus grandes errores tácticos desde que se instaló el chavismo en el poder fue haberse marginado de las elecciones de 2005, dejándole al Gobierno el control absoluto del Legislativo. Y diez años después, en 2015, una oposición unida logró conquistar de forma abrumadora las mayorías parlamentarias, tras propiciarle a Maduro una derrota electoral que nunca ha aceptado.
A partir de tales elecciones, Venezuela ha vivido casi dos años bajo un orden político bastante único y excepcional.
Primero fue la coexistencia de dos mandatos contrapuestos: el de la presidencia de Maduro y el del Parlamento. A lo que siguió una especie de golpe de Estado, a lo Fujimori, donde el régimen no solo ha ignorado la autoridad del Legislativo, sino que ha querido reemplazarlo con magistrados adictos y, más recientemente, con la asamblea constitucional.
Para algunos opositores, acudir a las urnas solo servirá para legitimar a Maduro. Y señalan las nuevas trampas de un régimen impopular: el desconocimiento de candidatos de la oposición o la reubicación de mesas electorales para fomentar la abstención.
Otros ven en las elecciones regionales una nueva oportunidad de continuar la movilización contra Maduro y repetir la hazaña de 2015, con la ambición de ganar la mayoría de las 23 gobernaciones. “Votar es también volver a la calle”, escribió el escritor Alberto Barrera Tyszka en un mensaje de aliento a los que dudan, pues mientras mayor abstención, mayores probabilidades de entregarle el triunfo a Maduro.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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