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Ecos de una revolución

El 48 francés y las revoluciones europeas de aquel año han tenido un gran impacto en Colombia.

En el verano de 1848, cientos de miles de personas se tomaban las calles de París. La masiva insurrección marcó, paradójicamente, el comienzo del fin de la revolución que, en febrero, había derrocado al rey Louis-Philippe y proclamado la república, en un movimiento que se extendía por toda Europa. En toda rebelión, escribiría Alexis de Tocqueville en sus magníficas memorias sobre los eventos, “como en una novela, lo más difícil es inventarse el final”.
Ciento setenta años después, el aniversario de lo ocurrido durante aquella época revolucionaria palidece al lado de los recuerdos del Mayo de 1968, con la excepción de algún encuentro académico. (‘Los mundos de 1848’ es el nombre del coloquio internacional que tendrá lugar en París este diciembre). Jeremy Harding, editor de London Review of Books y “aspirante a hippie” en el 68, evoca en un artículo reciente sus años escolares, cuando la revolución del 48 era materia obligada en sus clases de historia.
No tuve clases en el colegio sobre la revolución del 48. No las recuerdo. Quizás la primera vez que tuve referencias de ella fue cuando, en mis años de estudiante universitario, cayó en mis manos el 'Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte', el famoso libro de Karl Marx que examinaba el desenlace revolucionario en farsa. Poco después aprendí también que el 48 francés y las revoluciones europeas de aquel año habían tenido un gran impacto en Colombia.

Las reformas de mediados de siglo en la Nueva Granada fueron impresionantes: abolición de la esclavitud, separación de la Iglesia y el Estado, adopción del sufragio universal, elecciones directas

Lo habían tenido en toda Latinoamérica, en unos países más que en otros. En Chile tuvo “un eco poderoso”, observó Benjamín Vicuña Mackenna en su pequeño libro de reminiscencias Los girondinos chilenos (1876). Allí también sugería cómo el eco del 48 había sido mucho mayor “para nosotros, pobres colonos” que su predecesora en 1789, “tan celebrada por la historia”.
Aquel “eco poderoso” se sintió también con fuerza en Perú y Brasil, sobre todo en Pernambuco. Pero menos en Argentina, entonces aún bajo la dictadura de Juan Manuel de Rosas, o en México, que se encontraba en guerra con Estados Unidos.
Las repercusiones del 48 en Colombia han sido estudiadas por historiadores como Jaime Jaramillo Uribe o Germán Colmenares. De acuerdo con Malcolm Deas, en ninguna otra parte de Latinoamérica aquellos eventos revolucionarios tuvieron tantos seguidores como entre los “políticos, artesanos, estudiantes y aun soldados de la pobre aislada Nueva Granada”. Una tesis doctoral inédita, de Jay Robert Crusin, argumenta que tales eventos fueron apenas catalizadores de procesos políticos y sociales ya en marcha.
Aquí no reinaba el absolutismo. La prensa gozaba de mayores libertades que en Francia. Tampoco existían movimientos nacionalistas como los de Mazzini y Kos-suth, que removieron tanto la política europea. El sufragio, a pesar de sus restricciones, era también más amplio que en Francia. El espíritu asociativo había despegado. Sobrevivían, sin embargo, instituciones de la colonia como la esclavitud. La Constitución de 1843 se tildaba de “monarquista”. Muchos contemporáneos denunciaban las condiciones feudales que aún sufrían los colombianos.
Desde el ángulo que se las vea, las reformas de mediados de siglo en la Nueva Granada fueron impresionantes: abolición de la esclavitud, separación de la Iglesia y el Estado, adopción del sufragio universal, elecciones directas, reducción drástica del tamaño del ejército, descentralización fiscal... Floreció el lenguaje de la democracia, mientras se profundizaban sus prácticas.
Es imposible entender la naturaleza y la dimensión de lo acontecido entonces aquí sin apreciar sus conexiones con el 48 francés, de enorme significado para los años formativos de la república.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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