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Canadá, el otro vecino

Tenemos en común no solo el habitar el mismo continente, sino muchas historias similares.

En julio pasado se cumplieron 150 años del establecimiento de la Confederación de Canadá.
Aquel acto marcó la unión de las provincias de Ontario, Quebec, New Brunswick y Nova Scotia, en la costa del este. Pasaron otras décadas antes de que los ‘dominios’ expandieran sus fronteras hasta el Pacífico. Pero aquel fue un hito fundacional del que es hoy el segundo país de mayor extensión geográfica en el mundo, si bien, como observa Margaret Conrad, Canadá es una construcción algo desarticulada, sin la “cohesión de que gozan otros Estados nacionales” ('A Concise History of Canada', Cambridge, 2012).
¿Cómo se registró en Latinoamérica el surgimiento de la Confederación en 1867?
Carsten Schulz, profesor de la Universidad Católica de Chile, fue encargado de responder al interrogante para un libro reciente que marca dicho aniversario. (Globalizing Confederation: 'Canada and the World in 1867', editado por Jacqueline D. Krikorian, Marcel Martel y Adrian Shubert). A primera vista, la respuesta dada por Schulz, tras haber consultado un buen número de fuentes, parece muy sencilla: Latinoamérica no prestó atención al acontecimiento.
Razones para el desinterés no faltaban.
Los mexicanos apenas salían de luchar contra las pretensiones imperiales de Maximiliano, impuesto por Napoleón III. Chile acababa de firmar un tratado de tregua con España, tras los bombardeos contra Valparaíso el año anterior. Brasil, Argentina y Uruguay se enfrentaban en la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (Colombia no figura en el trabajo de Schulz. Aquí tal vez la preocupación central era interna: asegurar la derrota de los intentos dictatoriales de Mosquera).

La conmemoración de los 150 años de la Confederación se siguió en la región con desinterés parecido al de 1867. Desde entonces, sin embargo, los desarrollos de Canadá impresionan.

Las relaciones comerciales entre ambas regiones eran además casi nulas, aunque una misión comercial de la Norteamérica británica había visitado Brasil en 1866. No tuvo impacto alguno notable. Y, de cualquier manera, como argumenta Schulz, los latinoamericanos no veían entonces a Canadá como un “actor político independiente”, sino como parte del imperio británico.
El aparente desinterés por el establecimiento de la Confederación en 1867, sin embargo, no significaba que la región estuviese completamente desentendida de los desarrollos canadienses. En su excelente ensayo, Schulz ilustra muy bien cómo los periódicos latinoamericanos seguían los eventos de Canadá bajo la “perspectiva de la propia experiencia” regional.
Bajo tal óptica, por ejemplo, las posibilidades del expansionismo estadounidense hacia Canadá fueron comentadas con preocupación en la prensa chilena y mexicana. Así mismo, las acciones del movimiento republicano irlandés en territorios canadienses (con el fin de presionar al Gobierno británico sobre el tema de Irlanda) también recibieron atención en periódicos de Chile y Brasil. En contraste, la “evolución” constitucional de Canadá parecía relegada (equivocadamente) a un asunto interno del imperio británico.
Una “excepción importante”, como advierte Schulz, fue Cuba, todavía entonces colonia de España –pronto estallaría la guerra de los Diez Años (1868-1878) por la independencia–. Para los autonomistas cubanos, en particular, enemigos al tiempo del anexionismo norteamericano y de la independencia, la “solución canadiense” era un modelo atractivo.
Sospecho que la conmemoración de los 150 años de la Confederación se siguió en la región con desinterés parecido al de 1867. Desde entonces, sin embargo, los desarrollos de Canadá impresionan. Tenemos en común no solo el habitar el mismo continente, sino muchas historias similares. Canadá forma hoy parte integral del hemisferio. Pero habría que redoblar esfuerzos para acercarnos más al otro vecino del norte.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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