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Abrebocas para la paz

Pocos lugares comunes más arraigados en el imaginario que el de haber sufrido una guerra perpetua.

“Desde 1832 hasta 1946, Colombia habría tenido 100 años de paz versus 14 de guerra civil”. Tan desafiante observación proviene de tres historiadores que acaban de editar el libro Paz en la república. Colombia en el siglo XIX, Margarita Garrido, Daniel Gutiérrez y Carlos Camacho, publicado por el Externado. Un abrebocas de sus interesantes planteamientos se encuentra en la entrevista que les hizo en días pasados Natalia Arbeláez (‘Lecciones para Duque desde el siglo XIX’, lasillavacia.com, 15/3/2019).
¿Desafiante? Pocos lugares comunes más arraigados en el imaginario nacional que el de haber sufrido una guerra perpetua. Lo repiten presidentes y periodistas, sacerdotes y profesores universitarios, novelas y textos de historia. Tiene además el sello ‘pontificio’ de nuestro premio nobel de literatura, para quien la Violencia desatada en la década de 1940 era parte de “la misma guerra civil que nos quedó desde la independencia de España”.
El argumento suele extenderse hasta el presente: lo ocurrido tras el conflicto con las guerrillas surgidas desde la década de 1960 habría sido apenas la ‘evolución’ de una misma guerra, entonces bicentenaria.

Lo ocurrido tras el conflicto con las guerrillas surgidas desde la década de 1960 habría sido apenas la ‘evolución’ de una misma
guerra entonces bicentenaria.

Ya Daniel Pécaut había advertido sobre el “anacronismo” de seguir viendo el conflicto reciente como una mera continuidad de la Violencia. El libro de Garrido, Gutiérrez y Camacho nos invita a reconsiderar el curso de la historia colombiana durante el siglo XIX.
No fue un siglo de guerras interminables. Fueron ocho “guerras civiles”, acotadas, con una cronología bastante conocida: 1839-42; 1851; 1854; 1860-62; 1876-77; 1885; 1895; 1899-1902. Los años no son indicativos fieles de duración: la guerra de 1895 duró escasos tres meses.
El número ‘ocho’ suena de todas formas alto. Solo si nos miramos apenas al ombligo. Como anotan los editores en la introducción (otro abrebocas), esa cifra es “igual o menor a la de muchos países hispanoamericanos en la misma época”. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos?
Quizás. Pero importa registrar que lo sucedido aquí no era excepcional, mucho menos congénito. José Gil Fortoul contó once revoluciones armadas en Venezuela tan solo entre 1830 y 1856. Apenas en un año, 1868, Argentina habría sufrido 117 revoluciones. Los interesados en cazar violencias en el siglo XIX tienen a su disposición un menú extenso: Estados Unidos, México, España, Francia...
Además de aseverar que “la guerra no ha sido la constante en la historia colombiana”, la entrevista de La Silla Vacía destaca otras conclusiones del libro de Garrido, Gutiérrez y Camacho: “En el posconflicto del siglo XIX no primó la venganza”, “los indultos fueron un mecanismo de movilización”, “no todas las guerras han terminado con una negociación”, “La ‘no guerra’ no es suficiente para cohesionar la nación”.
Un corolario importante del ejercicio se anticipa en la introducción de los editores: la idea aún predominante de la “revolución permanente” ha “imposibilitado el surgimiento de un interés académico auténtico por los períodos de paz que ocupan el grueso de aquella centuria”. Los “guerreristas”, observa Malcolm Deas en uno de los capítulos del libro, fueron “siempre una minoría”, al tiempo que nos invita a investigar más “sobre los numerosos pacifistas del siglo XIX”.
Los editores también anticipan en la introducción un panorama más complejo que el de las sempiternas disputas bipartidistas (la primera guerra civil ocurrió antes del surgimiento de los dos partidos tradicionales): “el tablero” decimonónico “se asemeja más a un juego de estrella china que a uno de damas, pues (...) los contendores fueron múltiples”. He aquí entonces unos abrebocas. Ahora, a leer.
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