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El fin de los expertos

Que vivan las redes sociales. Y que vivan mucho más si aprendemos a usarlas con responsabilidad.

Eduardo Behrentz
Enhorabuena llegaron las redes sociales para democratizar el acceso a la información y elevar la capacidad de participación y veeduría ciudadana en los grandes debates de ciudad y de país. Que vivan, y ojalá su trascendencia sea creciente y de largo plazo. No obstante, hay que recordar que los grandes avances pueden traer riesgos, y la conquista de las redes nos plantea uno nuevo: en el ecosistema digital, el nivel de impacto de un opinador no necesariamente se forja en función de su conocimiento o experiencia en las causas que impulsa.
En el universo de los ‘likes’ le cantamos al coro y seguimos y somos seguidos por quienes piensan parecido a nosotros, lo que genera un incentivo para la fabricación de frases grandilocuentes que cuando saben mezclar verso, ironía y sátira pueden llegar a tener mayor aceptación que un concepto técnico fundado en la preparación académica o la trayectoria en un tema específico. Quienes estamos en redes enfrentamos a diario la disyuntiva entre la expresión efectista y el argumento sólido que antecede un debate responsable.
Lo anterior se facilita por una condición particular de la era de internet, en donde todos podemos aparentar conocimientos siguiendo una fórmula muy sencilla: leer un par de titulares de prensa, investigar en Wikipedia durante unos minutos, leer unos cuantos tuits de nuestro gusto y combinar prosa populista con la coyuntura del momento. Cualquiera que comprenda estratégicamente esta mixtura tiene el potencial de convertirse en un experto virtual o ‘influenciador’ en casi cualquier tema que le interese. Esto lo saben diferentes marcas y organizaciones que ya pagan por este tipo de servicios.

Los expertos reales se diluyen con frecuencia en la dinámica permeada por la visceralidad y las emociones.

Mientras tanto, los expertos reales –personas que poseen un conocimiento sofisticado sobre algo, bien sea por la vía académica o empírica– se diluyen con frecuencia en la dinámica permeada por la visceralidad y las emociones. Las explicaciones de un experto pocas veces caben en un par de trinos y difícilmente pueden apelar al lenguaje apasionado y grandilocuente. Ciertamente, las redes llegaron para quedarse, pero dicha condición debería ser motivo para que su defensa y consolidación vengan acompañadas de una dosis de responsabilidad y rigurosidad de parte de sus usuarios. Qué malo sería que las nuevas generaciones que maduran intelectualmente en el contexto aquí descrito, terminen creyendo que para el desarrollo de sus vidas personales y profesionales es preferible el atajo efectista que la preparación rigurosa y la dedicación constante.
Pero tengo esperanza. En opinión de este usuario de redes, la credibilidad de los opinadores que se embriaguen en esta distorsión tiene los días contados, pues al final todos preferimos una oferta de información y de conceptos confiables. Esto está empezando a impulsar ejercicios de verificación de datos y fuentes tanto en medios de comunicación como en los opinadores mismos, mientras otros tantos nos hemos empezado a preguntar si aquellos a quienes seguimos realmente conocen los temas que nos venden, para no terminar siendo manipulados o malinformados.
El trabajo de personas que destinan miles de horas al estudio o ejercicio práctico de carácter dedicado, cuidadoso y documentado en sus áreas antes de considerarse expertos, es algo que podríamos valorar más. Ojalá que pronto sea cierto que, para efecto de los debates que orientan la toma de decisiones que nos afectan a todos, la influencia de los opinadores digitales sea función de su idoneidad y trayectoria y no solo de la rauda agudeza de encontrar la frase dicharachera que expresa oportunamente el sentir popular. Repito: que vivan las redes sociales. Y que vivan mucho más si aprendemos a usarlas con honestidad, responsabilidad e inteligencia.
EDUARDO BEHRENTZ
Eduardo Behrentz
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