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El perdón de Cristo

El perdón del Ministro del Interior, en su condición de ser humano y víctima, movido por el tribunal de su conciencia, es ejemplarizante.

El ministro Cristo ha perdonado públicamente al Eln por el asesinato de su padre. Hace algunos meses escribí sobre el perdón: “El perdón nace en el corazón bondadoso del individuo y se expresa como un estado del alma noble (…). Es la forma de avanzar civilizadamente en la normalización de la alteración de la conciencia individual y colectiva (…). El perdón como un acto sincero de amor, reconciliación y piedad humana evita que la paz formal sea la preparación de futuras guerras que prolonguen el triunfo de la muerte sobre la vida. Sin perdón, cualquier paz es efímera porque deja abiertas las heridas para retornar a la barbarie (...). El perdón detendrá la aniquilación entre hermanos colombianos y cancelará la humillación y el crimen que han hecho de nuestra patria una fosa silenciosa sin destino…”.
El perdón es parte del remedio que se necesita para mitigar el sufrimiento causado por la insensatez humana. Cuando no lo hay, se fermentan el odio, la venganza y la violencia. Los infortunios que causa la muerte de un ser querido, más graves si ésta es violenta, se superan por el valor de la vida que se alcanza con el perdón al victimario. Solo así dejarán de correr más arroyos de sangre en nuestra patria.
El odio enardece la sangre y hace estallar en pedazos la convivencia humana. El perdón ayuda a conseguir la libertad y la paz interior en la persona. Contribuye a purificar el corazón que se obnubila por la retaliación. Es una manera de hacer descansar el espíritu atribulado, que lo conmueven la afrenta y el daño físico y moral. Siempre habrá temor si se pospone el perdón. El perdón es signo de elevación y realización ética. Su carencia desintegra la condición moral del hombre al consagrar equivocadamente el odio como principio vital y el baño de sangre será eterno.
El perdón de Cristo, en su condición de ser humano y víctima, movido por el tribunal de su conciencia, es ejemplarizante. Es mucho más meritorio en momentos en los cuales el torbellino de ciertas pasiones políticas sectarias pretende cerrar los caminos de la reconciliación. Ese perdón tiene un valor especial al convertirse en símbolo de concordia nacional, para superar el mundo real de la amargura y el dolor de millones de compatriotas azotados por la tragedia.
Si perdonan quienes abruptamente fueron privados de su amor filial, con mayor razón tendrá que hacerlo la sociedad, que no ha sufrido en carne propia el flagelo de la violencia. Es un mensaje humanista y humanitario, especialmente para quienes tratan de obstruir el tránsito de la confrontación armada a la convivencia pacífica y no han derramado una lágrima sobre las tumbas.
El perdón de Cristo y de tantas víctimas, que doblega el rencor en aras de la paz, debe imitarse para alcanzar el horizonte espiritual que engrandece el alma. Así se trascenderá en la historia.
Darío Martínez Betancourt
*Ex senador de la República
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