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Por favor, diga la verdad

Si usted no se libera, esas historias quedarán insepultas para siempre.

Cristian Valencia
¿Sería mucho pedir de parte nuestra que, después de 33 años, usted decida contar la verdad?
¿Usted que estuvo ahí, conmovido por la tragedia humanitaria de mayor envergadura que haya tenido Colombia?
¿Sería mucho pedir que usted, con el corazón en la mano, cuando ha madurado lo suficiente y está lejos de ambiciones vanas, cuente cómo lo hizo y quiénes lo acompañaron?
Seguro que usted recuerda a cada uno, y los recuerda todos los días. Con seguridad a usted lo persiguen imágenes que no quisiera tener en la cabeza, que le impiden un sueño sosegado, que no lo dejan llevar una vida plena en compañía de los suyos. De sus hijos, por ejemplo, y de sus nietos. Esos nietos que tienen la posibilidad de crecer rodeados del amor de padres y abuelitos; y rodeados de todo ese tejido de hermandad que dan la familia, el barrio, la cuadra, el paisaje mismo.
Nadie quiere que usted pague cárcel –a fin de cuentas han pasado 33 años y para esta justicia tan endeble ese delito prescribió–. Lo único que queremos es saber la verdad de lo que pasó. Saber, por ejemplo, a quién le entregaron esos niños, a qué parte del mundo fueron llevados.
Solo usted, y únicamente usted, que estuvo involucrado en ese mercado de niños, puede decirles la verdad a esos padres que caminan por Colombia como almas en pena buscando a sus hijos. Familiares condenados irremediablemente a la tristeza, porque usted, durante los días de ese noviembre de 1985 (¿recuerda?), decidió que estaba bien vender los niños a esa tropa de extranjeros que van de desastre natural en desastre natural ofreciendo plata por niños en adopción. ¿Recuerda que usted se dijo a sí mismo frente al espejo que, a la postre, vender esos niños era una labor humanitaria, porque tendrían un mejor futuro en un país desarrollado? ¿Recuerda ese argumento macabro que inventó para poder dormir en paz?
Por favor, diga la verdad. Escríbala. Mande un anónimo. Hágalo por su bienestar y el de los suyos. Piense que las lágrimas de todas las madres, durante cada segundo, de cada día, de cada mes y de cada uno de estos 33 años, tejen sobre usted y su descendencia una nube negra que no podrá borrar jamás, a menos que usted se libere de ese maldito karma y diga la verdad.
Si usted no se libera, esas historias quedarán insepultas para siempre. Tumbas abiertas que producen pesadillas y llevan a la locura inevitable.
Porque en lo que concierne al Estado colombiano esas historias nunca existieron. Y usted sabe eso porque no deja de leer hasta la última coma cada vez que sale una noticia sobre los niños perdidos de Armero. Porque en el fondo usted quiere, como aquel personaje de ‘Crimen y castigo’, que lo descubran de una vez para expiar esa culpa que lo consume.
Usted pensó que sería cuestión de tiempo cuando el ICBF reconoció la existencia de un Libro Rojo, con 250 registros y 298 folios. Pero pronto perdió la esperanza de ser descubierto cuando ese número comenzó a disminuir de manera asombrosa. Es probable que el Libro Rojo desaparezca; a fin de cuentas, el Estado colombiano y sus jueces y sus senadores y sus congresistas y sus presidentes se han hecho los de la vista gorda frente a este delito tan atroz.
Por si no lo sabía, usted no fue el único que hizo de esa tragedia una feria humanitaria. Sepa usted que la fundación www.armandoarmero.org tiene registrados más de 450 casos de niños (hoy adultos) que son buscados por sus padres. Día y noche.
Aquí le dejo el correo en donde puede desahogarse: armandoarmero@gmail.com
¿Sería mucho pedir?
CRISTIAN VALENCIA
cristianovalencia@gmail.com
Cristian Valencia
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