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Fragmentos para una paz

Es una obra con una carga emocional tan fuerte que es imposible no sentir la desolación de un país.

Cristian Valencia
Ahí están las armas. Se convirtieron en nuevo suelo, en soporte para nuevas pisadas. Se convirtieron en el piso de tres espacios vacíos rodeados por las ruinas de una casa de finales del siglo XIX en el corazón de lo que fuera el barrio Santa Bárbara. Ahí están los jardines que rodean el conjunto, diciendo de alguna manera que la vida renace entre las ruinas.
Esos jardines en donde hay una pequeña muestra de la grandiosa biodiversidad de este pedazo de tierra donde nos odiamos tanto, donde nos matamos tanto, donde nos sufrimos tanto, donde nos entristecemos tanto, año por año. Donde los llantos de las viudas y los huérfanos –huérfanos de amigos, de padres, de madres, de hijos, de vecinos– se mezclan con los sonidos del viento y de la lluvia. No hay un solo lugar de Colombia que no haya sido tocado por el odio, por la rabia.
Pero ahí está esta casa de la carrera 7.ª n.° 6b-30, como un comienzo. La piedra angular de un renacimiento. Ahí está esta conmovedora obra de Doris Salcedo en el corazón de Colombia. Esa Doris que siente tanto, que ha escuchado tanto, que sabe tanto de las penas de esta patria. Esa Doris que pone todo su conocimiento al servicio de la paz; y qué manera tiene de hacer sentir esa violencia; qué manera tiene de comunicar a fuerza de símbolos nuestra tragedia.
Fragmentos es un contramonumento –como dice ella: “porque la guerra no está para hacerle monumentos”–, con una carga emocional tan fuerte que es imposible pisar esas tabletas sin sentir la desolación de un país, y un poco de vergüenza porque no hemos hecho lo suficiente para que se termine de una vez, para hermanarnos. En fin. Por increíble que suene, Fragmentos es una obra de arte que no se mira desde la barrera de un museo; es una obra para caminarla; por lo tanto, los paseantes de la obra son parte de la obra misma.
Todo fue un acierto. Que Doris haya aceptado hacerlo. Es necesario decir que será la única obra de Doris que no tiene un carácter efímero, que está diseñada para que se autoalimente y crezca y se transforme cada año. También fue un acierto que el Ministerio de Cultura haya hecho todo lo necesario para que fuera posible; y que se haya comprometido a mantenerla en el tiempo. La construcción es impecable porque el equipo de Doris es de lujo, desde el arquitecto Carlos Granada, el ingeniero Juan Pablo García y tal vez la mejor y más calificada cuadrilla de artesanos de la construcción.
Desde ya es una obra que atrae la atención de todo el mundo. Porque es una obra de una de las artistas más importantes de los últimos tiempos, porque la materia prima fueron las armas que abandonaron la guerra; y por la carga simbólica tan fuerte que produce la obra terminada. Es bueno que sepan que Doris invitó a las mujeres víctimas de violencia sexual a que dejaran su huella en cada tableta.
De ahora en adelante nos corresponde a nosotros visitar la obra, como se visita el Monumento del Holocausto, la obra de Peter Eisenman construdia en Berlín. Nos corresponde asistir a su programación, porque tendrá programación como cualquier museo. Los invito a visitar Fragmentos. A conmoverse, a reflexionar.
Imposible no reflexionar cuando se está sobre tabletas negras en la mitad de un vacío blanco de 15 metros de largo, por 15 de ancho y 9 de alto. Es necesario decir que cada tableta pesa 47 kilos. Y son 1.297. Es decir, usted estará caminando sobre más de 60 toneladas que alguna vez tuvieron forma de bala, de fusil o pistola, que son las formas de la guerra misma.
Hay más, por supuesto que hay más, pero solo usted podrá descifrarlo.
cristianovalencia@yahoo.com
Cristian Valencia
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