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Corrupción, políticos y bazuqueros

La política colombiana es como ese par de bazuqueros que se fuman la patria.

¿Qué pasa cuando uno lee que al fiscal anticorrupción lo metieron preso por corrupto y que hay un cartel de la justicia que cambiaba años de cárcel por plata?
En el ámbito personal, uno se derrumba. Las ganas se van. El país termina metiéndose o atravesándose en el ímpetu vital, el pesimismo se apodera del día a día y uno quisiera salir despavorido de este nido de ratas para no contaminarse.
En el ámbito social, la sociedad se derrumba. El escepticismo se instala en los huesos. Y todos comenzamos a sospechar de la ley a tal punto que no nos provoca respetarla. Como sociedad, vivimos tratando de inventar atajos de todo tipo: el atajo en los impuestos porque la carga tributaria es exagerada; el atajo en la burocracia porque el papeleo es exagerado; el atajo en todo. También se acuñan refranes y dichos populares que en el fondo nos dicen que estamos con el fango en el cuello. Cosas como que “lo malo de la rosca es no estar en ella” o “la ley es pa’ los de ruana” inauguran una nueva manera de fatalismo. Ya no se trata del fatalismo universal del destino y los astros, sino del fatalismo estatal, una especie de determinismo con el que tenemos que convivir a diario: si eres colombiano estás jodido.

En el ámbito personal, las ganas se van. En el ámbito social, la sociedad se derrumba. En el ámbito político, debería pasar de todo,
pero no pasa nada

En el ámbito político, debería pasar de todo, pero no pasa nada. No hay mes en el que no aparezca un escándalo de corrupción. Y así durante los años de los años y por los siglos de los siglos. Es desgastante solo pensar en eso. El mal endémico de la corrupción nos tiene tan hastiados que ya no tenemos fuerza para nada como sociedad. Ni siquiera para firmar una petición, que aquí les dejo por si se animan, aunque sé que todos estamos con la ‘sinfuerzúa’:
Voy a tratar de definir la política colombiana con una imagen –les advierto que usaré los peores ejemplos–. Conocí a un par de hermanos bazuqueros que heredaron un edificio de cinco pisos. Casados con adictas también, tenían tres hijos entre los dos. Para poder vivir como querían, vendieron los apartamentos más chicos, pero la plata se fue muy rápido. Se les hizo humo, literalmente. Luego vendieron los del segundo piso, y así los del tercero y así los del cuarto, hasta que solo les quedó el apartamento donde vivían. Como era un apartamento grande de cuatro alcobas, decidieron vender la mitad. Quedaron con dos cuartos, un pedazo de cocina y un baño. Intentaron matarse entre ellos para poder vender uno de los cuartos, pero les llegó una oferta tan buena que vendieron y se largaron. Los dos desaparecieron. El rumor que circuló decía que, una vez más, Caín mató a Abel –había un seguro de por medio–. Y que al poco tiempo Caín murió de calle. Las mujeres desaparecieron también, y los tres niños fueron adoptados por Bienestar.
Como se trata de ser reiterativo y evidente, les digo que la política colombiana es como ese par de bazuqueros que se fuman la patria. Y nosotros, los ciudadanos, somos esos niños, irracionales todavía, que no tienen ni la conciencia ni el poder para frenar los excesos de sus padres bazuqueros. Como sociedad no tenemos esa madurez. Y los políticos, como los bazuqueros, son adictos al poder y al dinero; no hay quien los pare.
Como no quiero dejar este texto con un registro emocional tan devastador, propongo que pensemos entre todos en una forma posible para que terminemos con la corrupción. Prometo recogerlas todas y publicarlas como propuesta en este mismo espacio, a ver si nos escuchan.
CRISTIAN VALENCIA
cristianovalencia@gmail.com
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