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Nunca olvidemos

Debemos ayudar a Mocoa de la manera más eficiente y solo por medio de instituciones oficiales.

Dicen que no apreciamos lo que tenemos hasta que lo hemos perdido. Sucede con Mocoa. Pocos colombianos saben de esos territorios. Ni de su gente. Casi siempre hemos mirado con recelo lo que no está próximo a nosotros. Ojalá no veamos solamente la avalancha de rocas gigantescas, lodo, troncos y materiales que han arrasado con puentes, caminos, viviendas, cultivos y animales. Se estima que el total de fallecidos será superior a cuatrocientos. Debajo de lo que ha dejado el río todavía están ocultos muchos compatriotas muertos. La naturaleza es más cruel con los pobres.
Antes de la Constitución política del 91, esas áreas apartadas eran Territorios Nacionales. Eran hijos de menos familia. No tenían el mismo nivel ni las mismas ventajas de los departamentos. Así como a los indígenas se los llegó a considerar carentes de alma, menores de edad, los Territorios Nacionales tenían ese carácter frente a los departamentos.
Varios cambios se produjeron en las últimas décadas que hicieron que el paso de territorio nacional a departamento no representara una transformación tan significativa como se esperaba. Han sido vistas como tierras de promisión para colombianos desplazados por la pobreza o la falta de oportunidades de otros campos y de las ciudades.
Es así como estas regiones se han beneficiado de poblaciones jóvenes, sacrificadas, emprendedoras y trabajadoras. Pero en estos tiempos esas áreas del país han sufrido, quizás más que en otros, los cultivos de coca, la minería ilegal intensiva y la devastación de bosques naturales, y han sido pasto de guerrilla, paramilitares y ‘bacrim’, que han fustigado y explotado a indígenas y colonos. Muchos de estos territorios sirven de paso al contrabando, drogas y armas. Han estado abandonados por el Estado.

Estas tragedias, que nos mueven a todos, también dan campo para la demagogia política, los discursos de oportunistas, la aparición inopinada de expertos que dicen saberlo todo.

Un cataclismo como el de Mocoa, con amplio despliegue de los medios de comunicación, conmueve a todo el país y a todo el mundo. Algunos pueden haber visto alejadas las inundaciones peruanas de estas últimas semanas. Pero Mocoa resultó ser muy nuestra, de un solo golpe, y su tragedia es nuestra tragedia. Todos queremos colaborar para resarcir en algo a las víctimas, y tenemos que hacerlo.
Puesto que en estos momentos de tragedia hay delincuentes que se aprovechan del impulso, debemos aportar de la manera más eficiente, por medio de cualquiera de instituciones capacitadas para hacerlo. Ellas son las que saben cómo actuar de manera profesional. Algunas de ellas son la oficina de desastres, la Cruz Roja, Unicef, el ICBF, algunos bancos, la Empresa de Acueducto y otras señaladas ampliamente por la prensa. Hay una sola cuenta bancaria confiable. Aportemos.
Estas tragedias, que nos mueven a todos, también dan campo para la demagogia política, la presencia inoperante de autoridades en busca de la foto, los discursos de oportunistas, la aparición inopinada de expertos que dicen saberlo todo. Hay acciones eficientes, pero no faltan medidas oportunistas. En el pasado nos aplicaron el impuesto del dos por mil en las transacciones bancarias, que con tanto gusto pagamos para ayudar a solventar una de las catástrofes. Después nos lo volvieron impuesto indefinido y doblado al cuatro por mil.
Propugnemos que esta debacle nos haga recapacitar, personal e institucionalmente, y se actúe de manera sensata y eficiente para la población. Que sirva para que el Estado trabaje para el desarrollo de las regiones apartadas. Que, pasada la batahola, no nos olvidemos de Mocoa como nos hemos olvidado de las otras calamidades.
Hoy recuerdo testimonios y libros como 'El barro y el silencio', de Juan David Correa. Pocos años después de la tragedia, Armero solo es un olvidado camposanto.
CARLOS CASTILLO CARDONA
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