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Una economía débil, sin condiciones para crecer

La tasa de inversión total de la economía se ubicó en 22 por ciento del PIB.

A pesar de la cifra de crecimiento económico del año pasado, que superó en pocos puntos la previsión de los expertos, y de que se proyecta un ritmo de 3,3 por ciento para el presente, no hay lugar para la complacencia. Ni para la tranquilidad de las autoridades y los agentes económicos.
No es posible ser complacientes. Como bien lo afirmó Mauricio Reina, “dejamos de avanzar a velocidad de bicicleta porque desapareció la bonanza minero-energética, y ahora estamos abocados a una triste realidad: sin viento de cola, esta economía solo puede avanzar a ritmo de triciclo” (‘Empantanados’, Portafolio, 15 de marzo de 2019, p. 21). Y ocurre que la economía mundial y la de América Latina también se están moviendo a la velocidad de un triciclo. Se encuentran en un equilibrio de bajo nivel. Es de esperar que el mundo expanda su producción en 3,5 por ciento este año; China crecerá al 6,2 por ciento, y la India lo hará por encima del 7 por ciento. En la región, todas las proyecciones son de crecimiento lento: Chile, al 3,3 por ciento; Brasil, al 2,3; Perú, al 3,8, y México, al 2 por ciento.

Un análisis detenido de los datos de crecimiento del PIB del año pasado en Colombia indica que su componente más dinámico fue el consumo del sector público y no el de los hogares

Los repetidos esfuerzos de los bancos centrales para estimular el crecimiento han sido fallidos. Se esperaba que las políticas monetarias fueran contraccionistas, con tasas de interés al alza. En las sucesivas reuniones de los directorios de estos bancos se ha venido manteniendo la postura contraria, es decir, expansionista. La semana pasada, el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos mostró su pesimismo y anunció que no movería en lo que resta del año el rango de tasas dentro de las cuales suministra fondos a los bancos. La tensión comercial entre China y Estados Unidos ha hecho mella. El comercio mundial se desaceleró, por lo cual no puede preverse que la demanda global impulse las exportaciones.
Un análisis detenido de los datos de crecimiento del PIB del año pasado en Colombia indica que su componente más dinámico fue el consumo del sector público y no el de los hogares, que arrojó una mejora muy marginal. La construcción de edificaciones está en descenso, al terminarse muchas de las obras que se estaban ejecutando. La tasa de inversión total de la economía se ubicó en 22 por ciento del PIB frente al 23,4 por ciento del 2015. Por otra parte, el índice de confianza del consumidor (Fedesarrollo) cayó en febrero después de recuperarse en los dos meses anteriores. Y en 2018 se deterioró el déficit externo por el incremento de las importaciones, sin que sea claro todavía si este se debe a mayores compras de maquinaria y equipo; la perspectiva para 2019 es que continúe aumentando.
La buena noticia es que el precio del petróleo se ha estabilizado en las últimas semanas entre 65 y 70 dólares por barril. Ojalá se mantuviera en este nivel en el resto del año, ahora que la producción colombiana también ha ido en aumento. El riesgo, sin embargo, es que la fragilidad de la economía mundial debilite el precio del petróleo.
La mala noticia es que el gasto público continuará elevándose, con el riesgo de que se incube un déficit fiscal mayor que el previsto, sobre todo en los años siguientes. Lo que no augura nada bueno. Simultáneamente, en el debate del Plan de Desarrollo se ha detectado el ánimo de los políticos de cerrar la economía e imponer más contribuciones a las empresas y los consumidores. No tiene sentido que el Congreso se meta a elevar los aranceles, atribución de hace más de 50 años en el Ejecutivo.
Así va a ser muy difícil que la inversión privada se eleve, el desempleo disminuya y el crecimiento vuelva a un nivel de 4 por ciento anual. La verdad verdadera es que no son claras las fuentes de crecimiento de la economía ni el modelo de desarrollo que pretende aplicar el Gobierno.
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