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Los ‘episodios’ del doctor Junguito

Junguito desarrolló una brillante carrera como economista y es conocedor de los asuntos tributarios

Roberto Junguito Bonnet acaba de publicar el libro Cien episodios de la historia económica colombiana, en el cual, a través de ensayos cortos, muy bien documentados, se relata, en una perspectiva de larga duración, el manejo que se ha dado a la economía colombiana en estos doscientos años de vida independiente.
Fuera de recoger en estos ‘episodios’ los más variados aspectos de nuestra historia, el libro es igualmente una memoria de la vida profesional del doctor Junguito. Quien, después de graduarse de economista en la Universidad de los Andes y realizar estudios de posgrado en Estados Unidos, regresó al país y se vinculó como jefe de la Unidad de Estudios Industriales y Agrícolas del Departamento Nacional de Planeación, en la época de oro de esta entidad, durante del gobierno de Carlos Lleras Restrepo.
Uno de los episodios es precisamente su recuerdo personal de presidente Lleras, el primero al que trató directamente, en el Conpes. De ahí en adelante, Junguito desarrolló una brillante carrera profesional como economista –que de ninguna manera ha concluido–, la cual lo llevó a la dirección de Fedesarrollo, al Ministerio de Agricultura, dos veces al Ministerio de Hacienda, a la junta directiva del Banco de la República, al directorio del Fondo Monetario Internacional y a la presidencia de dos gremios. Los episodios tienen que ver, en buena parte, con sus actuaciones como formulador y ejecutor de la política económica durante cincuenta años.
Junguito es un gran conocedor de los asuntos tributarios y fiscales. No sorprende, por tanto, que el tema fiscal esté presente a lo largo de todo el libro. Uno de los primeros episodios trata sobre la propuesta de don Pedro Gual –encargado del Ministerio de Hacienda de la Gran Colombia–, en el Congreso Constituyente de Cúcuta en 1821, de establecer el impuesto directo a las rentas y ganancias de los ciudadanos. Propuesta que se aprobó, pero que, desde el momento de su presentación, comenzó a ser rechazada por los participantes en el Congreso. Fue tal la oposición que el impuesto comenzó a modificarse desde 1823 y se suspendió en 1826 por presión, aparentemente, del mismo Simón Bolívar.
Allí, en Cúcuta, pues, se inició nuestro karma en materia tributaria y fiscal, que en 200 años no hemos logrado derrotar. El desequilibrio fiscal ha sido un factor predominante en la economía colombiana; lo fue durante el siglo XIX, en el XX, y continúa siéndolo en el XXI.
El impuesto de renta vino a ser aprobado nuevamente hace cien años por iniciativa del entonces ministro de Hacienda, Esteban Jaramillo, el primer gran tecnócrata colombiano. La estructura del impuesto de 1821 y la del de 1918 fueron, curiosamente, muy similares. En 1935, en el gobierno de Alfonso López Pumarejo, el impuesto se fortaleció y se complementó con los de patrimonio y exceso de utilidades.
El impuesto de renta fue, desde ese momento, mucho más importante que los impuestos indirectos. Por esto, la Misión Musgrave, de finales de los años sesenta, recomendó elevar la tasa del impuesto a las ventas, establecido pocos años antes. Y no fue hasta 1983, en la administración Betancur, cuando se aprobó el IVA.
Los colombianos no hemos sido capaces de resolver nuestro problema fiscal. E, infortunadamente, el proyecto la ley de financiamiento que se presentó al Congreso no ha tenido el manejo político que se merecía. Porque lo ideal es resolver el problema de una vez por todas, mediante un gran acuerdo nacional con participación de todos los partidos políticos. Sin política no pueden hacerse las reformas. ¿Será esta otra oportunidad desperdiciada para arreglar una falla estructural de los últimos doscientos años?
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