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La nueva crisis de Argentina

Los ciudadanos de dicho país enfrentan, otra vez, una crisis cambiaria y fiscal.

Aprovechando la semana de receso universitario, estuve la semana pasada en Buenos Aires. Hacía varios años que no visitaba la ciudad, y era interesante conocer de primera mano, hasta donde ello es posible en unos pocos días, la situación económica y política del país.
Aunque en las calles de Buenos Aires no se percibe la brutal caída de la producción de bienes y servicios –la contracción del PIB–, los argentinos enfrentan, otra vez, una crisis cambiaria y fiscal. Han tenido que acudir en dos ocasiones, desde abril de este año, a una cuantiosa ayuda financiera del Fondo Monetario Internacional (FMI). El programa con el fondo es duro y muy exigente. Pero el gobierno Macri está decidido a cumplirlo. Ojalá lo logre; de su buen éxito depende el futuro de la nación.
Escuchando y leyendo sobre la política económica argentina, no podía menos de sorprenderme y pensar en las fortalezas del manejo de la economía colombiana, y particularmente de la conveniencia para Colombia de contar con la junta directiva del Banco de la República, con el marco de política monetaria bajo el esquema de inflación objetivo, la flexibilidad de la tasa de cambio y la regla fiscal.
Es que el programa argentino con el FMI contempla, por ejemplo, un déficit fiscal primario (antes del pago de intereses sobre la deuda) de ‘cero’, ‘cero’ expansión de la base monetaria y un esquema de flotación de la tasa de cambio dentro de una banda cambiaria. Algunas de estas herramientas las usamos en Colombia en los años noventa, pero hoy en día se mencionan solamente en los cursos de historia económica.
El marco de política monetaria, adoptado en Colombia desde 1999 (completará 20 años de existencia), ha permitido enfrentar con éxito coyunturas como las generadas por la Gran Recesión internacional de hace una década y, más recientemente, la que trajo consigo la abrupta caída del precio internacional del petróleo en el segundo semestre de 2014. Esta situación tenía que conducir a un ajuste económico fuerte, con la devaluación de más de 50 por ciento en 2015 y la elevación de las tasas de interés para controlar el impacto inflacionario de la devaluación, en un momento en el cual, además, se presentó un fuerte fenómeno del Niño.
El avance de Colombia en el manejo de su política monetaria y cambiaria de los últimos veinte años fue monumental. Pero los colombianos, acostumbrados a mirar siempre la parte negativa de las cosas, no nos damos cuenta de ello ni de que, por fortuna, contamos con unas instituciones que funcionan y con una tecnocracia que puede dar ejemplo en América Latina.
* * * *
El problema argentino fue el profundo desequilibrio fiscal y externo. A principios de 2018 se registraban simultáneamente un déficit fiscal equivalente al 6 por ciento del PIB y uno en la cuenta corriente de la balanza de pagos de 5 por ciento del PIB. En lugar de reducirse, los déficits se ampliaron durante los dos y medio años iniciales del gobierno de Macri. Una situación que podía mantenerse mientras los inversionistas internacionales tuvieran confianza en la economía argentina y en su capacidad para pagar la deuda externa.
Pero eso no ocurrió. Por el contrario, desde abril de este año, las circunstancias internacionales dieron la vuelta: se revirtió la dirección de los flujos de capitales, lo que rompió el equilibrio con una devaluación de la moneda de más del 100 por ciento en cinco meses; el disparo de la inflación y la contracción económica. De ahí la necesidad de acudir al FMI.
La lección para Colombia es clara: aplicar la regla fiscal a rajatabla para controlar el endeudamiento externo y aprovechar el alza del petróleo para corregir el desequilibrio fiscal y no para ampliarlo, como infortunadamente sucedió en el pasado reciente.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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