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Hay que cuidar la democracia colombiana

El futuro del sistema democrático en un país como Colombia no está garantizado.

A pesar del deterioro del orden público en algunas regiones del país —Nariño, el Catatumbo y el bajo Cauca antioqueño—, las elecciones presidenciales que tendrán lugar dentro de dos semanas serán las primeras en más de cincuenta años que se realizan en un territorio sin Farc.
Es la oportunidad para que Colombia entre en una nueva etapa de su sistema democrático de gobierno. Una etapa que debería llamar optimismo por los caminos de progreso que se abren para el conjunto de la sociedad. Sin embargo, preocupa tanto la suerte futura de la democracia como las posibilidades genuinas de avanzar en la búsqueda de desarrollo y el bienestar.
Las encuestas de opinión señalan en la punta de la carrera presidencial a dos exponentes de los extremos del espectro político actual: uno cercano al populismo de derecha y otro al populismo de izquierda. A este último lo llama la revista Semana “populismo moderno”, sin saberse el significado del término. Pero, populismo es populismo. (Revista Semana, 6 de mayo de 2018, p. 20). ¿Habrá, entonces, que escoger entre dos modalidades de populismo? ¿Qué se hicieron los principios liberales que, mal que bien, orientaron la política colombiana en el siglo XX?
No me refiero al ‘trapo rojo’. sino al respeto por la arquitectura institucional, por la Constitución y la separación de los poderes públicos, por la fragmentación del poder, por las reformas pacíficas, por el ensayo y el error, por los ajustes graduales alrededor de los cuales se obtienen consensos, por la igualdad de oportunidades, por la lucha contra la desigualdad. Uno teme que estos populismos conduzcan a la concentración del poder y a los desequilibrios económicos, lo que atentaría contra la libertad, el bienestar y la democracia.
Es el riesgo enorme que se corre en un ambiente en que, como lo anota Semana, “las estadísticas demuestran que la insatisfacción de los colombianos con la política, los partidos y las instituciones en general es más alta que en cualquier otro momento desde que se promulgó la Constitución de 1991”. En el fondo, como ocurre en otras latitudes, hay un descontento con la democracia, y a los votantes les importa poco si el sistema cae en el populismo autoritario o en el populismo de izquierda. Eso es grave. Los jóvenes, de aquí y de allá, tienen poco apego por las reglas democráticas básicas.
El futuro del sistema democrático en un país como Colombia no está garantizado. Así las dictaduras militares en América Latina sean cosa del pasado y las gentes de la región rechacen las experiencias de Cuba y Venezuela, como lo afirma Mario Vargas Llosa en su último libro. Por consiguiente, un punto básico que debería exigirse a los candidatos presidenciales es su compromiso absoluto con la democracia y los principios liberales fundamentales. Porque sin liberalismo no hay democracia, y es la democracia la que protege los principios liberales.
Es lamentable que la alternativa liberal —la del centro, De la Calle— no tenga la acogida que debería tener entre los votantes potenciales. Los extremos están llenos de peligro. Qué tal el candidato Petro, proponiendo convocar una asamblea constituyente al día siguiente de su eventual posesión en la presidencia. Es decir, un salto al vacío, O el candidato Duque y su idea —compartida u originada en el expresidente Uribe— de refundir las cortes en una sola. No. El manejo del país requiere seriedad, estudio y la búsqueda de consensos.
Nadie niega los complejos problemas de la Colombia de hoy: la desigualdad, la corrupción, el deterioro moral de la clase política, la terrible ineficacia del Estado, la falta de seguridad jurídica. Hay que enfrentarlos y corregirlos, sin atentar contra la democracia.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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