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La luna de miel de TransMilenio

¿A qué horas Bogotá se volvió la oveja negra del rebaño?

La luna de miel de los bogotanos con TransMilenio parece haber llegado a su fin. Hay quienes sostienen que nunca la hubo. ¿Mala fe o memoria corta? La realidad es que hace diez y siete años, cuando la alcaldía de Peñalosa inauguró la primera troncal de TransMilenio, millones de personas tuvieron una mejora significativa en su calidad de vida. Los bogotanos nos despedimos de esa administración levitando de orgullo, satisfechos por un trasporte masivo que se anunciaba sostenible y eficiente. El capítulo bárbaro de la ‘guerra del centavo’ comenzaba finalmente a cerrarse.
Sabemos todos qué rumbo tomó esa historia. Si bien la construcción de TransMilenio fue el detonador de una admirable renovación urbana –como en la avenida Eldorado–, en otros, el paso de los gusanos rojos dejó una secuela de heridas profundas en el tejido de la ciudad. Prueba evidente de ello son los esperpentos de la avenida Caracas y de la otrora gloriosa avenida Mazuera: la carrera 10.ª. La misma tecnología y la misma visión, pero con resultados opuestos y contradictorios. ¿Cómo se explica esto?
Una de las razones, sin duda, es que las alcaldías siguientes optaron por enfrascarse en las diatribas del metro y, por estar pensando en las peras que nunca compraron, abandonaron a su destino las manzanas de TransMilenio. Esa amnesia política nos terminó pasando la cuenta. Mientras tanto, y como nadie es profeta en su patria, la lección de Bogotá pronto se volvió evangelio para muchas ciudades del mundo.

Se debe poner a soñar el imaginario bogotano con las tres palabras que se desaparecieron del proyecto TransMilenio: ‘diseño’, ‘diseño’ y más ‘diseño’.

Según cifras del Instituto para la Política de Transporte y Desarrollo (ITDP), con sede en Nueva York –una ONG que promueve el desarrollo de sistemas BRT (Bus Rapid Transit)–, más de 207 ciudades en seis continentes han implementado sistemas de trasporte masivo sobre ruedas. Se han construido más de 5.400 km de carriles, y sobre estas redes se desplazan a diario 34 millones de pasajeros.
Entonces, uno se pregunta: ¿a qué horas Bogotá se volvió la oveja negra del rebaño? Steve Jobs, el fundador de Apple, alguna vez dijo: “A veces, cuando innovas, cometes errores. Lo mejor es admitirlos rápidamente y seguir mejorando con tus otras innovaciones”.
¿A quién se le ocurriría seguir celebrando la llegada de los celulares si continuáramos hablando por un aparato del tamaño de un ladrillo? TransMilenio es genial, pero para que regrese la luna de miel, esta administración –que se inventó el sistema– ahora tiene la tarea urgente de reemplazarlo con la versión (2.0). Dejar de defender lo hecho hace veinte años y poner a rodar el modelo nuevo que tiene en mente.
¿El experimento puede comenzar por la 7.ª? Con el carrusel de la revocatoria al acecho, prudencia aconsejaría no meterse en semejante camisa de once varas. Porque mientras se desbarata la única arteria que (mal) conecta los estratos uno y seis –para volver a reconstruirla con un TransMilenio–, el peligro es que el sistema entero se venga al suelo. Convendría primero enseñarles a los escépticos el ejemplo de una línea BRT del futuro, reconstruir cualquier troncal de las que están al borde del colapso o inaugurar una de las que están en proyecto.
La cartilla del BRT del futuro ya la están escribiendo hoy muchas ciudades del mundo; basta ver a Vancouver o el corredor de Yichang (China), que utiliza vías de paso innovadoras usando un 20 % menos de ancho de calle que las vías de paso tradicionales. Las fotos hablan por sí solas: pasajes peatonales subterráneos con tiendas y servicios, señalización inteligente, articulados eléctricos, menos cemento y mucho más verde, materiales y arquitecturas deslumbrantes. En pocas palabras, poner a soñar el imaginario bogotano con las tres palabras que se desaparecieron del proyecto TransMilenio: ‘diseño’, ‘diseño’ y más ‘diseño’. Cuando eso ocurra, el proyecto de la 7.ª tendrá el apoyo de toda la ciudadanía.
CAMILO AYERBE POSADA
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