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Vivimos en un mundo mejor

Este es uno de los momentos más pacíficos de la historia. La mayoría de gobiernos son democráticos.

Bjørn Lomborg
Es muy fácil formarse la opinión de que el mundo moderno se está desmoronando. Nos enfrentamos constantemente a un ataque de negatividad: titulares que amedrentan, resultados de investigaciones alarmantes y estadísticas miserables.
En verdad, existen muchas cosas en el planeta por las que deberíamos estar profundamente preocupados. Pero obsesionarnos con las historias de terror significa que nos perdemos el panorama más amplio.
Las Naciones Unidas se centran en tres categorías de desarrollo: social, económico y ambiental. En cada categoría, mirando en retrospectiva los últimos 25 años, tenemos muchos más motivos para celebrar que para alarmarnos. Por cierto, estos años han sido un período de progreso extraordinario.
A nivel social, el indicador más importante es cuántos años vive cada uno de nosotros. En 1990, la expectativa de vida promedio era de 65 años. En 2016 subió a 72,5 años. En apenas 26 años ganamos 7,5 años de vida.
Un pesimista podría sugerir que esto significa que tenemos 7,5 años más para estar enfermos y sentirnos miserables, pero no es el caso. En 1990 pasábamos casi el 13 % de nuestra vida enfermos, y ese porcentaje no ha aumentado. Y si bien se habla mucho sobre que la desigualdad está peor que nunca, en esta medición más vital, la desigualdad está disminuyendo: la brecha entre la expectativa de vida en los países pobres y ricos se ha achicado drásticamente.
En términos de desarrollo económico, uno de los indicadores más importantes es el porcentaje de personas que viven en la pobreza. Hoy, mucha menos gente vive en una condición de necesidad deplorable. En 1990, el 37 % de la gente vivía en condiciones de extrema pobreza; hoy es menos de una persona de cada diez. En apenas 28 años, más de 1.250 millones de personas han sido sacadas de la pobreza –un milagro que recibe demasiado poca atención–.
Si miramos el medioambiente, uno de los principales asesinos es la contaminación del aire en lugares cerrados causada por gente pobre que utiliza estiércol y madera para cocinar y mantenerse abrigados. En 1990, esto causó más del 8 % de las muertes; ahora es el 4,7 %. Eso equivale a que son más de 1,2 millones de personas menos que mueren por contaminación del aire en lugares cerrados cada año, a pesar de un incremento de la población.
Existe una tendencia similar en muchas otras estadísticas de desarrollo ambiental. Entre 1990 y 2015, el porcentaje del mundo que practicaba defecación al aire libre se redujo a la mitad, al 15 %. En el mismo período, 2.600 millones de personas más tuvieron acceso a mejores fuentes de agua, alcanzando un porcentaje del 91 %. Más de un tercio de toda la población del mundo ganó acceso a un agua de mejor calidad.
Las mejoras no terminan ahí: el mundo está más alfabetizado; el trabajo infantil ha venido cayendo; vivimos en uno de los momentos más pacíficos de la historia, y la mayoría de los gobiernos del mundo son regímenes democráticos.
Max Roser, de la Universidad de Oxford, ha creado un sitio web integral para explorar datos como estos. Curiosamente, sugiere que podríamos pensar en estos cambios que se produjeron en 25 años en términos de lo que sucedió en las últimas 24 horas: visto de esta manera, solo en el último día, la expectativa de vida promedio aumentó 9,5 horas; 137.000 personas salieron de la pobreza extrema, y 305.000 tuvieron acceso a agua potable más segura. Los medios podrían haber contado cada una de estas historias todos los días desde 1990.
Pero las buenas noticias no son tan noticiosas como las malas. Esto no es solo culpa de los medios. Es más difícil contar una historia positiva. En muchos casos, la “noticia” no es que sucedió algo, sino que algo malo ya no está sucediendo. No capta nuestra imaginación de la misma manera. Un estudio interesante de 2014 determinó que inclusive cuando los participantes decían que querían leer historias positivas, su comportamiento revelaba una preferencia por el contenido negativo (una preferencia de la que ni siquiera eran conscientes).
Todos deberíamos proponernos prestar más atención a los hechos positivos. Cuando a la gente se le pregunta si las condiciones de vida en el mundo serán mejores en 15 años, el 35 % cree que sí y el 29 %, que empeorarán –esencialmente, un cincuenta-cincuenta–. Pero entre la gente que entiende que muchas cosas en el planeta ya están mejor que antes, el 62 % cree en el progreso. Ese porcentaje cae a apenas 17 % entre quienes desconocen los hechos. La percepción de que todo está empeorando pinta un panorama distorsionado de lo que podemos hacer y nos hace sentir más temerosos.
Consideremos el escenario bastante frecuente en el que los políticos y los medios despiertan el miedo a la delincuencia, inclusive cuando las estadísticas demuestran que las tasas de criminalidad a nivel nacional son bajas o están cayendo. Finalmente, se puede terminar dedicando la atención y los recursos escasos a solucionar un desafío equivocado, y ponemos más policía en la calle o reducimos las libertades civiles, en lugar de implementar más políticas que favorezcan el bienestar –pero que son menos noticiosas– como mejorar la preescolaridad o la atención médica.
Mientras que entender mal los hechos puede resultar fácilmente en políticas equivocadas basadas en el miedo, un reconocimiento más equilibrado basado en los hechos de lo que la humanidad ha logrado nos permite centrar nuestros esfuerzos en aquellas áreas en las que podemos obtener los mejores resultados (muchas veces donde ya nos está yendo bien). Esto garantizará que el futuro pueda ser aún más brillante.
Bjørn Lomborg
Director del Centro del Consenso de Copenhague y profesor visitante en la Escuela de Negocios de Copenhague.
Bjørn Lomborg
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