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La mala hora de Donald Trump

La última deserción ha sido la del secretario de Defensa, Jim Mattis. 

La caída de la bolsa y el miedo a una recesión; el cierre temporal del Gobierno; los problemas judiciales ligados a su vida privada y las tramas rusas aún desconocidas que le respiran en la nuca; la pésima gestión de los asuntos internacionales y el abandono de sus más altos funcionarios han marcado el final de 2018 para el presidente de Estados Unidos, un año que podría resumirse en el latinajo, muy usado por los británicos, de ‘annus horribilis’.
La última deserción ha sido la del secretario de Defensa, Jim Mattis, acompañada de una larga carta en la que cuestiona la mayor parte de las decisiones inconsultas de Trump en asuntos internacionales. Mattis se suma a cerca de 40 de los más altos cargos que han ido abandonando la Administración estadounidense, unos expulsados por disidencia, otros dimitidos por voluntad propia, hartos de Trump.
En el caso del ex secretario de Estado (canciller) Rex Tillerson, dejó constancia escrita de su opinión sobre el presidente: “Es más tonto que una piedra (...), un vago del demonio (...), no tiene la capacidad necesaria, no le gusta leer y actúa por instinto”. Despidos notorios fueron también los del fiscal general Jeff Sessions, por falta de docilidad, o el del jefe de gabinete John Kelly.

La pésima gestión de los asuntos internacionales y el abandono de sus más altos funcionarios han marcado el final de 2018 para el presidente de Estados Unidos

Las cuestiones más graves que planean contra Trump en este comienzo de año son, por este orden: la acusación de delito federal por las donaciones irregulares en momento electoral a dos mujeres para comprar su silencio, caso que ya está en firme junto con el de “obstrucción a la justicia”, que sostuvo el despedido director del FBI James Comey, y las investigaciones del fiscal Robert S. Mueller sobre una trama rusa que incluye las actividades de la familia del presidente con agentes de Moscú, la injerencia del Kremlin en las elecciones presidenciales para instar la derrota de Hillary Clinton y, sobre todo, los pasados negocios inmobiliarios de Donald Trump en Moscú, incluyendo operaciones aún desconocidas, cuyo conocimiento daría una sorprendente seguridad al siniestro Putin para mostrar su familiaridad con el presidente estadounidense, al que, según algunos analistas, tendría en sus manos.
Como muestra, por ejemplo, la creciente enemistad norteamericana con sus aliados tradicionales de la Otán, o el hecho de dejar el campo libre a los rusos en Oriente Próximo, en un caos geopolítico sin precedentes.
Insólita situación que merece un futuro análisis. Por el momento, podemos volver a la novela de Philip Roth ‘El complot contra América’. En todo caso, el fiscal encargado de investigar las interferencias rusas ya ha llevado a los tribunales a 32 personas y logrado la autoinculpación de tres altos colaboradores del presidente en un último acto para estrangularlo judicialmente.
2018 ha sido también el año del enfrentamiento total de Trump con los medios (excepto con el canal Fox News), a los que califica de “enemigos de la gente”, situando la mentira en el centro de su gestión pública. Según una medición de final de octubre pasado, en 649 días en la Casa Blanca, el presidente lanzó 6.420 afirmaciones falsas.
Decisivos han sido en las últimas semanas los informes de ‘The New York Times’ sobre la falsedad de la leyenda de Trump como un capitalista triunfador “hecho a pulso”, mediante la revelación de los orígenes y el desarrollo de una fortuna realizada, según los editorialistas del diario, con “actividades éticamente poco precisas y posiblemente ilegales” y con negocios atravesados de tramas para evadir impuestos y fraudes de diverso tipo.
La puntilla la acaba de dar el periodista Bob Woodward (el autor de la investigación sobre el caso Watergate, que hizo renunciar a Richard Nixon) con su obra ‘Miedo’, realizada a partir de más de 200 entrevistas con altos funcionarios, y en la que aparece Donald Trump como un “megalómano, inepto, mentiroso... un peligro para el interés nacional, al que tienen que vigilar de cerca sus propios funcionarios”.
ANTONIO ALBIÑANA
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