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Hungría como síntoma

La xenofobia húngara se ha extendido a los antiguos países del área soviética.

“Hay hombres que parecen tener solo una idea, y es una lástima que esa idea sea equivocada”. Charles Dickens
Por cuarta vez, Víctor Orbán acaba de ganar las elecciones en Hungría. Victorias consecutivas, menos un intervalo en el que estuvo inhabilitado por corrupto. Su mensaje central, con tintes apocalípticos, y el de su partido, Fidesz, es el del peligro de una futura “invasión migratoria”: los inmigrantes representarían una amenaza y “pueden diluir la identidad del pueblo húngaro, blanco y cristiano en su mayoría”. Esa “idea-fuerza” ha convencido a casi la mitad de sus compatriotas: un 49 % (134 escaños de 199). Le sigue, con un 19 %, un partido que casi es tan siniestro como el de Orbán, el Jobbik, ultraderechista y xenófobo, cuyos miembros creen transmitir la herencia de Atila. Solo en tercer lugar, aparecen los socialdemócratas con un 12,25 % y 10 escaños.
Orbán reformó en 2011 la Constitución húngara para hacerla confesional y más nacionalista, edificando lo que literalmente denominó una “democracia iliberal” con un viraje galopante hacia la xenofobia y al racismo antiinmigrante, oponiéndose abiertamente a reasentar refugiados, esgrimiendo una presunta “invasión musulmana”. Entre las acciones más espectaculares del ahora recién reelegido Víktor Orbán figura la construcción de una valla electrificada para blindar las fronteras contra la inmigración, paralela a una política severa de detenciones. El día después de su victoria anunció una ley para atenazar a las ONG que trabajan en el apoyo a inmigrantes, obligándolas a obtener un permiso del ministerio del Interior.

Entre las acciones más espectaculares del ahora recién reelegido Víktor Orbán figura la construcción de una valla electrificada para blindar las fronteras contra la inmigración.

Y como, al decir de un analista, “la maldad, como la estupidez, no tiene fronteras”, la xenofobia húngara se ha extendido a los antiguos países del área soviética, Polonia, Chequia, Eslovaquia, el eje de “Visegrado”, que, en rebeldía con los acuerdos de la Unión Europea de repartir refugiados, que son una pequeña parte de los migrantes, se han negado a acoger a uno solo, sin que las autoridades comunitarias hayan ejercido sanción alguna. Al contrario, el nuevo jefe de Hungría, uno de los mayores beneficiarios de fondos de la Unión, fue felicitado efusivamente por sus colegas del Partido Popular Europeo, uno de los primeros el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.
El 1.° de mayo de 2004, la Unión Europea incorporó a 10 países del este del continente, que estuvieron bajo la férula soviética desde la Segunda Guerra Mundial. Cada uno tenía su historia, en muchos casos todavía no revelada en su crudeza. Por ejemplo, en Polonia se practicó el antisemitismo, bajo los nazis y bajo los soviéticos, con la aquiescencia de una buena parte de su población. Algunos campos de concentración siguieron funcionando con gestión ‘autóctona’. Algo de ese ‘espíritu’ está aflorando estos días, y la mayoría de los exsoviéticos, ahora europeos comunitarios, sostienen posiciones xenófobas como las de Hungría.
Y lo peor es que ese sabotaje a la filosofía y la legislación comunitaria, particularmente en el respeto a la inmigración y acogida de los refugiados, dentro de los derechos humanos, se va extendiendo al resto del continente, con el desarrollo de importantes fuerzas, afortunadamente aún minoritarias, en Austria, Alemania, Francia, Italia, Países Bajos...
El inicio de la solución está muy claro en principios de la Unión, hoy desgraciadamente en sordina: acoger a los refugiados que huyen de guerras, muchas veces consecuencia de la historia nefasta de fragmentación del colonialismo europeo, origen de los actuales enfrentamientos y, en lo posible, tratamiento del problema ‘en origen’: por ejemplo, el que propone el presidente de la Comisión de la Unión Africana, Moussa Faki: ayudar a la creación de los 22 millones de nuevos empleos que necesita África, para que sus jóvenes no tengan que emigrar azarosamente.
Todo, menos devolver al mar a las “hordas de indocumentados que tratan de invadirnos”, como sugiere el presidente Víctor Orbán.
ANTONIO ALBIÑANA
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