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No son el futuro, son el ahora

Sin que los niños estén en el centro de nuestras acciones, será difícil construir la paz en el país.

El 19 de agosto de 1982, los miembros de la Asamblea General de la ONU, en sesiones de emergencia extraordinaria, y afligidos por el alto número de niños y niñas palestinos y libaneses que habían sufrido con horrores físicos y emocionales los estragos de la guerra, establecieron el 4 de junio de cada año como el Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión.
Este nombre pareciera, de entrada, ser una contrariedad: ¿existen, acaso, niños o niñas víctimas de agresión que no son inocentes o que son responsables de ello?
Pero la paradoja es viable en contextos en donde, efectivamente, parece que se ha olvidado por completo la relevancia de proteger los derechos de los niños y niñas por encima de cualquier interés político, económico y social.
En Colombia, por ejemplo, la fecha pasó desapercibida, a pesar de que nuestros niños y niñas son, a diario, las mayores víctimas inocentes de situaciones que ocurren en la agenda nacional, como los conflictos armados, las huelgas, la corrupción y los desastres naturales. O incluso a pesar de que, de vez en vez, el país se desborda en indignación y rabia cuando los medios de comunicación publican casos aberrantes de violencia infantil. Movilizaciones que a lo sumo son tan grandes como fugaces, y que pocas veces o nunca generan acciones concretas orientadas a la prevención.
Desde la mirada del conflicto armado, todos los niños y niñas han sido víctimas de una u otra manera, así como lo somos los adultos. Todos hemos vivido años en donde no es posible jugar en la calle, por ejemplo, y hemos tenido que vivir o al menos enterarnos de masacres de comunidades enteras. La cultura de la violencia, que por décadas ha trazado la realidad de nuestro país, está, inevitablemente, inmersa en nuestras formas sociales y familiares, y de allí se desprenden, principalmente, tantos casos ignominiosos de maltrato y violencia sexual intrafamiliar.

el Estado debe invertir recursos y desarrollar proyectos y servicios en el fortalecimiento de las familias, la base fundamental de la transformación social

Y ni hablar de los niños y niñas que han crecido dentro de los grupos violentos al margen de la ley, y a quienes se les ha arrebatado cruelmente su infancia.
Algunos de ellos están siendo entregados al Estado como parte de los acuerdos con las Farc, siendo aún menores de edad, y el acompañamiento del Gobierno y la sociedad serán vitales para su recuperación y el restablecimiento de sus derechos. Pero ¿qué pasa con las infancias que se perdieron cuando los guerrilleros fueron vinculados siendo niños?, ¿podrán recuperarse luego de haber crecido entre tanta violencia?
Es el Estado, entonces, el responsable de abanderar y promover políticas de transformación cultural en donde sean los niños y niñas los protagonistas de cualquier escenario de la realidad nacional, empezando por los acuerdos de paz que se firmaron o se firmen de aquí en adelante con los grupos alzados en armas.
Si como sociedad no logramos que los niños y niñas estén en el centro de nuestras acciones, será difícil construir la paz de nuestro país. Un niño que crece en un contexto violento tendrá en su adultez muchas probabilidades de repetir círculos de violencia si no se hace un debido acompañamiento de su recuperación emocional, proceso clave que es necesario hacer desde los núcleos familiares con el respaldo de organizaciones competentes para ello.
Nosotros, como sociedad, debemos construir otros escenarios con mejores condiciones de vida, desarrollo, nutrición y educación, para así poder cortar de tajo la cultura de violencia con la que hemos crecido. Solo de esta manera podemos construir una verdadera paz, y darles paso a generaciones que puedan nacer en un país en armonía y sin violencia.
Mientras los niños y niñas no sean los protagonistas para el Estado y la sociedad, seguiremos en la misma práctica cultural en donde el adulto es el miembro importante y su ventaja, su poder y su posición prevalecen por encima de los derechos de la infancia, relegándolos a ser ‘ciudadanos de segunda’, y manifestando su poderío en actitudes de crianza violentas que afectan el desarrollo infantil.
Si como país no queremos más réplicas de casos indignantes de maltrato físico, violencia sexual, abuso por negligencia y cuantos más escenarios sufren a diario nuestros niños y niñas, el Estado debe invertir recursos y desarrollar proyectos y servicios en el fortalecimiento de las familias, la base fundamental de la transformación social. Siempre será más efectiva la prevención que el castigo.
No malinterpretemos más la frase popular ‘los niños son el futuro’. No pensemos en individuos que serán, en ciudadanos de algún tiempo lejano. Los niños y niñas son el ahora y merecen la mayor atención y protección de cualquier sociedad.
ÁNGELA ROSALES
* Directora de Aldeas Infantiles SOS Colombia
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