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¿Norte para el periodismo?

La información, la noticia, la chiva es el evangelio que debe prevalecer.

Andrés Candela
No sé cuántas veces he leído completamente El mejor oficio del mundo, también estoy muy seguro de haber consultado un sinnúmero de veces Entrevista con la historia; además −en los reportajes−, tengo por costumbre constatarlos, por decirlo de alguna forma, con la hoja de ruta y precisiones reveladas a fuerza de escribir, reescribir y corregirse dolorosamente de Truman Capote en Música para camaleones y su ya clásica introducción, El látigo que Dios me dio. Todo esto con algunos de los tantos textos ‘obligados’ para el periodismo escrito o para todo aquel que quiera dedicarse a tan noble, silencioso, oficio de la narración y la observación social.
Se tiene como ‘credo’ periodístico la ob-je-ti-vi-dad antes de recolectar acontecimientos, hechos para exponerlos, entregarlos y publicarlos, pero nunca será lo mismo interpretarlos o analizarlos; mas, hay ciertos sucesos o verdades que por su propio peso histórico, la fuerza de sus imágenes e inmediatez que tienen −aun en época de las redes sociales− no necesitan ser interpretados y/o analizados: ¡es llover sobre mojado! Peor, y mucho más patético, cuando se intenta desprestigiar esos eventos noticiosos de imágenes en vivo y cuyo fondo es completamente humanista; sumamente cruel cuando desde la comodidad casera y el plato lleno se desea ser la ‘estrella’ de un evento que carece de índole ideológico; verbigracia, Francisco Gustavo Petro criticando desde su cuenta de Twitter la entrega humanitaria del sábado 23 de febrero, los periodistas arriesgando su vida y Petro… (tema de otra columna).
Un periodista de campo debe ser como un párroco sin aspiraciones a pontífice: el protagonista no debe ser él, tampoco su vocación. La información, la noticia, la chiva es el evangelio que debe prevalecer, perdurar para luego ser publicado. Pero todo esto también se oscurece y genera desilusión con el trabajo de campo y los años de experiencia: desafortunadamente −en algunas ocasiones− uno se estrella, se percata que aquellas beldades teóricas de la catedra universitaria están encadenadas a diversos intereses predominantes del imperecedero poder que impiden la publicación de una investigación, noticia, crónica o reportaje; luego, se archiva, se continúa y, a pesar del impase, ¡no se renuncia a la profesión ni, mucho menos, se contempla la idea de callar! Es un deber moral que, con los años, se nutre gracias a la experiencia, jamás a la venta de adjetivos.
Dulcis in fundo el escándalo que puso de cabezas el periodismo germano con repercusión para todo el mundo y que El País de España (reportaje semanal) publicó el pasado 14 de febrero, incluso, el editorial de EL TIEMPO también mencionó la historia del fraude el 21 de febrero: Mentiras costosas, un reconocido periodista alemán, Claas Relotius: muchos premios, una estrella de la pluma que se vio confrontado y acorralado por un reportero free lance de origen español, Juan Moreno, y que, por último, dejó al teutón como un excelente carpintero de crónicas falsas, ¡un estafador!
Nada nuevo bajo el cielo: las mentiras son tan antiguas como el hombre, sus idiomas y la noche; sin embargo, cuando se lee el reportaje de El País, uno se percata que, además de embaucador, tenía también el exacto perfil de un simulador, ¡la gentileza!, don que hacía caer a muchos colegas de trabajo a sus pies sin que estos se cuestionaran con las diversas imprecisiones en sus reconocidas y premiadas crónicas.
Este oficio −como yo lo vivo, lo siento y lo estudié− ¡es hermoso, esplendoroso! Hasta ahí podría equiparar los adjetivos de esta inexplicable pasión. Profesión que despeja mantos de embustes, precisamente, para rescatar verdades; oficio que −como tantas veces lo he mencionado en este espacio− se convierte en un desafío contra el tiempo del cierre editorial para emprender la búsqueda de un bote que navegaba por las inundadas calles de la capital; luego, años después, la historia nos llegó a la catedra como el rumor que se escuchó, se comprobó, y gracias a todo eso, se publicó y se convirtió en noticia.
El periodismo es un vigía de la sociedad, pero pierde con todos aquellos que anhelan fama ejerciendo la profesión y luego se resbalan en el ego tentador para abrirle las puertas a la tentación, la falsedad. El periodismo pierde cuando se convierte en refugio de políticos con columnas de opinión, se traiciona cuando le da espacio a ‘famosos’ sin ninguna formación y cuando todos estos males se agrupan: el vigía de la sociedad comienza a apestar muy mal.
P.S.: Hablando de periodismo, felicidades a Jhon Jaime Osorio por sus primeras tres décadas de elocuente periodismo deportivo. Tardías mis felicitaciones, pero nunca tan lentas como tus informes de lectura, profesor, ¡amigo!
Andrés Candela
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