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¡Señor, que acabe bien!

Le pido diariamente al Señor que me dé la gracia de arribar a buen puerto.

Alfonso Llano Escobar
El 21 de agosto de este año 2018 cumplí 93 años. Nunca pensé que iba a arribar a puerto tan lejano.
Ya diviso tierra firme (cielo). Falta el último trayecto. El más delicado, sin duda alguna, el más difícil y el más expuesto a tentaciones de toda clase. Quiero llegar a la meta. Por eso le pido diariamente al Señor que me dé la gracia de arribar a buen puerto. Un naufragio aquí sería fatal.
El libro del Eclesiástico trae una reflexión muy sabia que dice: “Antes de la muerte no llames feliz a nadie, porque solo en su final se conoce al hombre.” Ecl. 11,28.
El final revela la calidad de la persona, si es de oro, plata, cobre u hojalata. Jesús reveló, en la última etapa de su vida, la calidad divina de su persona: la pasión y muerte en cruz. Bajó hasta la oscura sima de su grandiosa y fecunda personalidad, hecho que la Biblia conoce con el nombre de kenosis, es decir, anonadamiento: tocó fondo, murió a toda grandeza; gustó, hasta las heces, la amargura de la nada; se hizo nada en la forma más real y visible.

Creo que es el papel del escritor teólogo. Levantar el ánimo de los lectores infundiéndoles el amor a la persona de Jesucristo: Jesucristo ayer, hoy y siempre.

En esto, Mel Gibson, con la película 'La pasión de Cristo', y Benítez, con la novela 'Caballo de Troya', no anduvieron muy lejos de la realidad. Murió a sí mismo para darnos a conocer a su Padre. Por eso (un ‘por eso’ denso de contenido) como consecuencia de tanta humillación, Dios lo exaltó y lo glorificó dándole el nombre sobre todo nombre: “Señor”; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en cielo, en la tierra y en el abismo. Y toda lengua proclame que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios PADRE”. Fil. 2,9-11.
Me acerco con temor y temblor a mi final. Un mal paso en este trance sería fatal.
Toda mi vida he sido un admirador del jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Cuando se acercaba a su final, que tuvo lugar en Nueva York, el domingo de la resurrección del Señor Jesús, 10 de abril de 1954, le pidió a su director espiritual de París que orara mucho por él “para que acabara bien”. Y Dios lo escuchó, ¡Terminó muy bien!
En mi caso personal, a lo largo del ejercicio como comunicador, vocación que fui desarrollando a lo largo de los años por el compromiso de responderle a un público lector que cada día más, ávido de conocimiento espiritual y religioso, me pedía escribir en libros, revistas y en esta, mi columna de EL TIEMPO.
No obstante, hoy reconozco que siento nostalgia al no haber podido cumplir con ese propósito, ya que en muchas ocasiones fui duramente censurado y no me fue posible continuar expresando libremente mis pensamientos; me llevo en el alma una enorme satisfacción de haber logrado la misión de sembrar conciencia y despertar del sonambulismo a tantas generaciones que dormitaban aún en lo agitado de este mundo terreno.
Creo que es el papel del escritor teólogo. Levantar el ánimo de los lectores infundiéndoles el amor a la persona de Jesucristo: Jesucristo ayer, hoy y siempre.
Quiero morir en la Compañía y en la santa Iglesia católica. Aquí encontré a Jesucristo, fuente de todo Bien y quien potencializa todo lo bueno y justifica todos los sinsabores y prohibiciones que me impusieron a lo largo de mis 50 años de escritor. Nada ha sucedido sin la intervención de Dios. Siempre he dicho, lleno de fe: ‘¡Que se cumpla en mí su voluntad!’.
Por tanto, no me falta razón para pedirles a mis lectores que oren mucho por mí para: ¡que acabe bien!
ALFONSO LLANO ESCOBAR, S.J.
Alfonso Llano Escobar
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