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Sistema electoral y paz

Urge volver no al bipartidismo, sino a los partidos serios, con diferencias ideológicas claras.

Entre los puntos sustanciales de los acuerdos de La Habana y del teatro Colón está mejorar la participación política y el sistema electoral y de partidos, así que, con o sin acuerdo de paz, aún hay muchos temas pendientes como, entre otros, la organización de los partidos, lo relativo a elecciones y participación ciudadana, la profundización de una democracia real y superar la apatía de la gente ante los partidos y las elecciones.
Algunas guerras civiles del siglo XIX y situaciones conflictivas en el XX, en cierto modo estuvieron asociadas a la desconfianza de determinados sectores sociales sobre quién y cómo se organizan las elecciones. Un periodista del radicalismo, Joaquín Pablo Posada, fue tal vez quien dijo primero que “el que escruta elige”, expresión recogida por abstencionistas como el sacerdote Camilo Torres, con el Frente Unido, en 1965.
En el MRL, López Michelsen hablaba de “feudos podridos” o sistema electoral cerrado para las minorías. Y a comienzos del siglo XX, Uribe Uribe tuvo que batirse prácticamente como único parlamentario liberal en el Senado, dejando huella de las luchas libradas por el liberalismo de su época como jalonador de grandes transformaciones sociales.
El siglo XX despuntó con fraude o ‘chocorazo’ –el ‘registro de Padilla’– que permitió la controvertida elección de Rafael Reyes en 1904. En algún momento de la hegemonía liberal, a mediados de esa misma centuria, los conservadores no acudieron a elecciones, alegando falta de garantías.

¿Por qué los ciudadanos no se interesan en la integración de los poderes públicos? ¿Es simple falta de cultura política o hay causas más profundas de índole socioeconómica?

En 1949, la violencia dentro del Congreso ocasionó la muerte de dos representantes a la Cámara (Gustavo Jiménez, sogamoseño, y, luego, Soto del Corral cuando se discutía una reforma electoral. La violencia liberal-conservadora en parte se generó en la lucha por el mantenimiento del poder y también por falta de garantías.
En 1950, Laureano Gómez fue elegido en solitario porque el liberalismo no presentó candidato, de nuevo por falta de garantías y porque un hermano del aspirante liberal, Darío Echandía, fue asesinado al confundírsele por su asombroso parecido físico con el Maestro.
Hace 60 años surgió el Frente Nacional, acuerdo liberal-conservador para erradicar la violencia. Hay quienes sostienen que en sus instituciones antidemocráticas, como la paridad, que excluían a los partidos distintos del Conservador y el Liberal del botín electoral, está el germen de la violencia guerrillera que aún intentamos acabar.
El M-19 nació en 1970 como rechazo de un sector de la Anapo a supuesto fraude electoral que, según ellos, le arrebató el triunfo a Rojas Pinilla, dándoselo al conservador frentenacionalista Misael Pastrana.
Por eso existe cierta conexión entre los esfuerzos por acabar la confrontación armada y las propuestas para mejorar el sistema electoral. Muchas de las iniciativas entregadas por la comisión de expertos van en la dirección correcta. Sin embargo, el registrador nacional, Juan Carlos Galindo, en Semana, pone el dedo en la llaga.
Debemos preocuparnos por la abstención electoral, que no se erradica con el voto obligatorio. ¿Por qué los ciudadanos no se interesan en la integración de los poderes públicos? ¿Es simple falta de cultura política o hay causas más profundas de índole socioeconómica?
Urge volver no al bipartidismo, sino a los partidos serios, con diferencias ideológicas claras y organización interna sólida y democrática. Lo que hoy vemos no ayuda mucho. Los presidentes no siempre tienen interlocutores únicos: casi tienen que hablar con cada uno de los parlamentarios, que agitan sus propios intereses. Sin verdaderos partidos no hay democracia sustentable.
El Registrador apunta a dos temas claves: listas cerradas y circunscripción nacional para Senado. Esas reformas hay que afrontarlas ya, o las campañas seguirán sin propuestas, personalistas e inmensamente costosas.
El problema no es que la financiación sea privada o pública. Pero sí es imperativo un control eficiente, independiente y real sobre el costo de partidos y elecciones.
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ
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