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El miedo a los impuestos

Da miedo vivir en un país donde falten los recursos que garanticen los derechos básicos de todos.

Nos da susto aportar porque no creemos en las instituciones y desconfiamos del contrato social que alguien firmó por nosotros y al que nos tocó adaptarnos segundos después de nacer, justo cuando una autoridad nos daba una palmada de bienvenida y dábamos nuestro primer gran berrido de protesta.
Pero aun quien no cree en Dios debe mirar al cielo para disfrutar el día, aun quien no cree en el Estado tiene un rol en la sociedad y tiene el deber de contribuir.
Gravar la canasta familiar a todas luces parece injusto, necio, impopular y atrevido. Pero algo debe esconderse detrás de una propuesta que atrae las críticas de miles de tuiteros ‘expertos’ en economía y derecho tributario, y los aplausos de otros que ven la necesidad de convertir el IVA en un impuesto más simple, ampliando el cobro a más bienes y servicios, y devolviéndoles el valor pagado a las familias más vulnerables.
Sobre esto último, algunos reconocen que está bien reembolsar el IVA a los más pobres, pero aseguran que ese dinero se perdería en el camino, desconociendo que Colombia cuenta con uno de los mejores sistemas de registro e identificación de las familias más vulnerables y que es muy fácil consignarles o entregarles la devolución con bonos o mediante programas como Familias en Acción.
La devolución del IVA ya funciona en varios países de América Latina, como Uruguay y Argentina. En el primero, las personas más pobres reciben un reembolso del IVA en una cuenta asociada al programa Tarjeta Uruguay Social. En Argentina, con el programa
Reintegro del IVA, personas en condiciones de vulnerabilidad reciben de vuelta el 15 por ciento de las compras realizadas con la tarjeta débito asociada a la cuenta gratuita de la seguridad social. Estos dos países presentan los niveles de desigualdad en distribución del ingreso más bajos de América Latina, y son experiencias que pueden ayudar en el debate.
Comprendo el escalofrío que produce la palabra ‘impuesto’ año tras año, pero no entiendo las contrapropuestas que solicitan excluir toda la canasta familiar del IVA o que piden gravar únicamente los productos en las tiendas de los estratos altos, entonces los más ricos irían a mercar a los barrios del sur de la ciudad, comprarían al por mayor y generarían una escasez de los productos destinados a los más vulnerables.
Hay otros incluso que protestan y piden no pagar impuestos, pero le exigen al Estado más recursos para la educación, garantizar más vías, más subsidios, más seguridad, más trabajo, más inversión y más viviendas. Eso no lo entiendo.
Según la Ocde, Dinamarca tiene los ingresos más altos por impuestos como porcentaje del PIB (46 por ciento), y muy cerca están los de Francia, Bélgica y Finlandia; los más bajos son los de Indonesia, México y Chile. Es evidente la correlación entre altos ingresos del Estado por impuestos y el alto PIB per cápita.
Por otro lado, las reformas tributarias de Estados Unidos, Francia y Argentina, que entraron en vigor este año, esbozan la tendencia mundial: buscar el aumento del recaudo eliminando exenciones al IVA o estabilizando las tasas de impuesto, incrementar impuestos al consumo nocivo (tabaco, alcohol y bebidas azucaradas) y aumentar el impuesto a los agentes contaminantes. Estas medidas, más un fuerte control a la evasión, son la solución de muchos países para aumentar los proyectos de equidad, seguridad y competitividad.
Pero para que esto funcione, se deben tener instituciones fuertes y creíbles que permitan que los colombianos reconozcan que su aporte (moral, económico y solidario) es fundamental, y que sientan que vamos a seguir avanzando y que vamos por buen camino. Ya quedó demostrado: no somos el mismo país de comienzos del siglo; somos mejores. Y lo hemos logrado con medidas efectivas e impopulares como la seguridad democrática, el proceso de paz y las reformas tributarias.
Da temor pagar impuestos, pero da más miedo vivir en un país donde nos falten los recursos que garanticen los derechos básicos de todos. En eso consiste el cumplimiento del contrato social que nos permite vivir mejor. Tal vez ese contrato necesita un otrosí que resalte en negrilla y ponga en mayúsculas que un mayor número de derechos implica mayores deberes; y menos deberes (como el de no pagar impuestos) lleva a tener menos derechos, lo que nos llevará, seguramente, a dar nuestro segundo gran berrido.
ALEJANDRO RIVEROS GONZÁLEZ
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