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El ‘show’

Son raras esas personas tan radicales porque son selectivas en las cosas que las indignan.

Tuve en el colegio un amigo que llegó diciendo un día que no volvía a tomar Coca-Cola porque no estaba de acuerdo con la política exterior de Estados Unidos. Con la candidez de nuestros 14 años, nos miramos sin saber qué decir, porque a esa edad la mayoría piensa en qué jugar durante el recreo y no en el país al que le toca el turno de ser bombardeado. Solo uno atinó a comentarle: “Avísenos cuando la quiebre”.
Los años han pasado, y sigue habiendo gente así, y no sabe uno si se trata de un activismo ciudadano que todos deberíamos seguir, o de bobada en su estado más puro. Lo digo porque hace poco se volvió viral en redes una foto de Iván Duque al lado del CEO de Rappi, y de inmediato saltaron los biempensantes a decir que nunca más utilizarían los servicios de la empresa que hace domicilios.
Más que sentir indignación, parece que lo que les gusta es hacer show. Tanto que vi en Twitter a gente tomándole pantallazo a su celular mostrando cómo desinstalaba la aplicación. ¿Qué les pasa? ¿Era necesario llegar a tanto? ¿Qué tipo de dolor cargan para hacer eso? Y no digan que dolor de patria, que ese discurso no se lo compra nadie.
Lo que resulta increíble es que los que le hayan gritado al mundo que no van a usar más Rappi porque sus dueños apoyan a Duque estén habilitados para votar. Luego los ve uno en día de elecciones, y son los mismos que suben a redes el certificado de votación para que veamos lo buenos ciudadanos que son.

Es gente difícil de tratar, decía, porque no se sabe con qué se va a ofender.

Yo no uso Rappi porque, aunque es una buena idea, me parece una vagabundería que estimula no solo la flojera, sino la gula. Por lo general, si quiero algo muevo el jopo para conseguirlo porque me siento un inútil solucionando todo con un par de clics. Sin embargo, usar sus servicios es una decisión personal, así como votar por el candidato de su preferencia. Entonces, esas sobreactuaciones sobran.
Otra vaina es que Duque defienda la empresa más allá de sus cuestionables políticas de contratación y crea que Rappi es economía naranja, pero ¿qué se puede esperar de un tipo que genera dudas por el color de su pelo, se copia de un político español para escribirle una carta a su hija y defiende a Uribe?
El punto es que son raras esas personas tan radicales porque son selectivas en las cosas que las indignan. Son intolerantes con las faltas de ortografía de los demás, errores que tratan como si fueran crímenes de lesa humanidad, y también se irritan con vainas como que les hagan series de televisión a personajes como Diomedes Díaz. Entiendo que no era el mejor de los humanos y que celebrar su estilo de vida es bien cuestionable, por decirlo suave, pero su genialidad musical da para contar mil historias. Si nos dedicáramos a narrar únicamente la vida de personas ejemplares, tocaría eliminar un montón de películas y la mitad de los libros.
Es gente difícil de tratar, decía, porque no se sabe con qué se va a ofender. Alguien pide un pitillo para el jugo, y empiezan con la lora, pero luego no les da cargo de conciencia chatear desde su celular, lleno de materiales tóxicos extraídos de la minería. Luego les duele que maten gente en Siria, pero poco se les mueve el corazón con los policías que asesinan por acá, o viceversa.
Yo creo que si uno decide vivir en constante estado de crispación, debe ser coherente en el discurso; y si le irrita que Rappi esté con Duque, debe ponerse en la tarea de ver qué empresas y productos apoyan al uribismo. Así podrían ir suprimiendo de sus vidas cosas como el azúcar y la carne de res, por nombrar apenas dos bobadas.
Mi amigo de colegio era un gran basquetbolista, y durante los años que no bebió Coca-Cola (ya volvió a las filas) jugaba con tenis Nike. Lo dicho, incoherencia en el discurso. La diferencia es que él tenía 14 años, mientras que muchos de los que desinstalaron Rappi se hacen llamar adultos y no bajan de cincuenta mil seguidores.
ADOLFO ZABLEH DURÁN
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