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El cerro de Maco

El proyecto de la represa que daría agua a San Jacinto duerme el sueño de los justos, bajo la apatía de las autoridades administrativas.

Adolfo Pacheco Anillo
Desde pequeño oía a mi abuelo paterno, Laureano Antonio, hablar del cerro de Maco: decía, cuando había amago de lluvia: “Hoy quiere copia Maco”. Me contaba además la leyenda creada por los indios, en el sentido de que el que cogiera un fruto de los varios que había perdía el camino y no regresaba jamás. Se lo tragaba la montaña.
Estudiando el quinto de bachillerato, en vacaciones de diciembre propuse a mis amigos sanjacinteros Carlos Costa, Jaime Barraza, Fernando Vásquez y Gerardo de la Ossa conocer y desentrañar el misterio del cerro, que en realidad son cuatro: Capiro, Morena, Algodón y Maco, pertenecientes a las montañas de María.
Todos fuimos a caballo y armados de revólver y machete. Acampamos al pie del cerro y dispusimos subir a pie. Nos cogió la noche y dormimos bajo una temperatura que envidiaría Medellín, en el rancho Varaentierra, de Julio Torres, a 50 metros de la cima. Llevamos, por suerte, por advertencia de campesinos, mantas y ponchos boyacenses de lana. Qué miedo nos dio cuando Julio, en horas de la madrugada, tomó su escopeta de dos cañones y un mechón grande prendido. “¿Para dónde va, señor Julio?”. Y contestó sin temor: “A buscar la puerca que anoche se llevó el tigre, a ver si dejó algo”.
Al siguiente día, después del desayuno con yuca humeante, queso y guarapo, dispusimos subir a la cima del cerro. Encontramos una planicie cubierta de hierba guinea, guarida de mochuelos, que pasaba los cuatro metros; guayabales y platanales inmensos, pero también, culebras y alimañas; volvimos en la tarde, y en nuestras casas había alegría por culminar la pequeña aventura.
Prometimos volver en las próximas vacaciones para conocer dónde nacían los arroyos de la región; ellos no volvieron, pero yo sí, y pude comprobar su hermosura, llena de piedras azules, y la cantidad de fuentes vivas que presenta esa fértil tierra, que hoy luce desarborizada, perdiendo su capa vegetal de más de dos metros. La motosierra acabó con árboles milenarios; y luego la situación de orden público, llena de guerrillas y paramilitares, la terminó por completo.
El cerro me cautivó y, después de algún tiempo, fue referente de mis obras musicales 'El mochuelo' y 'La hamaca grande'; esta última motivó a la Aeronáutica Civil a instalar un radar para solucionar el problema de los aviones que transitaban la región y que solo se guiaban por el río Magdalena.
Refiriendo esto a los ingenieros Soliman Melais, Abeth visitó la región y elaboró un plano para construir una represa que diera agua por gravedad al municipio de San Jacinto; pero, por negligencia, varios alcaldes, que consideraron las alcaldías como el mejor empleo burocrático, no presentaron proyecto alguno al Gobierno central. Hoy, ese proyecto duerme el sueño de los justos, bajo la apatía de las autoridades administrativas.
Tres veces han intentado construir el acueducto salado de san Jacinto; cuando inauguraron el primero, el encantador de serpientes y locuaz Marcos Pérez Caicedo dijo en su programa de Radio Libertad: “En la inauguración del acueducto de San Jacinto hubo de todo, menos agua”.
Cuando apoyamos a Belisario Betancur, nos lo prometió por administración directa, pero al posesionarse se olvidó de que existíamos y nombró en Insfopal al guajiro Nelson Amaya Arregocés, al que solo le alcanzó el presupuesto para sus regiones predilectas. Belisario nos hizo pistola, a pesar de contribuir en Cartagena con el eslogan de su campaña, ‘Sí se puede, sí se puede’; si no, que lo atestigüe el exsenador Rodrigo Barraza Salcedo.
Hoy contamos aparentemente con un alcalde diligente, y esperamos los sanjacinteros que nos lleve por tuberías el precioso líquido, que tanto necesitamos.
Adolfo Pacheco Anillo
Adolfo Pacheco Anillo
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