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Macron, el triunfo del pragmatismo

Francia es Europa, la Europa que debe romper sus complejos atávicos, sus dudas y sus debilidades.

Francia ha votado con la cabeza más que nunca. Ha votado también con las vísceras para cortar el camino a la ceguera displicente y sórdida de la extrema derecha. Macron es hoy recibido y agasajado ante el mal mayor que era y es Le Pen –y con ella un partido y formación que no ha dejado de crecer lenta pero inexorablemente– como el salvador de una república decadente y ante la que no pocos piden ya rearmar ideológica y éticamente.
Reedificar las instituciones, la república, la política, en definitiva, es un reto enorme, titánico frente a la inexperiencia y juventud del nuevo presidente. Pero que cuenta ya con la bendición de Europa y aquellos que temen que todo termine abruptamente. Hoy Europa se salva en un cuadrilátero de demasiadas dudas, indefiniciones e incertidumbres.
Francia es Europa, la Europa que debe romper sus complejos atávicos, sus dudas, pero también sus debilidades. La que aún es incapaz de salir y romper su letargia, ensimismada, indolente, fría y distante ante los ciudadanos.
La Europa que confió su suerte una vez más al último minuto. Pero que sabe que Francia no es Reino Unido, ni que tampoco podría ni nunca podrá claudicar ante los demagogos, ante los populistas, ante los neofascistas. La Francia que sabe y conoce en carne propia los horrores del fascismo, del colaboracionismo y muchas historias que atenazan la vieja alma.
No, no puede haber Europa sin Francia, como tampoco sin Alemania, ni otros muchos pueblos. Puede haberla sin embargo sin aquellos que no quieren formar parte de la misma, de sus proyectos, de sus sueños compartidos. Lo dijo el alcalde de Reims, la ciudad que, como pocas, simboliza la reconciliación europea, la paz entre alemanes y franceses. Esa misma Europa que se ha construido a impulsos, a invasiones, a base de guerras, pero también de esperanzas.
Francia se asomaba este domingo al espejo mismo donde todos los europeos debemos vernos reflejados. Ya no se trata de nacionalidades ni de patriotismos, se trata de caminar por una Europa que es perfectible, que debe cambiar, que debe estar y ser más cercana al ciudadano y no a las élites, que debe ser algo más que el constructo económico que simplemente es. Esa Europa necesita a Francia, necesita un núcleo, un anclaje. Por muchos errores que se hayan cometido.
Macron y Le Pen son un episodio más de una partida de ajedrez convulsa y compleja. El primero es el síntoma del agotamiento de los partidos tradicionales, a espaldas del ciudadano carcomidos por intereses particulares y partidistas, pero es la gran esperanza frente al abismo y el vértigo de la radicalidad, de la superficialidad, de la banalidad en suma de un partido, el Frente Nacional, que aunque se maquille de cordero aparente, sigue siendo un lobo herido y dolido.
Macron no tiene partido, no tiene un proyecto más allá de la generalidad de un discurso amable, tranquilo y esperanzador. Lo que hoy Francia y Europa simplemente quieren oír. Ya no piden más. Ya no esperan más.
El día después de Macron es una incógnita, desde refundar la V República y hacer creer a los franceses en sí mismos, hasta implementar políticas de estímulo y crecimiento económico, políticas sociales que hoy son y acusan la nostalgia y el recelo. Pero ante todo, enterrar el hollandismo, como antes el sarkozismo. Cuanto antes encuentre su camino propio y con él una posición crítica y no seguidista de la canciller alemana como hicieron los dos anteriores presidentes, antes alcanzará un liderazgo propio.
Francia ha votado sensatez, ha votado futuro, ha votado esperanza y realismo. Y lo ha hecho en una persona que hasta hace unos meses era prácticamente un desconocido. Un hombre sin partido pero que ha apelado a los sentimientos, al sentido común, a la llaneza de lo que la gente normal y corriente quería escuchar.
Algunos se preguntan cómo es posible, como un político sin apenas pasado y más experiencia que la tecnocrática ha conquistado el Elíseo. Era su momento. Y él estaba ahí, frente a todos. Ni izquierda ni derecha, simplemente, Macron. El liberal de discurso. El pragmático.
ABEL VEIGA
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