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Díaz-Canel, la incógnita cubana

Quienes recurran a las prisas y los cambios drásticos se equivocarían. Eso no sucederá.

Abel Veiga Copo
Solo el tiempo dictará su implecable veredicto. Nos absolverá o no. Pero, hoy por hoy, el camino de Cuba pasa ya por las manos de Miguel Díaz-Canel y de Raúl Castro. Sí, de ambos. Pese a la liturgia ceremonial de ungimientos y designaciones, las bambalinas del poder y sus resortes siguen en donde siempre han estado, en la cúpula del partido, reducida y piramidal, y en los altos mandos del ejército. Nada se mueve en la isla fuera de ambos ojos escrutadores.
Díaz-Canel es una gran incógnita, no por lo que es sino por lo que podrá hacer. Saber a qué está dispuesto y, sobre todo, si tiene o no itinerario propio o no y, en su caso, cuándo lo llevaría a cabo. Sobra decir cuáles son las opciones. Solo hay una, que es una transición ordenada pero irreversible hacia la pluralidad y la libertad como base de todo. Abrir la isla hacia una libertad real, y el resto vendrá por añadidura. O, por el contrario, cerrar aún más el candado hacia un hermetismo y un callejón sin salida para la sociedad cubana.
Nos toca vivir un momento, y los cubanos, solo ellos, han de ser sus protagonistas. Pero quienes recurran a las prisas y los cambios drásticos y súbitos se equivocarían. Eso no sucederá pero, en la anchura disimulada o no de las decisiones y su flexibilidad creciente o no, calibrarán el futuro de Canel y su generación de dirigentes nacidos después de 1959 y que en sus manos tiene el desarrollo, el crecimiento y la libertad individual y colectiva de un pueblo entero.

Solo en ese momento se calibrará si hay una auténtica decisión de apertura paulatina y ordenada, pero plural en todo caso, o involución. No cabe la doble vía china. En Cuba no.

Es posible que haya en su caso dos velocidades: una, más lenta y aparejada a la ortodoxia del partido y su gerontocracia y en la cual solo habrá guiños, y otra que solo puede acaecer cuando la generación de la Revolución desaparezca físicamente. La generación histórica que forjó la Revolución también hizo todo lo que vino después, para bien y para mal. Solo en ese momento se calibrará de verdad si hay una auténtica decisión y firmeza de apertura paulatina y ordenada, pero plural en todo caso, o involución. No cabe la doble vía china. En Cuba no.
Díaz-Canel es consciente de que los ojos están posados sobre él. Tanto en Cuba, desde el partido y la secretaría general que seguirá ostentando Raúl Castro, como entre sus correligionarios de filas, pero sobre todo, fuera. Desde Miami y Washington hasta Moscú, Pekín o Madrid y Bruselas, sin descartar Caracas. El grado de paciencia y prudencia que todas estas cancillerías sean capaces de albergar, aun sin injerir indirectamente, será clave para la supervivencia política.
Nadie creía en la España de 1976 que un joven Suárez procedente del movimiento y las filas del franquismo sería capaz de pilotar y llevar la nave de la democracia que hoy vivimos, perfectible sin duda, pero democracia real, a donde ha llegado. Lejos de osar comparar a Canel con Suárez, cada país y cada político tienen que labrar y pulir su propio perfil. Y conviene tenerlo. Las involuciones y sus presiones no serán tan menores como la fuerza de los que, sobre todo, desde fuera, piden cambios. Equilibrar y dosificar es clave.
Canel es hoy una incógnita, pero algo, siquiera mínimo, abriga y otea el horizonte. La esperanza de que cambien ciertas cosas. El tiempo lo dirá. Lo juzgará, no nosotros.
ABEL VEIGA COPO
Abel Veiga Copo
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