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Repaso de Colombia

El panorama lo sigue dominando el vendaval de la corrupción.

Increíble que dos porrazos consecutivos y traumáticos, en el seno del propio hogar, me hubieran impedido mantener la continuidad, mejor la periodicidad habitual, de esta columna y me hubieran impuesto forzado receso. Ahora, en medio de relativo alivio de dolencias, estoy procurando revivirla a mis 95 años y un poco más de vida.
Mientras tanto, cuántas cosas han ocurrido. En primer lugar, la dejación de armas por las Farc y la concentración de su personal en zonas previamente delimitadas. Han sido los suyos gestos de paz, como consecuencia de sus laboriosas conversaciones y negociaciones con el Gobierno Nacional. Falta ver si se avienen al Estado social de derecho o si pretenden sustituirlo, inoculándole elementos extraños a su limpia fisonomía democrática.
A él no se llegó por un golpe de mano o de suerte, sino por acumulación de experiencias compartidas e ideales cuidadosamente sopesados. Ninguna duda debe caber sobre la decisión de preservar cuanto el país ha acumulado o seleccionado en jornadas históricas. Nuestra trayectoria no ha sido de retazos improvisados o arbitrarios, sino de avances concienzudos hacia la meta de una democracia auténtica. Como la que institucionalmente nos preciamos de tener y, de consiguiente, no debiéramos aceptar la propensión a adulterar en sus principios básicos.
El turno le ha correspondido al Eln en difíciles y enrevesados contactos, por su renuencia a prescindir de las vías de hecho y los atentados terroristas. Como telón de fondo de los esfuerzos oficiales por la paz, se encuentra la multiplicación exponencial de los cultivos de coca, a los cuales se dedica buena parte de la mano de obra subversiva que en ellos deposita su suerte y esperanza.

Nuestra trayectoria no ha sido de retazos improvisados o arbitrarios, sino de avances concienzudos hacia la meta de una democracia auténtica.

De resto, el panorama lo domina el vendaval de la corrupción, generado por el poderío de Odebrecht y sus contactos tentaculares. La edición dominical del diario EL TIEMPO lo resume en página afortunada e inquietante. Váyase a saber cómo llegó en su osadía a salpicar la respetabilidad innata del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) y cómo extendió sus redes valiéndose de sus vínculos con Market Medios y Findeter. Todo, orquestado al amparo de destacadas e influyentes posiciones públicas y a la sombra de los tejemanejes políticos. Esa página compendia, en apretada síntesis, las ilicitudes de un grupo privilegiado de compatriotas.
Pasando a otra clase de acontecimientos, leo en la prensa la noticia del fallecimiento de otra figura descollante de gran dinastía, David Rockefeller, a los 101 años de fecunda existencia. Lo conocí en Bogotá por razón de la posición pública que entonces ocupaba y ejercía, la de Ministro de Hacienda y Crédito Público, cuando amablemente fue a visitarme. Tenía trato encantador y perfecto dominio del idioma español.
Luego volvería a verlo en Nueva York con motivo del gran almuerzo que ofreció en una de las fincas de recreo de su familia en honor de los ministros latinoamericanos del ramo. Refería sin modestia, pero también sin jactancia, que en sus visitas a Río de Janeiro se alojaba en una favela de los barrios populares, donde su hija estaba de entrenamiento en estudios superiores. Por su prestancia y personalidad, era ampliamente respetado y acatado. Un ser humano de esos que siempre hacen falta por su personalidad destacada. Y conste que no aspiro a asemejármele por su longevidad.
A propósito de centenarios, sus hijos se preparan para celebrar el del nacimiento de Enrique Santos Castillo, periodista de tomo y lomo, consagrado a su ejercicio, sin saber escribir, según el mismo lo decía. Orientando la opinión a través de titulares, en que llegó a ser maestro, mientras su hermano Hernando lo hacía por medio de editoriales.
Los regocijos de los herederos de nonagenarios no se quedan a la zaga. Entre otros, los de Gabriel García Márquez y el doctor José Félix Patiño Restrepo, quien donara su preciosa biblioteca a la Universidad Nacional.
ABDÓN ESPINOSA VALDERRAMA
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