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Facultad de elegir y ser elegido

La elección popular imprime carácter, pero también acarrea obligaciones concomitantes.

Los datos preliminares de las encuestas de opinión con miras a las próximas elecciones para la presidencia de la República vienen atrayendo y aun polarizando las diversas corrientes de la opinión colombiana.
Esta vez, acaso por lo sucedido en la vecina Venezuela, se ha observado la radicalización política entre derecha e izquierda alrededor de lo que se ha definido como alternativas ineluctables. Así, por ejemplo, se viene hablando de demócratas y castrochavistas, y de esta suerte se tiende a calificar a los actores políticos, según las apreciaciones personales.
Por lo pronto, los primeros resultados han servido para disuadir del pesimismo con que se avizoraba, en algunos círculos, el porvenir de la patria. Sucedió que el éxito del candidato de una coalición parlamentaria, Iván Duque Márquez, paró en seco a su opositor Gustavo Petro, a quien se daba por difícil de vencer. No había entrado aún a la liza el favorito Germán Vargas Lleras, pero era previsible que si hubiera participado en esta competencia, habría contribuido a ampliar el margen de triunfo.
Obviamente, lo aconsejable sería unificar las corrientes afines y proceder en consecuencia. En cada elección, disponerse a limar las asperezas y discrepancias en forma de llegar a las urnas con propósitos unificados en torno de los respectivos nombres y programas.
Pocas veces se presenta un panorama de renovación general del estamento público. Ocasión digna de aprovechar para armonizar criterios y definir pautas concordes. No hay tal que todo sea mezquindad en la política de las naciones. Siempre ha habido políticas de elevado patriotismo con figuras humanas que a su nivel las encarnen.
Por ejemplo, el programa de gobierno sobre los ángulos principales de los problemas nacionales que han prohijado la candidatura de uno de los consagrados servidores públicos, Germán Vargas Lleras, o de uno de los parlamentarios en ejercicio, Iván Duque Márquez, a quien no se puede tachar de falta de experiencia después de haber sido senador de la República durante un periodo completo o prestado al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sus servicios técnicos.
Cualquiera de los mencionados podría absolver riguroso cuestionario sobre palpitantes problemas públicos sin necesidad de haber pertenecido a su fronda burocrática. Siempre ha habido definiciones mordaces de los gobernantes, pero no por ello a su luz cabría identificarlos. A cuántos se pretendió descalificar con percepciones erróneas o malsanas sin haber cometido delito alguno. A diferencia de los afrentosos ejemplos de hoy en que altos magistrados han violado la ley y ultrajado la moral pública.
En política, el agravio injustificado está a la vuelta de la esquina, no siempre con apoyo en bases reales. En cambio, los problemas públicos son difíciles de entender y más de resolver. Cualquier ángulo de la economía, y más de la tributación, requiere estudio, análisis y pies de plomo, de los que carecen algunos servidores públicos ligeros e inescrupulosos.
Siempre conviene recordar cuál es la función del Estado y, en general, de la autoridad pública que se delega, pero no a título gratuito ni sin restricciones. También cabe alertar sobre su responsabilidad permanente e irrenunciable mientras dure su ejercicio. Vale la pena repicar sobre esta condición, no sea que se confunda y crea eterna.
La elección popular imprime carácter, pero también acarrea obligaciones concomitantes. Ténganlo en cuenta todos aquellos que reciban poderes o delegaciones de la autoridad popular o del Estado o que compartan con el mismo origen. Más cuantos hagan sus primeras armas en el ejercicio de funciones públicas de los cuerpos representativos.
ABDÓN ESPINOSA VALDERRAMA
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