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Barahúnda de sucesos en marcha

Se busca el estatus de candidato presidencial, como si no se exigieran, para serlo, aptitudes.

Nuevo, fulminante episodio de bronconeumonía vino a interrumpir y a hacer un alto en la normalidad de mis días, empezando, claro está, por la columna periodística ‘Espuma de los acontecimientos’.
Tal la razón de mi prolongada ausencia en estas páginas que esa enfermedad disculpa con los lectores habituales, pero no prepara el ánimo para asimilar la barahúnda de sucesos en marcha, principalmente de orden político. No son de escasa monta el debilitamiento dramático de los partidos tradicionales ni el desenfreno voraz por ocupar sus posiciones representativas, sustituyendo el mérito de los servicios prestados por la ambición de escalar los de mando y mayor influencia.
Nadie parece resignarse a posiciones de servicio a la comunidad. Así, mientras Germán Vargas Lleras se consagra al estudio a fondo de los problemas públicos y a ver de hallarles solución pronta y eficaz, en su redor se alza el griterío de los demagogos en trance de cautivar voluntades y cosechar aplausos, ignorando los textos publicados sobre agricultura, cultura, vivienda, educación, justicia, turismo, relaciones exteriores.

Con horror es menester proscribir toda forma de violencia y velar por la supresión de cuanto atente contra la seguridad de los ciudadanos.

Ante todo, se busca el estatus de candidato presidencial, como si no se exigieran, para serlo, aptitudes y antecedentes persuasivos, talla intelectual y ética persuasiva de la idoneidad para desempeñar el puesto superior de mando y gobierno.
No basta, sin embargo, con proveer la jefatura del Estado. A nivel nacional, existen las cámaras legislativas con la suprema función de expedir las leyes indispensables para el buen manejo de la República y servir de ojos avizores de su marcha intachable, con función crítica para enmendar yerros e injusticias. A su semejanza, existen las asambleas departamentales y los concejos municipales, como cajas de resonancia de la voluntad de coterráneos y vecinos. Todo este andamiaje democrático es el que Colombia se apresta a renovar institucionalmente. Razón de más para esforzarse por que lo haga con máxima limpieza y amor por el terruño.
Toda la vida se han dado apasionamientos y radicalismos, pero los antecedentes sectarios, si los hubiera habido, no autorizan a repetirlos en la Colombia de hoy, cargada de responsabilidades y problemas, ni a ingeniarse nuevos e insolubles motivos de discordia. Queden definitivamente atrás los “queridos odios”.
Con horror es menester proscribir toda forma de violencia y velar por la supresión de cuanto atente contra la seguridad de los ciudadanos. Jamás sucedan en nuestro suelo barbaries como la perpetrada por un joven en Estados Unidos, valiéndose ilícitamente de un arma de guerra. Todo por culpa del libre comercio, en esa poderosa y civilizada nación, de esta clase de artículos, cuyo fin exclusivo es el de matar.
Pero, asimismo, breguemos por cortar todo vínculo de la sociedad civil con la droga y el cultivo de su planta maldita, haciendo lo que sea menester por reducirlo y, si posible fuera, por erradicarlo. No sin abrir los ojos al riesgo que representa la tiranía en nuestra fraterna y vecina nación, Venezuela. El área cultivada con coca en suelo colombiano sí es de nuestra responsabilidad y atinencia. No vayamos por esta permisividad a correr riesgos temerarios.
En la elección de voceros populares en las áreas de frontera, cabe extremar el celo porque intereses extraños, al servicio de la droga, no vayan a comprometer, en ninguna forma, la responsabilidad colombiana ni a sospechar de nuestra determinación de combatir el narcotráfico en el territorio nacional.
ABDÓN ESPINOSA VALDERRAMA
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