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Latinoamérica

‘Yo pude haber sido pasajera de los ‘vuelos de la muerte’'

Ricardo Coquet, torturado en la Escuela de Mecánica de la Armada de Argentina.

Ricardo Coquet, torturado en la Escuela de Mecánica de la Armada de Argentina.

Foto:Catalina Oquendo

Así vivieron sobrevivientes de torturas y desapariciones el veredicto del mayor juicio en Argentina.

Juan Carlos Rojas
Ricardo Coquet llegó a tiempo para verles la cara. Quería mirar a los ojos a los 53 represores de la dictadura acusados de desaparecer, torturar, apropiarse de bebés y lanzar desde aviones a personas en los llamados ‘vuelos de la muerte’.
Quería ver a Antonio Pernías, el sujeto que lo torturó en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), lugar donde, de acuerdo a datos oficiales, fueron detenidas 5.000 personas y desde el cual la mayoría salían pensando que serían liberadas y, en cambio, eran lanzadas desde aviones al océano. Eran las 2 de la tarde del miércoles 29 de noviembre, una fecha que muchos argentinos esperaron con ansias.
Menudo, cola de caballo y vestido completamente de negro, Ricardo estaba en la sala del tribunal donde se conocería el veredicto de uno de los juicios más importantes de Argentina con más de 830 testigos y 789 víctimas, pero la audiencia no comenzaba.
Afuera del edificio, sobrevivientes como él, hijos de víctimas, abuelas con canas cubiertas por pañuelos blancos, madres de la plaza de Mayo, rodeados de ciudadanos que fueron a apoyarlos, también esperaban. Una pantalla gigante se había dispuesto para ver la sentencia.

Hay una división entre quienes respetamos la vida y entre los que piensan que está bien eliminar a los otros, ellos son esa calaña de gente

“Quería verlos llegando esposados, ver sus caras de asesinos, de ladrones de relojes, de apartamentos que son. Hay una división entre quienes respetamos la vida y entre los que piensan que está bien eliminar a los otros, ellos son esa calaña de gente”, dijo Ricardo, que acudió a esa cita con sus hijos, que se encontró con los hijos de otros sobrevivientes, aunque él odia sentirse un sobreviviente y prefiere que lo llamen testigo.
Los acusados ingresaron. Desafiantes unos, como Alfredo Astiz, que portaba el libro ‘Mentirás tus muertos’, no pudieron escapar a las miradas de quienes torturaron cuarenta años atrás o de los hijos de las víctimas que les cantaban: “Como a los nazis, a donde vayan los iremos a buscar”.
Durante la dictadura, Coquet tenía un número, era el detenido 896. Carpintero y diagramador, a sus 24 años, fue secuestrado en 1977 cuando salía de una confitería junto con un primo y llevados en un Ford Falcon hasta la Esma.
Fue torturado, intentó suicidarse, sobrevivió. “Me tomé una pastilla de cianuro que teníamos algunos secuestrados y quedé vivo, entonces vi que había una veta. La veta es estar vivo. Después de eso, mi cabeza no estuvo más en morir”, contó Coquet.

Entre aplausos

Comenzó la lectura del veredicto. “Condenando a Jorge Eduardo Acosta de las demás condiciones personales obrantes en el exordio a la pena de prisión perpetua…”.
Perpetua, perpetua, se escuchaba una y otra vez. Veintinueve veces en total. Había algarabía, aplausos, abrazos. –¿A quién, a quién?–, preguntaban algunos. Otros hacían listas. Algunos lloraban.
Dos jueces se turnaban cada hora para leer la extensa sentencia, un vaso de agua para cada uno, muchos acusados. Afuera de la sala, algunos asistentes tenían una hoja con los rostros de todos los militares y pilotos imputados, que iban tachando ni bien los mencionaban; una P en la cara, una absolución o un 8 a 25 años, cuando ocurría.
Ni Coquet ni otros sobrevivientes que prefirieron ver juntos la sentencia a las afueras tenían que mirar la hoja con los rostros de los militares. Por desgracia, los conocían de memoria.
Miriam Lewin estuvo secuestrada dos años y, como dice, pudo “haber sido una pasajera de los ‘vuelos de la muerte’ ”. Por eso recuerda la sensación cuando escuchó una “prisión perpetua” en particular: la de los pilotos Mario Daniel Arrú y Alejandro Domingo D’Agostino.
Ellos, junto con Francisco Armando Di Paola y Gonzalo Torres de Tolosa, fueron condenados a cadena perpetua por su responsabilidad en estos vuelos. “Fue un instante de profunda emoción. Pude abrazarme con las hijas de dos mujeres que viajaron en uno de esos ‘vuelos de la muerte’, en el Skyvan de la prefectura. Con Ana y Mabel Careaga, hijas de Ester Ballestrino, que era la gran amiga del papa Francisco”, cuenta Lewin a EL TIEMPO.

Fue un instante de profunda emoción. Pude abrazarme con las hijas de dos mujeres que viajaron en uno de esos ‘vuelos de la muerte’

Esta sobreviviente conoce bien los detalles de esos aviones. Gracias a ella y a un trabajo de investigación periodístico que hizo se pudieron comprobar los ‘vuelos de la muerte’. Junto con el fotógrafo italiano Giancarlo Ceraudo, Lewin rastreó tres aviones que participaron en estos vuelos y los encontró en Luxemburgo, Londres y en Fort Lauderdale. De este último halló la planilla del vuelo y aportó datos al juicio que estaba escuchando.
Una serie de hechos, como una sudestada (viento fuerte que viene del sudeste y provoca una crecida del Río de la Plata) que arrastró los cuerpos de cinco muertos hasta las costas argentinas, permitió reunir las pistas para demostrar que los vuelos, siempre negados por los militares, sí habían existido.
“Se comprobó que el vuelo del 14 de diciembre del 77, piloteado por Arrú y D’Agostino y Enrique de Saint Georges, que murió en prisión, fue el que arrojó al Atlántico a las monjas francesas y a las fundadoras de las madres de la plaza de Mayo”, relató. Los cuerpos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense y se determinó que esas personas tenían fracturas compatibles con caída de altura.

No hay un cierre

Al final de la tarde, la lectura de 29 sentencias a prisión perpetua, 19 condenados a penas de 8 a 25 años y 6 absoluciones dejó a los sobrevivientes con un sabor a algo de justicia, pero no a un cierre.
La absolución de Julio Poch, un piloto holandés que, según el expediente, se jactó de haber participado en los ‘vuelos de la muerte’, fue uno de los lunares.
“En lo global, la sentencia es fantástica porque aumenta la conciencia colectiva en cuanto a ‘no matarás’, pero no debió haber ninguna absolución, ninguno de ellos fue a parar a ese juicio por casualidad. Lo peor fue la de Poch, a quien tanto nos costó extraditar”, dice Coquet.
Para ambos, el balance fue de victoria, pero no de alegría.

No hay alegría porque no están los compañeros muertos para abrazarlos; no puede haber un cierre porque acá siempre hay trabajo para que haya más justicia

“No hay alegría porque no están los compañeros muertos para abrazarlos; no puede haber un cierre porque acá siempre hay trabajo para que haya más justicia, no hay cierre cuando hay un Santiago Maldonado ni otros pibes que matan”, agrega Coquet.
Mientras, a Lewin la sentencia a sus represores le devolvió algo de la vida perdida. “Uno siempre tiene la culpa del sobreviviente y se pregunta, ¿por qué yo? Como periodista y sobreviviente, esto me dio una razón para estar con vida”.
CATALINA OQUENDO B.
Para EL TIEMPO
Buenos Aires
Juan Carlos Rojas
icono el tiempo

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