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Europa

El nuevo perfil de los terroristas que atacan en Europa

Después de que un hombre atacó a un policía frente a la catedral de Notre Dame en París, las autoridades reforzaron la seguridad.

Después de que un hombre atacó a un policía frente a la catedral de Notre Dame en París, las autoridades reforzaron la seguridad.

Foto:Philippe Wojazer / Reuters

Son hombres de clase media entre 20 y 35 años. La mayoría, sin conocimientos profundos del Islam.

Olviden los estereotipos. Ni refugiados recién llegados a Europa ni fundamentalistas musulmanes de toda la vida. La nueva cara del terrorismo en Europa no concuerda con esos perfiles identificados por las agencias internacionales de seguridad.
La nueva hornada de yihadistas que ataca Europa desde 2015 –los del atentado de Madrid en 2004 eran todavía miembros de una célula clásica dependiente de Al Qaeda– tiene en su mayoría un perfil común: son varones entre los 20 y los 35 años, hijos de familias de clase media y de origen mayoritariamente magrebí (provenientes de países como Marruecos, Túnez, Argelia y Libia.)
La mayoría apenas pisó una mezquita durante años, si es que alguna vez lo hizo. No respetaban los preceptos musulmanes como no beber alcohol o no fumar, habían tenido roces con las fuerzas de seguridad y los sistemas judiciales por delitos menores y casi todos estaban o habían estado en algún momento bajo el radar de las fuerzas antiterroristas o los servicios de inteligencia, que también, mayoritariamente, no consideraron que fueran una amenaza.
Muchos habían pasado pequeños periodos de tiempo en prisión, donde entraron en contacto con islamistas más veteranos.
Como característica común aparece también una extraordinariamente rápida “reconversión” al islam.
Pasan de ser pequeños delincuentes sin respeto por las normas de su tradición a convertirse en los creyentes más fanáticos. El proceso, como sucedió con los terroristas de los atentados de París y Bruselas, puede durar apenas dos meses.
El experto francés Olivier Roy repasa en su obra (aún sin traducción al español) ‘Jihad and Death: The Global Appeal of Islamic State’ los perfiles de los terroristas que atacaron Europa en los últimos años y llega a una conclusión: más que fundamentalistas musulmanes que recurren a la violencia, son nihilistas y violentos que se islamizaron.
Dispuestos a morir matando porque sus atentados o conllevan a un suicidio o a un enfrentamiento armado con las fuerzas de seguridad que, por lo general, siempre pierden.
“El yihadismo contemporáneo –considera este experto– es, al menos en Occidente, un movimiento juvenil construido no solo de forma independiente de la herencia paternal religiosa o cultural, sino anclado en una más amplia cultura juvenil”. Muchos tenían gustos culturales similares: música rap, videojuegos y películas violentas.
Su relación con la muerte y el suicidio es nueva; no existía en el terrorismo yihadista que golpeó Europa en los años 70 y 80 (principalmente en Francia). Aquellos terroristas planeaban su escapatoria tras atentar.
Esa nueva relación con la muerte, ese nihilismo es, según Roy, “una dimensión central; lo que les seduce y fascina es la idea de la revuelta, y la violencia no es una herramienta sino el fin por sí mismo”.
Un repaso de las identidades de los yihadistas que atacaron en los dos últimos años en Europa muestra que casi un 25 por ciento son convertidos al islam y que casi ninguno proviene de los sectores más pobres, desarraigados o discriminados de la población de origen inmigrante.
Es más, algunos cursan altos estudios en reconocidas universidades, como el último atacante de París que golpeó con un martillo a un policía junto a la Catedral de Notre Dame, hasta que fue reducido por las autoridades.
La mayoría no tiene conocimientos profundos del islam ni interés por obtenerlos, y ninguno había participado en el pasado en protestas como los movimientos propalestinos o contra la islamofobia.
Los expertos consideran que no son utopistas (no van a Siria o Irak para vivir en la ‘sociedad islámica’ que les propone el Estado Islámico), sino nihilistas (van allí para morir).
Un estudio del Instituto Español de Estudios Estratégicos apunta a que mientras en la primera década del siglo –incluye los atentados de Madrid en 2004 y Londres en 2005– la mayoría de los terroristas procedían de Marruecos, los últimos ataques fueron perpetrados por jóvenes nacidos en Francia, Bélgica o el Reino Unido, hijos o nietos de inmigrantes magrebíes.
De estos informes y de las trayectorias de los terroristas se aprecia una diferencia que no parece incidir en su actuación violenta: aproximadamente, la mitad había pasado por Siria o Irak, mientras que la otra mitad nunca había salido de Europa.
Los policías normalmente ni siquiera necesitan traducciones: la mayoría de estos yihadistas se comunicaban entre ellos en la lengua del país en el que nacieron, no en el dialecto árabe de Siria e Irak, ni en el árabe que muchos de sus padres trajeron desde el Magreb.
La mayoría de los terroristas de los últimos años estuvieron en el radar de los servicios de seguridad, que consideraron casi siempre que no eran un peligro inmediato. Los medios antiterroristas son limitados. El Reino Unido reconocía la semana pasada que tiene sospechas de radicalización de al menos 3.000 personas.
Un agente belga de la policía antiterrorista explicaba el año pasado a EL TIEMPO que para hacer un seguimiento efectivo de cada una de esas personas se necesitan tres turnos de ocho agentes, es decir, 24 por persona; 72.000 agentes policiales únicamente destinados a vigilar a miles de personas. Ningún país europeo tiene medios policiales para poner en marcha políticas así.
Esta semana se supo que algunos vecinos de los últimos terroristas de Londres habían llamado a la policía para avisar porque los consideraban radicalizados. Nunca se dio seguimiento a esas advertencias, básicamente por falta de medios para seguir cada caso.
IDAFE MARTÍN PÉREZ
Para EL TIEMPO
Bruselas
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