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Europa

Dogmas, aislacionismo y visiones anacrónicas en pleno siglo XXI

Migrantes hondureños tratando de cruzar el muro en la frontera sur estadounidense con Tijuana (México).

Migrantes hondureños tratando de cruzar el muro en la frontera sur estadounidense con Tijuana (México).

Foto:Sandy Huffaker / AFP

Entre el muro de Trump, el ‘brexit’ y el separatismo catalán hay una misma y peligrosa base.

Proyect Syndicate
El presidente Donald Trump declaró la emergencia nacional en la frontera sur de Estados Unidos –donde no hay ninguna emergencia– para conseguir fondos para construir el muro que prometió a sus seguidores durante la campaña electoral de 2016. Es un ejemplo más de la persistente –y peligrosa– tensión entre la razón y la ideología en la formulación de políticas.
Las políticas con base empírica –cualesquiera sean sus limitaciones– siempre tienen mejores probabilidades de éxito que las motivadas por la ideología, porque permiten adaptarse a cambios en las condiciones y a datos nuevos. En cambio, las políticas nacidas de principios rígidos pueden estar totalmente desconectadas de la realidad y terminar mal.
La historia está llena de ejemplos de las consecuencias desastrosas de preferir la ideología a la realidad. Adolf Hitler no creyó que la evidencia científica fuera suficiente para el ‘volk’ alemán; Alemania tenía que conquistar un vasto ‘Lebensraum’, y para eso había que convertir mitos wagnerianos de supremacía teutónica en políticas de dominio imperial. Por el contrario, Joseph Stalin, cabeza de otro régimen de base ideológica, logró vencer a los nazis precisamente porque evitó los imperativos absolutos y basó sus objetivos bélicos en un frío y racional cálculo de intereses y estrategia.

La fe sobre la razón

En cuanto a Estados Unidos, Trump no es ni mucho menos el primer presidente que antepone la fe a la razón. Igual que él, George Bush (hijo) creyó que su presidencia era parte de un plan divino, e inició guerras en Afganistán e Irak como parte de lo que él mismo denominó una “cruzada”.
La estrategia de seguridad nacional (2002) de Bush estaba explícitamente basada en los principios de Estados Unidos; algo que el vicepresidente de Bush, Dick Cheney, se tomó muy a pecho: en 2003 rechazó la propuesta de un “gran acuerdo” con Irán –que hubiera puesto fin a su programa nuclear y a su subversiva política exterior– con el argumento de que Estados Unidos no iba a “negociar con el mal”.
La administración Trump y, más en general, el Partido Republicano siguen esa misma línea. No importa cuántas pruebas haya del papel fundamental que han tenido los inmigrantes en Estados Unidos; para la base nativista de Trump no son suficientes. Solo se dará por satisfecha si, haciendo caso omiso de la Constitución de los Estados Unidos, se construye el muro, costoso, ecológicamente desastroso y totalmente innecesario.

No importa cuántas pruebas haya del papel fundamental que han tenido los inmigrantes en Estados Unidos; para la base nativista de Trump no son suficientes

Asimismo, muchos republicanos, incluido Trump, siguen negando –contra el consenso científico casi universal– la amenaza del cambio climático. En el pasado, Trump llegó a avalar el creciente movimiento antivacunas al tuitear varias veces sobre la existencia de un posible vínculo entre las vacunas y el autismo, pese a la total ausencia de pruebas de que exista. Y los republicanos sostienen que Estados Unidos, no obstante ser el país más rico del mundo, no puede darse el lujo de instituir un sistema de atención médica accesible universal (lo que además, aseguran, equivaldría a un asalto socialista a la libertad personal).
Con similares argumentos, los republicanos se oponen a facilitar el acceso a la educación superior. Hoy, la deuda estudiantil, por un total de 1,5 billones de dólares, es la segunda categoría más grande de deuda personal en Estados Unidos, solo superada por la deuda hipotecaria; pero que nadie ose hablar de subsidiar la matrícula (como sí se subsidian las hipotecas). Lo mismo se aplica a la política tributaria: los republicanos insisten en promover rebajas de impuestos a las personas de más altos ingresos, pese a la evidente ausencia del famoso “derrame” de los beneficios al resto de la economía.

Nostalgias imperiales

Estados Unidos no es el único ejemplo. En el Reino Unido, todo el drama del ‘brexit’ fue impulsado por fanáticos que, aferrados a una visión anacrónica de Gran Bretaña como una gran potencia mundial, sostienen que la Unión Europea es un lastre y aseguran que nuevos tratados comerciales con la Mancomunidad –que para ellos básicamente sigue siendo el imperio británico– y con potencias emergentes como China permitirán a un Reino Unido independiente recuperar el lugar que le corresponde en la escena internacional.
Como es común entre fanáticos ideológicos, los partidarios del ‘brexit’ han despreciado una y otra vez los hechos. Ninguno de ellos ha podido proponer un plan coherente o factible para la implementación de su idea de ruptura total con la UE. Pero muchos, por ejemplo el parlamentario conservador Michael Gove, se burlan alegremente de los “expertos”, como si el conocimiento y la experiencia no tuvieran nada que aportar a la discusión (esencial, por cierto, para el futuro de ese país).
Es probable que el fanatismo ‘probrexit’ entre los conservadores –e incluso la falta de una postura firme sobre el tema en el laborismo– deriven en parte del aislamiento del RU respecto de Europa en los años treinta. En ese momento, a muchos políticos británicos les preocupaba sobre todo la amenaza que planteaba al RU la evidente determinación de los nazis de modificar el equilibrio internacional de poder.
Hoy, Europa no plantea tal amenaza. Sin embargo, el filósofo británico John Gray, por ejemplo, presentó el ‘brexit’ como la mejor defensa del RU contra una reedición del “oscuro” pasado dictatorial de Europa. Muchos partidarios del ‘brexit’ creen que el derrumbe total de la UE es inevitable. Y dejar a Europa gobernada por algún tipo de imperio ruso eurasiático sería aceptable, siempre que ‘Britannia’ vuelva a dominar los mares.

‘Somos mejores que ellos’

Una combinación similar de aislacionismo altanero y fantasías anacrónicas exhiben los secesionistas catalanes en relación con España. Los catalanes se consideran mucho más industriosos e inventivos –incluso racialmente superiores– que los presuntamente perezosos e improductivos españoles. Además, sostienen que estos son más proclives al autoritarismo; y que en lo referido a la determinación a asfixiar la creatividad y el espíritu emprendedor de Cataluña, el gobierno democrático español no se diferencia mucho del régimen de Francisco Franco.
Los catalanes se enorgullecen de su seny –una sabiduría y sensatez ancestral– como los británicos se enorgullecen de su sentido común. Pero los secesionistas catalanes y los británicos ‘probrexit’ se han metido –y con ellos, a sus conciudadanos– en una camisa de fuerza ideológica de consecuencias cuando menos muy inciertas para ambos.
La ideología es una poderosa herramienta a la hora de sintetizar una agenda política amplia, influir en la opinión pública y evaluar objetivos alternativos. Pero la obsesión dogmática casi siempre produce malas decisiones políticas, más aún en tiempos de cambio económico acelerado y creciente incertidumbre geopolítica. Como dijo el psicólogo estadounidense Abraham Maslow: “Si tu única herramienta es un martillo, tiendes a tratar cada problema como si fuera un clavo”. Así –nos diría tal vez Trump muy serio– es como se construyen los muros.
SHLOMO BEN-AMI*
© Project Syndicate
Los Ángeles
* Shlomo Ben-Ami, exministro israelí de Asuntos Exteriores y vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz.
Proyect Syndicate
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