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EEUU

Unas elecciones que pueden cambiar el mundo

El presidente Trump está haciendo campaña de nuevo para apoyar a los republicanos con miras a las elecciones de noviembre y porque teme que los electores le den la espalda.

El presidente Trump está haciendo campaña de nuevo para apoyar a los republicanos con miras a las elecciones de noviembre y porque teme que los electores le den la espalda.

Foto:Mike Segar / Reuters

Si se cree que elecciones son un 'referendo' sobre Trump, a los republicanos les podría ir mal.

Gabriel Silva Luján
No todas las elecciones son iguales. En ciertas ocasiones, por la coyuntura, los resultados que arrojen las urnas pueden ser más decisivos y trascendentales que en otras oportunidades similares. Eso está ocurriendo con el proceso electoral en curso en Estados Unidos.
La gran paradoja en torno a las elecciones, que tendrán lugar el próximo seis de noviembre, es que a pesar de que se limitan a elegir a los representantes a la Cámara, la tercera parte de los senadores y un grupo de gobernadores, por lo que en teoría tienen solamente un alcance regional y local, dadas las circunstancias domésticas e internacionales, sus resultados pueden llegar a convertirse en un tsunami político.
En las elecciones de mitaca se elige todos los 435 miembros de la Cámara Baja. Estos legisladores representan las jurisdicciones locales en las que están divididos los estados. Las elecciones para la Cámara de Representantes ocurren cada dos años. Simultáneamente, en noviembre se escogen un tercio (33) de los miembros del Senado, dado que –en el sistema gringo– se elige por segmentos de un tercio a los senadores. La mayoría (67) de los que ocupan actualmente las curules senatoriales se mantendrán en sus puestos.
Esto significa que, por lo menos en teoría, el próximo debate electoral podría llegar a cambiar las mayorías en Senado y Cámara, pasando de una situación de control de los republicanos en ambos escenarios legislativos a una nueva en la cual el Partido Demócrata pueda llegar a dominar uno o los dos recintos.
En el exterior, en particular, se piensa con el deseo sobre esta situación. Dada la caída de la favorabilidad del mandatario de EE. UU., Donald Trump, y la impopularidad que generan sus acciones internacionales, en el mundo se asume que los electores gringos no pueden ser tan ciegos como para endosarle, otra vez, las mayorías legislativas al partido de gobierno. Desafortunadamente, eso no es tan fácil como sugeriría el sentido común.

Llegar para quedarse

El gran dirigente demócrata, ya fallecido, Tip O' Neil repetía, sobre las elecciones estadounidenses, una frase muy famosa y cierta: “Todo en política es local”.
Aunque eso aplica para la mayoría de los procesos electorales democráticos, sí que es cierto para la forma como opera la política estadounidense.
La cafetería del pueblo es el ágora en la que se discuten los asuntos públicos, tanto locales como nacionales, y es ahí donde llegan los parlamentarios a mantener la lealtad de sus bases. El sistema está diseñado para que la conexión directa y permanente entre el ciudadano y su representante sea la base de la lealtad electoral.
La rotación en los miembros de las cámaras legislativas es extremadamente baja en Estados Unidos; mientras que en Colombia no es extraño observar que en una elección parlamentaria puedan cambiar entre el 40 % y el 53 % de los senadores y representantes, el porcentaje en Washington fluctúa típicamente entre el 2 y el 10 %.
La ‘longevidad’ parlamentaria en EE. UU. es excepcional en el mundo. El número de senadores y representantes que llevan más de treinta años sirviendo en el Capitolio es del orden de 135 miembros. En la Cámara Baja hay más de 60 miembros con treinta años en su curul, y el número supera los 100 si se añaden los que llevan 20 años o más. En el Senado, ese número puede llegar a un tercio de sus miembros. La probabilidad de reelección de un congresista gringo es del orden del 96 %.
Esto quiere decir que el cambio de las mayorías ocurre en el margen. Un puñado de distritos y de estados son los que finalmente inclinan la balanza en favor de un partido o el otro.
Desde 1789 hasta hoy, la Cámara de Representantes ha cambiado de mayoría veintiocho veces, y los periodos de control partidista se han acortado al pasar de un promedio de 20 a 8 años en los últimos cien años. De allí que los grandes cacaos de los dos partidos, con Obama y Trump a la cabeza, anden visitando lugares remotos haciendo campaña por sus congresistas, por cuanto es allí, en ese puñado de jurisdicciones, donde se define el futuro de Estados Unidos.

El próximo debate electoral podría llegar a cambiar las mayorías en Senado y Cámara, pasando de una situación de control de los republicanos en ambos escenarios legislativos a una nueva

El lastre de los escándalos

Aun cuando la inercia histórica del sistema político estadounidense es una fuerza muy grande en la determinación de los resultados de noviembre, la coyuntura actual –dadas las particularidades del gobierno Trump– genera mucha incertidumbre en torno a lo que finalmente vaya a ocurrir. El estilo del inquilino de la Casa Blanca, más sus contradicciones y los escándalos políticos y personales, afectan severamente a los republicanos.
La publicación digital ‘FiveThirtyEight’, que se ha convertido en el gurú de la predicción electoral por utilizar todas las encuestas disponibles, técnicamente bien elaboradas, indica que para el 20 de septiembre, el consenso ponderado de los encuestadores era que la aprobación de Trump estaba en 40,5 % y el rechazo a su gestión, en 53,6 %.
Analistas de opinión de primera línea coinciden en que incluso el deterioro es mayor. Gallup, por ejemplo, sitúa el desfavorable del presidente actual en 56 %; YouGov, en 55 % y Global Strategy, en 57 %.
La tendencia apunta a que el deterioro de su imagen continuará muy posiblemente hasta las elecciones. De allí que entre los republicanos haya mucho temor sobre el impacto que tendría en las urnas la caída de favorabilidad del mandatario.
Un analista de ‘The New York Times’, Jonathan Martin, decía recientemente: “Muchos republicanos prominentes ahora están convencidos de que lo más probable es que pierdan la mayoría en la Cámara de Representantes, donde tienen una mayoría de 23 escaños, pero en la que los demócratas están ferozmente buscando ganar sesenta curules”. Los líderes del partido están convencidos de que “esta (elección) es verdaderamente un referendo sobre el presidente” y, por lo tanto, no les va a ir bien.
A los republicanos les ha tocado tratar de movilizar las bases más radicales diciendo que si no salen a votar, los demócratas se tomarán la Cámara Baja y procederán a hacerle un juicio político a Trump. Ese argumento solo ha calado entre los más extremos, que de todas maneras iban a votar por los candidatos republicanos. La innegable fortaleza de la economía y la reducción del desempleo no parecerían electoralmente estar ayudando demasiado al partido de gobierno.
Los escándalos y las pifias de Trump también han mermado la credibilidad de los demás republicanos. Los políticos, forzados a respaldar decisiones que ofenden a muchos conservadores o a los republicanos moderados –que con bastante frecuencia votan demócrata– se sienten incómodos. El caso más reciente es el del magistrado designado a la Corte Suprema, Brett Kavanaugh, conservador puritano que despierta ansiedades, incluso entre los republicanos moderados, y quien fue acusado –con bastante credibilidad– por Christine Blasey Ford de haberla violado en su juventud.

Cuesta arriba

Los demócratas tampoco es que vayan en coche. Aunque el promedio ponderado de las encuestas indica que el 49,2 % de los estadounidenses se inclinan a votar por candidatos demócratas, en la encuesta de CNN, esa intención sube al 52 %, pero la realidad, ya metidos en el barro electoral, es mucho más compleja. El problema principal para el partido del burro azul es que mantener incluso la actual participación en el Senado va a ser muy difícil, por lo que obtener la mayoría en la Cámara Alta se ve aún más remoto.
Los demócratas tienen 23 curules senatoriales, que hoy controlan y que están en juego en esta elección. Entre tanto, los republicanos tienen que defender solo ocho de sus escaños existentes. Y eso es solo para mantener el ‘statu quo’ actual. La posibilidad de preservar esas 23 curules y crecer lo suficiente para despojar de la mayoría a los republicanos parecería altamente improbable.
Cuando se mira estado por estado, la conclusión es que los demócratas solo tienen una probabilidad objetiva del 32,1 % de obtener la mayoría, mientras que los republicanos tienen el 67,9 % de posibilidades de mantener el control del Senado.
El mismo ejercicio aplicado a las jurisdicciones electorales de la Cámara Baja muestran un resultado diametralmente opuesto. Los demócratas tienen un 80,4 % de probabilidad de recuperar la mayoría, mientras que los republicanos andan fritos con solo el 19,6 % de posibilidades de preservar sus mayorías en la Cámara de Representantes.

Los escándalos de Trump también han mermado la credibilidad de los republicanos. Los políticos, forzados a respaldar decisiones que ofenden a muchos conservadores, se sienten incómodos

Un Congreso dividido, ¿una gobernabilidad en crisis?

El resultado más probable es entonces que los republicanos preserven el control del Senado y que los demócratas obtengan la mayoría en la Cámara. Ese es un cambio dramático para la gobernabilidad de Trump y que sin duda pone freno y talanquera a sus desafueros legislativos y políticos. De allí que, literalmente, las elecciones de otoño podrían cambiar el mundo.
Dado que es la Cámara Baja la que tiene la iniciativa en temas presupuestales y tributarios, y la capacidad de bloquear muchas iniciativas en todos los ámbitos y someter a la administración a un severo control político, es predecible un deterioro significativo de la gobernabilidad de Trump.
De otro lado, es la Cámara la que tiene el poder de iniciar un juicio político al primer mandatario estadounidense, e incluso llegar a destituirlo, dejando expuesto al presidente a un nivel de oposición y cuestionamiento mucho mayor al que ha sufrido hasta ahora.
De allí que algunos esperen que Trump haga una barbaridad preelectoral para inclinar la balanza a su favor. No parecería factible una acción doméstica, dado que su lectura sería totalmente adversa y sería interpretada como una maniobra política inaceptable. Entonces esta sería –de darse– en el escenario internacional, en particular en el contexto regional, donde los intereses de Colombia podrían verse afectados.
Ante este complejo escenario doméstico en el país norteamericano, la política bilateral de Colombia debe ser extremadamente cuidadosa y serena. Hay que volver a una verdadera actitud bipartidista en las gestiones diplomáticas en Washington y no comprometerse con un alineamiento incondicional con Trump y sus salvajadas. De lo contrario, eso nos podría llevar a una confrontación muy peligrosa con nuestros aliados demócratas, a quienes sin duda vamos a necesitar.
GABRIEL SILVA LUJÁN
Exembajador de Colombia en Estados Unidos
Gabriel Silva Luján
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