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Asia

Papa en Birmania, visita que es como caminar sobre arenas movedizas

Aspectos del encuentro de ayer entre la jefa de facto birmana, Aung San Suu Kyi, y el papa Francisco en el Centro Internacional de Convenciones de Naipyidó (Birmania).

Aspectos del encuentro de ayer entre la jefa de facto birmana, Aung San Suu Kyi, y el papa Francisco en el Centro Internacional de Convenciones de Naipyidó (Birmania).

Foto:Ettore Ferrari / EFE

Dramático trasfondo de las persecuciones a la comunidad rohinyá hacen que sea un delicado periplo.

Ana María González
Los militares birmanos tuvieron en sus manos durante más de cuarenta años las riendas del país y no parecen dispuestos a dejar que la transición política iniciada en el 2011 los condene al ostracismo. Lo demostraron este martes al ser los primeros en reunirse con el papa Francisco después de su llegada a Rangún (la ciudad más grande de Birmania, antigua capital del país hasta el 2005) en un encuentro que no estaba previsto.
La cita estuvo encabezada por el poderoso general Min Aung Hlaing, jefe de las Fuerzas Armadas y considerado el responsable de provocar la huida masiva del grupo étnico rohinyás. La persecución desde hace tres meses a esta minoría musulmana, que ha provocado que casi 620.000 personas se refugien en el vecino Bangladés, constituye el punto caliente del viaje del sumo pontífice.
Los desplazados denuncian haber sufrido por parte de los militares asesinatos, violaciones, torturas, quema de viviendas y toda clase de privaciones, mientras que la ONU habla de “limpieza étnica”.
En los 15 minutos de reunión del Papa con Hlaing, que estuvo acompañado por otros cuatro altos mandos del Ejército, se habló de “la gran responsabilidad de las autoridades en este momento de transición”, según informó en un escueto y diplomático comunicado el portavoz vaticano, Greg Burke. El militar explicó a través de las redes sociales que le dijo a su santidad “que todas las religiones son de paz” y que “no existe ninguna discriminación entre los grupos étnicos del país”.
Fuentes de la Iglesia birmana apuntaron que con este inesperado encuentro, los militares trataron de conocer en privado la posición de Francisco antes del discurso que tenía previsto tras su reunión de este martes en Naipyidó con la líder política y protagonista de la transición, Aung San Suu Kyi, galardonada con el premio Nobel de la Paz en 1991. También se vio en la nueva capital birmana con el presidente Htin Kyaw.
Durante el discurso, Francisco pidió “respeto a todos los grupos étnicos y a su identidad”, pero no citó a los rohinyás ni se refirió a las acusaciones de “limpieza étnica” contra esta minoría musulmana o a su masivo éxodo hacia el vecino Bangladés. La expectativa del discurso del santo padre estaba centrada en que para la mayoría del país el nombre de esta minoría se trata de un término polémico. De hecho, ni siquiera se reconoce como compatriotas a sus miembros considerados ahora inmigrantes. El episcopado local pidió al pontífice no utilizar el término para no soliviantar a las autoridades ni a los extremistas budistas por el miedo a las represalias.
El pontífice afirmó que el futuro de Birmania pasa por “la paz” basada en el “respeto por cada grupo étnico y su identidad”. Francisco exhortó asimismo a un “compromiso por la justicia” y un “respeto de los derechos humanos”. Por su lado, Aung San Suu Kyi se comprometió a proteger los derechos y promover la tolerancia “para todos”. “Nuestro gobierno tiene como objetivo realzar la belleza de nuestra diversidad y reforzarla, al alentar la tolerancia y garantizar la seguridad para todos”, afirmó.
El sacerdote Bernardo Cervellera, director de la agencia Asianews, promovida por el Pontificio Instituto para las Misiones, asegura que los obispos locales consideran que Bergoglio “no estaba bien informado” cuando se refirió a la etnia musulmana. “Está claro que hay una injusticia con esa población, pero otras minorías también sufren la persecución y no se está hablando tanto de ellas”.
Sin querer hablar mucho de la mayor crisis de desplazados en Asia de las últimas décadas, pues “todos sufrimos la represión”, los católicos birmanos celebraron la llegada del Papa con enorme alegría. Tanto en el aeropuerto como en las calles de Rangún podía verse a grupos de fieles vestidos con camisetas con la imagen de Bergoglio y enarbolando banderas nacionales y vaticanas. “Que Francisco visite nuestro país es para nosotros como si fuera el mismo Jesús el que viene a vernos”, contaba Rusda, una mujer de mediana edad que acudió a recibir al pontífice al aeropuerto junto a su familia.
Los fieles a Roma en Birmana no llegan a 660.000, lo que supone el 1,27 por ciento de los más de 52 millones de habitantes del país. El alegrón que se llevan con la estancia del Papa se ha visto propiciado en parte por el revés que sufrió el pontífice a finales de la pasada primavera.
El Vaticano preparaba entonces la visita al sureste asiático con dos países como destino: India y Bangladés. Había ilusión en Roma por ver a Jorge Mario Bergoglio en el gigante indio, potencia regional e internacional donde viven 19 millones de católicos. Aquellos planes comenzaron a resquebrajarse cuando quedó claro que la emoción no era correspondida por el primer ministro Narendra Modi.
El líder del partido nacionalista hinduista, Baratya Janata, empezó a dar largas alegando que tenía problemas de agenda para recibir al pontífice. La Santa Sede captó el mensaje y se puso a buscar otro destino asiático que añadir a la etapa en Bangladés, que no se tocaba. La mejor opción era Birmania, país con el que el Vaticano acababa de establecer relaciones diplomáticas y cuya líder política de facto, Aung San Suu Kyi, fue recibida en mayo por el Papa en el palacio Apostólico.
Para ‘la Señora’, como la llaman sus compatriotas, conseguir la visita del mayor líder espiritual contemporáneo suponía un respaldo al proceso de consolidación democrática. El pasado 25 de agosto, su objetivo comenzó a empañarse cuando el ejército desató la represión contra los rohinyás, una operación que los católicos locales consideran orquestada para tratar de deslegitimar a Suu Kyi y hacer descarrillar la transición.
Como lo ha hecho en estos dos días, Francisco ha tenido que medir sus palabras y sopesar si vale la pena utilizar un lenguaje directo u optar en cambio por posturas que no pongan en peligro a los católicos locales. Es el gran dilema del viaje. Una posible vía intermedia la habría encontrado el Vaticano al incluir a un grupo de rohinyás en el encuentro por la paz que se celebrará el viernes en Daca (capital de Bangladés) durante la segunda etapa del viaje.
Pese a ser un país pobre y con una de las tasas de densidad de población más altas del mundo, Bangladés ha actuado con una enorme generosidad al abrir sus fronteras a los miembros de esta minoría. Los acoge en campamentos de refugiados como el de Kutupalong, donde malviven entre 350.000 y 400.000 personas.
Es un lugar terrible, aunque estar allí significa haber escapado del horror. Tiene una densidad de población por kilómetro cuadrado de récord y no cuenta con condiciones dignas para acoger a tanta gente, la mayoría mujeres y niños.
“Este es hoy el campamento de refugiados más numeroso del mundo y donde con mayor rapidez está aumentando su número. Eso hace que empeoren las condiciones. El agua está contaminada y hay muchos casos de diarrea y cólera. La gente está hacinada, lo que la hace más vulnerable a las enfermedades”, explica Mohammed Abu-Asake, portavoz del alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados.
“Los militares birmanos me torturaron y violaron cuando atacaron mi pueblo. Quemaron nuestras casas y nos robaron todo. A mi marido se lo llevaron y no he vuelto a saber nada de él. Yo conseguí al final huir con mi bebé y mi madre y escapar a Bangladés, pero esto que tenemos en el campamento no es vida. Quiero volver a Birmania y recuperar nuestras tierras. Si nos aseguran que se nos respeta, regresaría de inmediato”.
No es fácil calcular cuántas rohinyás fueron violadas, ya que reconocerlo en público supone una vergüenza social. De hecho, la mayoría de las mujeres consultadas asegura haber sido testigo ocular de cómo abusaban de primas, hermanas o vecinas, pero dice haberse salvado. “Sabemos que quienes lo cuentan son solo una parte de quienes han sufrido episodios de violencia sexual”, subraya María Simón, coordinadora de Médicos Sin Fronteras.
DARÍO MENOR TORRES
Especial para EL TIEMPO
Naipyidó (Birmania)
Ana María González
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