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Lecturas Dominicales

'La literatura es un credo al que hay que entregarse ciegamente'

Nacido en Bucarest en 1956, Cartarescu empezó su carrera literario como poeta.

Nacido en Bucarest en 1956, Cartarescu empezó su carrera literario como poeta.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

El escritor rumano Mircea Cartarescu es la nueva sangre de la literatura europea.

Sergio Alzate
Para Mircea Cartarescu la literatura es un credo al que hay que entregarse ciegamente, sin reparos. Hay que ser una especie de fanático capaz de encerrarse a leer durante días y semanas hasta bordear los límites de la esquizofrenia, como al mismo Cartarescu le ocurrió en su juventud, o tener la abnegación, como la tenían los monjes durante la Edad Media, de pasar muchas horas escribiendo hasta olvidarse del mundo terrenal; o creer que los libros son una especie de medio mágico para interpretar los sueños, para conocer el futuro o cambiar de sexo.
Su credo está en las letras, en la imaginación, en la fantasía o, como él mismo lo dijo en el discurso de recepción del Premio Formentor de las Letras, el pasado septiembre: “(...) Creo en aquellos para los cuales la escritura es una religión practicada con devoción, en soledad, en aras de la alegría personal y de la búsqueda de uno mismo, no una manera de adquirir un estatus social, notoriedad, dinero y gloria”. Y sin embargo, su compromiso no termina allí. Él cree que cada libro es una extensión de su cuerpo, un órgano vital que lo mantiene vivo. Tanto que si no escribe, el suicidio aparece en su cabeza como un fantasma.
Su nombre se ha vuelto uno de los inquilinos fijos en las quinielas para el Nobel de Literatura, algo que detesta y lo abruma. Cartarescu, de 62 años, preferiría nunca salir de su natal Bucarest que –al igual que Borges en su poema Fundación mítica de Buenos Aires– recrea y se inventa en cada uno de sus libros. Aunque, obligado por la fama, suele dejarla cada tanto.
Para esta entrevista, Cartarescu hizo una excepción: entre los viajes para recibir un honoris causa en su país, las muchas entrevistas que concedió en España a raíz del Formentor y la promoción de su último libro El ala izquierda –primera parte de la trilogía Cegador, publicado por Impedimenta– el mismo autor escribió las respuestas (algo que desde hace años había decidido no repetir) y luego la traductora de sus libros al español, Marian Ochoa de Eribe, las tradujo para LECTURAS. Esta es la voz del que tal vez sea el más latinoamericano de los escritores de Europa del Este.
Una de las influencias literarias que usted siempre ha mencionado ha sido la de los escritores latinoamericanos. De hecho, ha dicho que hay obras de García Márquez que sabe de memoria. ¿Cuál es la obra de García Márquez que más lo ha influenciado en su escritura? ¿Recuerda cuál fue el primer libro que leyó de él?
Siempre he vivido inmerso en una especie de campo literario, parecido en cierto modo a un campo magnético, lleno de fluctuaciones y perturbaciones. Todos los libros que he leído me han ‘influido’ a su manera, pero no sería capaz de determinar qué cambio concreto provocó cada uno de ellos, en qué compartimento de mi mente, a qué nivel y en qué aspecto concreto de mi vida o de mis libros. Nunca he aspirado ni he buscado escribir como García Márquez, aunque lo admiro profundamente, y en eso no soy diferente al resto de lectores. No creo que haya nadie que pueda imitarlo o analizarlo de forma crítica. Cien años de soledad es un libro de una perfección pura.
Leí este libro con unos veinte años, y cuando lo acabé estaba mudo. Sentía que no había nada que pudiera decir, o hacer, ante una obra así, como si me encontrara ante un brillante de enorme tamaño. Nadie puede dejarse influir por García Márquez sin perder su propia alma. Tienes que mantener cierta distancia, si no el agujero negro que provoca su lectura te devora vivo. Normalmente no son los grandes escritores los que influyen en otros escritores, sino más bien los de menor categoría (Dostoievski, por poner un caso, quería escribir como Alexandre Dumas…). Adoro todas y cada una de las explosiones de puro genio que aparecen en Cien años de soledad –los demás libros de García Márquez son libros más ‘normales’, algunos de ellos muy sofisticados, pero no milagros literarios–, aunque solo como lector. Su libro lleva unos cuantos días en mi escritorio. Me he propuesto releerlo después de cuarenta años. Me asusta un poco: ¿volverá la flor mística a abrir sus pétalos de nuevo?

Creo en aquellos para los cuales la escritura es una religión practicada con devoción, en soledad, en aras de la alegría personal y de la búsqueda de uno mismo

La poesía fue, o es, su primer gran amor literario. Escribió poesía hasta que dijo: no más. ¿Qué lo llevó a divorciarse de la poesía y pasar a la prosa? ¿Por qué abandonar ese gato muerto del mundo consumista como lo llamó en su libro El ojo castaño de nuestro amor?
Poesía es una palabra engañosa. Te hace pensar en el arte de componer versos y en los libros de poemas. Pero, en realidad, la poesía es una manera especial, ‘oblicua’ de ver el mundo. La mayoría de los libros de poesía que se publican en la actualidad no tienen nada de poéticos, porque sus autores no son poetas. Solo alguien capaz de ver poesía en todos y cada uno de los fragmentos de este mundo, en un clip, en un soneto, en un par de calcetines sucios o en una galaxia, puede llenar un libro de poemas de verdadera poesía. Para mí no existe ninguna diferencia entre escribir poesía o escribir prosa, o quedarme en mi hamaca y contemplar los escaramujos de mi jardín, o jugar con mis gatos. La poesía fluye por todas partes, “within you and without you”.
Cuando llegué a la treintena, miré atrás y no me gustó lo que vi: demasiados libros de poemas con mi nombre en la cubierta. “No es sano escribir tanta poesía –me dije a mí mismo, pensando en Bash y en Keats–. A partir de ahora no voy a volver a escribir un solo verso”. Y cumplí mi promesa, como hago siempre: he leído un montón de poesía desde entonces, pero no he escrito ni un solo verso en los últimos treinta años.
La prosa es el único tipo de poesía que deseo hacer.
La búsqueda de la belleza parece el fin de todos sus textos. ¿Por qué es tan importante la parte estética en su obra?
El bien, la verdad y la belleza son la misma cosa, según decían los antiguos filósofos, y llamaban a esta doctrina kalokagathon. John Keats, a quien ya he mencionado antes, también estaba de acuerdo: “La belleza es verdad y la verdad belleza… Nada más / se sabe en esta tierra y no más hace falta”. La belleza es importante para mí porque expresa la gracia universal. Intento crear oraciones bellas, pero no hablo de una belleza dulce o kitsch, sino de otro tipo de belleza; hablo de oraciones poderosas, a veces duras, a veces excéntricas, a veces locas…, pero buenas, verdaderas y bellas, en definitiva, llenas de esa gracia que es clave para que algo sea poético.
Nostalgia, que es ya un libro de culto en Rumania, es una especie de mapa para todo lo que va a publicar después. Fue un libro que sufrió la censura del régimen comunista. ¿Qué tanto marcó la opresión política sus primeros relatos y qué tanto marcó todo el fin de este régimen su futura escritura?
Una dictadura no basta para cambiar mi estilo. Podría haber escrito mis libros en un iglú en medio de la Antártida o en una choza india. O en Corea del Norte. No me importan mucho las condiciones geográficas, históricas, sociales o políticas que me rodean; simplemente escribo sobre mí y sobre mi mundo. Tengo una biblioteca enorme en casa. Esos miles y miles de libros no están ordenados por países, épocas o lugares. Cicerón puede estar colocado junto a Isaak Bábel, y Sei Shonagon junto a Carlos Fuentes. Solo hago distinciones entre libros buenos y libros malos. No quiero libros malos en mi casa.
Era extremadamente difícil publicar en Rumania durante la época comunista, pero ¿a quién le importaba? Yo formaba parte de un círculo de jóvenes escritores que solo querían escribir, no publicar. Por aquel entonces todo estaba siendo víctima de la censura, incluso los libros de cocina. ¿Qué sentido tenía publicar? Cuando adquirimos cierta notoriedad –interpretaron nuestra libertad de ideas como disidencia–, por fin publicaron nuestros libros, pero no sin que antes fueran mutilados por la censura. Nostalgia, mi primer libro en prosa, escrito cuando tenía 25 años, se convirtió en un lisiado. Sin embargo, después de la revolución conseguí publicar el texto íntegro. Muchas personas lo consideran aún mi mejor libro hasta la fecha, porque nunca podrán olvidar el shock que experimentaron al leerlo a finales de los ochenta. A mí también me encanta, y lo considero un órgano vital de mi cuerpo escritural.
Después de la revolución, mi estilo siguió siendo el mismo. Continué con el proyecto de mi vida, que me resultaba tan íntimo como mi propia voz. No hago concesiones, solo escribo lo que de verdad quiero escribir. No siento ningún interés por toda esa parafernalia que acompaña a la noción de la escritura como ‘trabajo’: gloria, dinero, premios y críticas. Lo único que les pido a los dioses es que cada nuevo libro que escriba sea tan bueno como los anteriores.
Además del Formentor, Cartarescu recibió este año el Premio Thomas Mann de Literatura.

Además del Formentor, Cartarescu recibió este año el Premio Thomas Mann de Literatura.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

“No escribiría una sola línea si la literatura no fuera mi religión”, dijo
en su discurso de la Feria del Libro de Madrid. Algo semejante repitió
al recibir el Formentor. ¿Qué tipo de religión es esta? ¿Cuáles son los dioses de esta religión? ¿Los escritores qué vendrían siendo?
No creo que haya ‘tipos’ de religiones. La religión es solo una, y siempre implica que crees en algo más grande, más fuerte y más sabio que tú, algo para lo que tú eres relevante, ya sea Dios, la Realidad, la Naturaleza, tu propia mente, etc. Se puede comprender el vínculo religioso con una sencilla imagen: cuando eres un niño pequeño, tu madre te da la mano para cruzar la calle. La esencia de este vínculo es el amor. Con el escritor pasa lo mismo. Creo que todos los verdaderos escritores sienten que no están solos cuando escriben; sienten cierta influencia, una presencia a la que a veces llaman inspiración. Hay alguien más grande, más fuerte y más sabio que los lleva de la mano. A veces siento que solo soy un bolígrafo en la mano del verdadero escritor: mi incomprensible mente.

No es sano escribir tanta poesía –me dije a mí mismo, pensando en Bash y en Keats–. A partir de ahora no voy a volver a escribir un solo verso

En El ala izquierda uno de los protagonistas más relevantes es su madre, al igual que en el relato ‘El ojo castaño de nuestro amor’. Usted ha dicho que esa parte femenina en su escritura es vital. ¿Por qué? Y ¿por qué es tan importante para usted esa especie de bisexualidad a la hora de escribir?
He escrito algunos de mis libros desde la perspectiva de una mujer. Me encanta escribir con voz femenina. Hacerlo implica darle voz a la parte oprimida de tu ser, que es una mujer si tú eres un hombre y un hombre si tú eres una mujer. Todos, pero sobre todo los artistas, somos andróginos. No se puede percibir la totalidad de la experiencia humana si no se mira simultáneamente con ojos de mujer y ojos de hombre, con los hemisferios derecho e izquierdo a la vez. Tiresias podía ver el futuro precisamente porque era andrógino.
Mi madre procedía del campo y no pudo estudiar, pero es una persona maravillosa que ha ejercido una influencia muy profunda en mi vida. Puede sonar extraño, pero no me di cuenta de lo mucho que la quería hasta que empecé a escribir sobre ella. Fue una gran sorpresa para mí. La escritura parecía ser el mejor conducto para que el amor y la gratitud fluyeran entre nosotros, en cualquier caso mucho mejor que el aire que nos separaba. Mientras escribía sobre ella intentaba imaginar el aspecto que tenía cuando era joven y bella, seguramente la mujer más bella del mundo. En el primer tomo de mi trilogía, describo un día de su vida por el que pasan todas las estaciones: era primavera por la mañana, verano a mediodía, después otoño y nevaba al caer la noche. Este primer tomo es el equivalente del Paraíso en los trípticos barrocos. Todo lo que contiene está relacionado con mi madre. El segundo trata sobre el niño y representa la Vida Terrestre. Mientras que el tercero gira en torno a la historia como Infierno, colocando a mi padre en el centro. Cuando escribí Cegador, tenía en mente, de hecho, el fabuloso políptico de Gante, La adoración del cordero místico, e intenté hacer con las palabras algo que tuviera la misma riqueza y complejidad que ese magnífico retablo.
El mundo onírico es una parte sustancial de su literatura. Es más, usted cree que este mundo de los sueños hace parte de la misma realidad. ¿Por qué? ¿Cómo logra convertir o usar este mundo de una forma tan recurrente en su literatura?
Para mí, los sueños solo son otra habitación de mi vida. Cuando salgo de mi cuarto voy al salón, luego a la cocina, después al baño y al final regreso al cuarto. Con mis sueños pasa igual. Son parte de ese apartamento al que llamo realidad. Mis sueños son reales, mis recuerdos son reales, mi vida cotidiana es real, lo que imagino cuando estoy leyendo es real, lo que escribo es real. La misma mente teje el mismo mundo.
Me encanta soñar. Desde que tenía 17 años anoto en mi diario (el núcleo de mi escritura) todos y cada uno de los sueños que tengo. Mis sueños son recurrentes, multiplican mi vida generando un doble que me resulta mucho más fascinante.
Noche tras noche exploro aguas residuales, corredores, paisajes enormes, las ciudades secretas de mi vida onírica. Casi todos mis libros están basados en un sueño real. En mi último libro, Solenoide, transcribí unos cuarenta sueños reales que había tenido durante las últimas dos décadas, y a medida que escribía intentaba descifrarlos. Pero aún no soy un escritor onírico. Soy un realista puro y duro que se niega a amputar sus sueños o visiones. Porque el ser humano es una criatura alada, no está hecho solo para caminar.
Usted ha dicho en algunas ocasiones que no edita sus textos, que tal como se le van ocurriendo van tomando forma. Pero una trilogía como Cegador ¿cómo se organiza?, ¿cómo fue el mapa o el proceso de crear esta obra?
Existe el mito del escritor que nunca está satisfecho, que siempre modifica su texto, que añade y elimina párrafos, arranca páginas, ‘trabaja duro’ para pulir sus textos. Per aspera ad astra, ¿verdad? Pero yo creo que un verdadero artista no necesita hacer eso.
Una termita no es un arquitecto, pero construye nidos gigantescos, de seis metros de altura, extremadamente complejos, llenos de habitaciones y pasillos, con aire acondicionado y temperaturas que se mantienen estables. Trabaja sin un plan, sin saber siquiera lo que está haciendo, pero al final ese enorme palacio siempre es perfecto. La termita puede hacer esto porque el plan es el insecto en sí mismo. Al ser como es, la termita no puede hacer otra cosa que construir su nido. El nido es un órgano exterior del propio cuerpo de la termita. Con mis libros me ocurre lo mismo.
Escribo a mano, despacio, no planifico nada, ni siquiera sé lo que voy a escribir en la siguiente página, no sé adónde me dirijo ni qué quiero decir, no añado ni borro nada. Mis libros siempre son el primer borrador. Porque, como la termita, mi mente y mi cuerpo son en sí mismos el plan. Fundamentalmente, la literatura es religión, tienes que tener fe. Y, si tienes fe, puedes caminar sobre el agua.
Y para terminar, ¿por qué la mariposa como figura para la trilogía? Los insectos, tan presentes en Solenoide, parecen ser una buena fuente de metáforas para usted.
Cegador es la novela de la mariposa. Todo el libro es como un insectario lleno de mariposas multicolores. Además, la forma misma de la trilogía imita la del
insecto: tiene un ala izquierda, un cuerpo y un ala derecha. En las alas hay
manchas de color; se trata de las ciudades que describo: Nueva Orleans, Ámsterdam y Bellagio.
Utilicé la mariposa como símbolo general de mi libro porque es un “símbolo natural”
perpetuo, como diría Roger Caillois. La mariposa, con su metamorfosis, nos transmite la idea de la inmortalidad: primero es una oruga que se arrastra horizontalmente por la tierra, igual que nosotros luchamos por abrirnos camino por la vida; luego se encierra en una crisálida, como nosotros en un ataúd; y después resucita como una maravillosa criatura alada, igual que nosotros esperamos resucitar después de la muerte. Para los antiguos, el símbolo del alma era la mariposa, no el pájaro. De hecho, Psique, diosa del alma, solía ser representada como una joven con alas de mariposa.
Solenoide, en cambio, es mucho más oscura. En esta obra, el símbolo principal son los arácnidos: arañas, garrapatas, ácaros. Criaturas horribles que emergen del infierno de nuestra imaginación. Por eso, en este libro el héroe es la humanidad en sí misma, que va pidiendo auxilio mientras avanza por la oscuridad de un paisaje cárstico, desesperado. 
DIEGO FELIPE GONZÁLEZ GÓMEZ 
Sergio Alzate
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