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Menos incidentes, pero más muertes por balas perdidas durante el 2017

Manifestante opositor muestra casquillos de bala después de un enfrentamiento con la Guardia Nacional Bolivariana, este lunes 19 de junio.

Manifestante opositor muestra casquillos de bala después de un enfrentamiento con la Guardia Nacional Bolivariana, este lunes 19 de junio.

Foto:Miguel Gutiérrez / EFE

Cali y Medellín son las capitales más afectadas por este fenómeno. Disputas juveniles, la causa.

Diana Rincón
En los 27 años corridos entre 1990 y el 2017, al menos 1.565 personas fueron afectadas por balas perdidas en Colombia. De ellas, 675 perdieron la vida por situaciones que en la mayoría de los casos fueron producto de la imprudencia y de una cultura que por generaciones ha vendido la idea de que disparar al aire es una manera de celebrar.
Esos reveladores datos están contenidos en un informe del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), cuyas bases de datos registran que en lo que va corrido del 2017 hay un 35 por ciento menos de incidentes (pasaron de 176 a 114), pero también que el número de víctimas mortales aumentó.
Pasó de 50 a 55, y aún están pendientes las fiestas de fin de año, en las que tradicionalmente hay un mayor número de casos reportados. De hecho, en promedio, uno de cada cuatro casos con heridos y muerto, que se dan entre diciembre y enero, según el Cerac.
De acuerdo con estas cifras, de 11 meses corridos de este año en el país, hay un muerto cada 6 días por este tipo de actos que cada año son cuestionados por la inmensa mayoría. No obstante, en medio de la euforia colectiva, las autoridades no dejan de registrar denuncias telefónicas que dan cuenta de un ‘pistoloco’ disparando sin objetivo.
¿El perfil de las víctimas? En cuanto a sexo, la proporción es similar, si bien es ligeramente mayor el número de hombres afectados. Casi una de cada dos víctimas tiene menos de 18 años. Pero mientras una de cada dos mujeres en esa situación no ha cumplido los 18, esa proporción baja al 30 por ciento en el caso de los hombres.
En promedio, señalan las bases de datos de Cerac, el 35 por ciento de las víctimas de balas perdidas son menores de edad. La curiosidad y la menor conciencia del riesgo frente a estas situaciones podrían explicar esa mortal estadística. De hecho, los dos rangos de edad más afectados están entre los 10 y los 18 años y entre los 20 y los 30.
El informe revela también que el número de personas afectadas por balas perdidas durante acciones sicariales ha bajado, pero viene en crecimiento el número de casos de personas que quedan en medio de enfrentamientos armados entre bandas y grupos de delincuencia juvenil. Esta situación es particularmente grave en ciudades como Cali y Medellín, donde las balaceras por las llamadas ‘fronteras invisibles’ siguen cobrando vidas.
Cerac dice que en los últimos 7 años, 23 por ciento de las muertes se dieron como efecto colateral de acciones de sicarios, mientras que una de cada 5, por enfrentamientos entre combos.
Cali, Medellín, Barranquilla, Bogotá y Cartagena son, en ese orden, las capitales más afectadas por este fenómeno. En todo el país, además, es notoria la situación de subregistro, en especial porque la Policía dejó hace algunos años de llevar una estadística diferenciada de estos casos en sus reportes sobre muertes y lesiones personales.
Esos homicidios y casos de graves heridas son también delitos impunes en su mayoría. Así, en los últimos seis años solo se ha logrado la captura del 12 por ciento de los responsables.
De las grandes capitales, la que reporta menos casos es Bogotá. Así, ni el Instituto de Medicina Legal, ni la Policía ni la Fiscalía tienen reportes oficiales de muertes o heridos por balas perdidas en Bogotá durante el 2017.
Sin embargo, este año se han conocido dos casos que podrían haber estado relacionados con este tema. El primero se reportó el 2 de junio en la localidad de Engativá y habría ocurrido en la última semana de mayo, cuando un menor que jugaba en un parque falleció tras ser impactado por un proyectil.
La información inicial dio cuenta de que habría provenido del arma oficial de un escolta que hacía parte del esquema de seguridad. No hay información oficial sobre los resultados de la investigación.
El segundo caso se reportó en julio y se relaciona con un hombre de 32 años, identificado como Pablo Antonio Amaya, quien recibió un disparo en el abdomen en el momento en que sacaba su carro de un garaje, en el barrio Atenas. Los vecinos informaron que un arma habría sido disparada en medio de una riña, pero no hubo detenidos ni investigación.
Cerac insiste en que hay que aumentar los controles de porte de armas y pide que no se avance en la propuesta de la Fiscalía de despenalizar los disparos al aire. “Las judicializaciones han aumentado, no tanto porque se pueda demostrar que causaron la muerte o dejaron herida a una persona, sino porque se demuestra que el arma usada fue disparada –dice Jorge Restrepo, director de esa ONG– (...) El Fiscal General pidió eliminar esa penalización, algo que nos parece muy mala idea porque es una herramienta para mejorar la persecución penal en estos casos”.

‘Es una violencia que se puede prevenir’

Jorge Restrepo, director de Cerac, asegura que hay que intensificar los controles sobre el porte de armas de fuego.
¿A qué factores atribuye la reducción de víctimas por balas perdidas?
Esto apenas compensa el tremendo aumento que hubo el año anterior. Es muy difícil explicarlo porque aún no hay decisiones judiciales que permitan interpretar qué factores incidieron en los resultados.
¿La restricción al porte de armas aún con salvoconducto funciona para evitar estas tragedias?
La restricción sirve si hay control. Las autoridades deben ser más activas para identificar a quienes están portando armas.
¿Qué tanto pesa la violencia de los combos juveniles en los daños colaterales por balas perdidas?
Las disputas entre las pandillas de jóvenes metidos en el crimen organizado son un factor que tiene que preocupar a los alcaldes. No solamente ocurre por las fronteras invisibles: incluso hay disputas futboleras en las que en ocasiones se utilizan armas de fuego. Por eso insisto en que hay que llevar el control de armas hasta donde se dan los enfrentamientos entre estos grupos: es decir, a los barrios, a los parques, no solo a las principales vías. Esta es una violencia que se puede prevenir y se puede reducir.
JUSTICIA
Diana Rincón
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