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Cortes

La semana más trágica de Belisario Betancur

Imágenes de archivo de la tragedia de Armero y la retoma del Palacio de Justicia.

Imágenes de archivo de la tragedia de Armero y la retoma del Palacio de Justicia.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

El miércoles 13 de noviembre de 1985, vino la tragedia masiva de la población tolimense.

Redacción El Tiempo
El desfile de las personas que iban siendo liberadas era escalofriante. Nuestra cámara tomaba de frente los rostros de todos los que salían hacia la Casa del Florero. Eso convirtió las imágenes de Televisión Española en prueba de que muchos de los que fueron dados por muertos o desaparecidos habían salido vivos del Palacio y después fueron torturados o eliminados.
En las semanas siguientes a los hechos, al menos tres familias pasaron horas en nuestra oficina identificando gestos, caras, zapatos… buscaban a un magistrado, a una empleada de la cafetería, a un auxiliar… hacían rodar la imagen una y otra vez y repetían: “Así camina ella, pero esa no era la falda que llevaba ese día”. “Es él, está muy asustado”.
Esta escena se repitió por un tiempo. Diez años después apareció en la oficina un grupo del CTI o de la Policía que pidió ver todo el material: días después, cuando llegaron con una orden para retirar las cintas de la oficina, el corresponsal de ese momento ya las había enviado a Madrid para proteger la información.
La semana pasada, la mirada triste y ausente de Esperanza, una madre que busca a su hija sobreviviente de la tragedia de Armero, me recordó los ojos de pánico de los rehenes cuando iban saliendo del Palacio.
Mientras, la serenidad de los hijos de Luz Mary Portela, abrazados a los restos recuperados de su madre desaparecida en el holocausto, contrasta con la desesperanza de familias que perdieron a sus niños en Armero y que la falta de ayuda del Estado no les ha permitido abrazarlos de nuevo.
Cuando comenzó el incendio en el edificio de la justicia, Canete, mi compañero, decidió poner la cámara a un costado del Palacio, por la 7.ª, y ahí estuvimos por lo menos 20 horas.
La sensación era de caos total; en la radio no contaban nada. De un momento a otro empezaron a llegar tipos de civil con pistolas en la mano que gritaban “entremos, hágale”; era como si de repente hubieran invitado a disparar contra los asaltantes a todo el que tuviera un arma. Nunca había visto tantos pistoleros de saco y corbata.
El M-19 pretendía enjuiciar al Presidente por incumplir la tregua firmada en Corinto y someterlos a acoso militar.
Decidieron hacerlo ante los magistrados de las altas cortes porque suponían que el Ejecutivo no se atrevería a poner en peligro a la plana mayor del poder judicial. Lo único que consiguieron los asaltantes fue morir, matando.
Por mi condición de colombiana y española, el cubrimiento de los hechos del Palacio y Armero fue el más difícil de mi carrera. Era delicado contar qué estaba sucediendo porque el Gobierno impuso censura desde el principio. Las filtraciones de información eran arenas movedizas porque no se sabía quién decía la verdad.
En España se dio muchísima difusión a los hechos de aquella semana aciaga para Colombia. Los de la corresponsalía de Bogotá abrimos el noticiero varios días seguidos. Belisario había sido embajador y gozaba de un gran prestigio en ese país.
Al ver el incendio del Palacio tuve la sensación de que mi país se derrumbaba y yo tenía que dar esa noticia así, como si nada. Era claro que solo el ejército mandaba y que el primer objetivo no era preservar la vida de los rehenes ni mucho menos negociar, sino derrotar al M-19 a cualquier precio. Las coincidencias con Armero fueron escalofriantes: ambas tragedias pudieron ser evitadas y en ambas la herida mortal fue el abandono.
Meses después de la semana trágica me encontré con el Presidente y su ministro Bernardo Ramírez en un restaurante de Bogotá. Ambos bebían coñac. Me invitó a sentarme y me dijo: “Qué mala suerte la mía, Ana Cristina, ser usted periodista cuando yo era Presidente”, y yo respondí: “Usted tenía un papel y yo otro. Y cada uno hizo lo que tenía que hacer”.
En 1991 le pedí una entrevista sobre el Palacio. Me respondió que nunca hablaría sobre el tema, pero que sus hijos publicarían un libro tras su muerte. “Pero hable con Bernardo Ramírez –me dijo–, lo que él le diga, está bien”. La entrevista con el ministro fue una bomba: “Fue un golpe de Estado técnico de los mandos militares… Entraron pidiendo sangre del M-19”. Ese grupo subversivo había humillado en repetidas ocasiones a las Fuerzas Militares y, según el ministro, “el Palacio les sirvió para vengarse”.
El drama de Pompeya se repitió en el Tolima. A las pocas horas de la avalancha de piedra y lodo, solo quedaban miradas extraviadas y desolación. Cientos de muertos vivientes cubiertos de lodo deambulaban sin rumbo. Cuando veían la cámara, te pedían llorando que buscaran a su hijo o a su nieta, o decían que los grabaras para que sus parientes los pudieran localizar.
Mis compañeros de equipo encontraron a Omaira Sánchez en la mañana y pasaron muchas horas haciéndole compañía. La adolescente que sobrevivió en un pozo de agua estancada con semillas de café murió tras dos días de agonía.
Pedía que no la dejarán sola y la sacaran en la televisión para decirle a su mamá: “Mamá, si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude… yo no puedo morir, no es justo, solo tengo trece años (…) yo quiero cuando salga que me tomen con la cámara y salir triunfante”.
La madre de Omaira no estaba aquella noche en Armero, y de la familia solo se salvó el hermanito. La imagen de Omaira causó conmoción en el mundo y generó debates en torno a la ética periodística. El equipo encontró a la niña y pasó con ella muchas horas y mientras los socorristas trataban de sacarla, ella deliraba. La maquinaria que se necesitaba para rescatarla no podía llegar hasta el lugar. Su fortaleza y sus ojos agonizantes se convirtieron en la imagen de la impotencia. En ningún momento quisimos hacer amarillismo con la agonía de Omaira y editar las imágenes fue muy difícil. Hoy no soporto verlas.
La madre de la niña agradeció que se hubieran grabado esas últimas horas de su hija antes de morir.
En Armero, como en el Palacio, se mezclaron la falta de previsión por parte del Estado y la incredulidad de los protagonistas sobre lo que les estaba sucediendo.
Ambas son tragedias anunciadas que se pudieron evitar. Pero sobre todo, significan ausencia y desaparición.
El pueblo es hoy una gran fosa común tapizada de una vegetación exuberante. Debajo de lo que fueron casas hay 23.000 sepultados. Los relatos de los que aún viven recuerdan lo que pasó en la ciudad italiana de Pompeya: en una hora pasaron de la prosperidad a la nada.
Para Armero, una herida muy difícil de cerrar es el olvido institucional y la incertidumbre sobre los niños vivos que se perdieron. Pasaron por manos de socorristas, policías o personas que ayudaban en la atención de la tragedia y hoy son adultos mayores de 31 años. Si en Armero hubo desalmados capaces de atracar a los heridos en vez de ayudarlos, también pudo haber robo y tráfico de niños.
La Fundación armando Armero, que se dedica a recuperar la memoria histórica del territorio, tiene ya identificados 302 casos de niños a los que sus padres vieron con vida y luego no pudieron encontrar. Gracias a la persistencia de la fundación, se han hallado niños adoptados en Italia, Suecia, España, Alemania y Colombia.
Si bien ya hubo tres reencuentros de niños con sus familias, el politólogo Francisco González, director de la ONG, dice que “en Colombia así como hay una ley que protege a las víctimas de los errores humanos, hace falta una que cobije a las víctimas de los desastres naturales. Para encontrar a esos niños habría que investigar en los archivos del ICBF de esos años, casas de adopción, emigración… es un trabajo que necesita recursos y colaboración institucional”.
“González dice que si bien Santos no le ha cumplido a Armero como Presidente, ojalá que el premio Nobel de la Paz sí se acuerde de todas esas familias divididas que sueñan con un reencuentro y de un pueblo que espera una segunda oportunidad que les ayude a superar la noche de la desolación.
ANA CRISTINA NAVARRO*
Especial para EL TIEMPO
Ana Cristina Navarro trabajó 25 años como periodista en Televisión Española.
Fue gerente de Teleantioquia y de comunicación de EPM.
Redacción El Tiempo
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