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'Algo habrá hecho' / Opinión

Siguen siendo las niñas, adolescentes y mujeres las que reciben con mayor frecuencia la sevicia y la barbarie de la violencia.

Siguen siendo las niñas, adolescentes y mujeres las que reciben con mayor frecuencia la sevicia y la barbarie de la violencia.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

¿Por qué las campañas para decir NO a la violencia solo tienen como foco a las niñas y mujeres?

En las últimas semanas se ha escuchado un reclamo generalizado de los hombres sobre casos de violencia contra ellos, ejercido por sus compañeras sentimentales. El hombre quemado con ácido en Urabá por su esposa, o el joven del sur de Bogotá apuñalado por su novia, son algunas de las denuncias que han prendido las alarmas; sin embargo, hay que decir que desde la década de los 90 tanto la Policía como el Instituto de Medicina Legal tienen reportes de violencia intrafamiliar contra hombres.
Y los hombres se preguntan, ¿entonces, por qué las campañas y los movimientos para decir NO a la violencia solo tienen como foco a las niñas y mujeres? La respuesta está lo suficientemente argumentada: siguen siendo las niñas, adolescentes y mujeres las que reciben con mayor frecuencia la sevicia y la barbarie de la violencia que se ejecuta en la calle, la oficina, el colegio, la universidad y en lo más íntimo de la casa.
La proporción, según todos los estudios, encuestas y casos registrados en los ámbitos de salud y justicia, es de 96 por ciento de mujeres víctimas contra un 4 por ciento de hombres.
La impunidad, la vergüenza y el miedo al victimario han avivado esta violencia. Y si bien es cierto que el mayor número de víctimas son mujeres, lo que no nos podemos permitir como sociedad es que los crímenes cometidos contra hombres no tengan visibilidad y no sean denunciados de igual forma.
Hace tres meses, en Londres, cuando se reunieron expertos de todo el mundo para discutir el plan de acción a nivel global para prevenir y erradicar la violencia sexual, una de las asistentes reclamó abiertamente para que no se le diera el mismo trato y visibilidad a los casos de hombres violados, que a los de las mujeres. “Este espacio, el de las mujeres víctimas, también se lo quiere robar el machismo, y ellos (los hombres) quieren argumentar que es más difícil y penoso para ellos”, señaló la experta. Es respetable su posición. Pero el pulso entre el machismo y el feminismo no nos puede llevar a desconocer la condición de víctimas de un ser humano. ¿Quién tiene la potestad para poner en la balanza el dolor de alguien? ¿Acaso la vulneración del cuerpo tiene raza, condición social o sexo? Una bofetada causa el mismo efecto en un rostro barbado o una piel suave y maquillada.
La violencia intrafamiliar y de género contra los hombres no se puede convertir en otro capítulo nefasto de la intolerancia que tiene enferma a la sociedad. Y las autoridades y la justicia no pueden responder a estos casos con la típica frase que llevamos escuchando las mujeres por décadas: ¡Algo habrá hecho!
JINETH BEDOYA LIMA
Subeditora El TIEMPO
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