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Cortes

Llamado urgente para proteger a nuestros niños

Hasta finales de octubre de este año se registraron, en total, 17.711 casos de agresión sexual.

Hasta finales de octubre de este año se registraron, en total, 17.711 casos de agresión sexual.

Foto:Archivo particular

Según datos oficiales, cada hora dos niños son abusados sexualmente en Colombia.

Con dolor de patria he visto crecer de manera exponencial la denuncia de maltratos y abusos sexuales hacia los menores en mi país. Horrorizada por las noticias y la constatación del ultraje hacia los niños y niñas, me pregunto: ¿Qué estará pasando?
En principio, creo que el crecimiento de estos casos aberrantes se debe a dos razones: primero, actualmente las autoridades están prestas a recibir las denuncias y así otorgar apoyo a los menores abusados y a sus familias, como consecuencia el fenómeno se visibiliza y por lo tanto crece.
Segundo, pensar que en verdad han aumentado los casos de abuso y por tanto la realidad nos está mostrando que nuestros niños están en constante peligro de ser tomados como objetos sexuales y así ser abusados.
Aún es más sorprendente constatar que en el mayor porcentaje las denuncias muestran cómo el abusador hace parte del entorno inmediato del menor, bien pueden ser sus padres, sus madres, abuelos, hermanos mayores, primos y todos aquellos individuos que hacen parte del círculo de confianza.
¿En qué momento se rompió el tabú? Cuándo los niños pasaron de ser ángeles sin sexo como se les concebía al comienzo del siglo IXX a ser “dotados” de una capacidad de seducción inocente que los hace completamente víctimas de los deseos desenfrenados de los adultos que debían protegerlos y cuidarlos.
¿Qué está pasando en las familias y por tanto en el tejido social que convierte a los niños en víctimas de los deseos humanos mal encausados? Somos definitivamente seres sexuados y pasamos por momentos en los que nuestras hormonas nos dominan, pero eso jamás podrá justificar un abuso sexual hacían un menor.
Y no estoy hablando del caso de seres humanos enfermos, sociópatas, que ultrajan destruyen y humillan el cuerpo de un niño hasta quitarle la vida; no hablo de ellos que finalmente son vistos como casos excepcionales y como enfermos incapaces del control.
Hablo de esos familiares que abusan frecuentemente del menor que lo someten y siguen allí tan campantes hasta que son sorprendidos o el niño o niña con valentía es capaz de romper el silencio protector hacia la dinámica insana de su familia y pasa sobre el miedo de que ese estatus quo se rompa atreviéndose a denunciar lo que está pasando.
Quiero en verdad entender este fenómeno perverso, saber qué pasa en la sociedad, pensar, por ejemplo, si existe una relación entre la perdida de respeto hacia los demás, hacia el propio cuerpo y por tanto se pierde también el respeto a la vida que está germinando.
Porque el abuso en la infancia es tan grave precisamente por eso, pues genera huellas imborrables, modifica el psiquismo y hace que el abusado se sienta un ser sin valor y termine viviendo momentos de depresión tan fuerte que puede incluso llevarlo al suicidio o a la quiebra de su personalidad de tal manera que no pueda encontrar sentido en lo que hace y sea incapaz de entregarse a una causa en función de su crecimiento y expansión personal.
No tengo respuestas, pero creo que poder reflexionar sobre este asunto es ya un buen comienzo. Agradezco a ustedes como lectores el que también reflexionen conmigo y que tal vez con una actitud de amor y compasión tejamos un lazo invisible para proteger a nuestros niños.
Sin embargo, estas buenas intenciones no son suficientes; hay que pasar de la reacción a la acción consciente de protección de parte de las autoridades.
¿Cómo hacerlo? Como psicóloga y experta en psicología infantil, aún no lo sé. Pero me inquieta darme cuenta de que nuestros niños están durmiendo con el enemigo ante la actitud confiada, inocente y pasiva de quienes deberíamos protegerlos, los adultos.
NEILA DÍAZ
DIRECTORA DE LA ESPECIALIZACIÓN EN PSICOLOGÍA EDUCATIVA
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
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