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El reto de la desigualdad global

La desigualdad ha crecido de manera sostenida en Costa Rica los últimos años,  por lo que se ubica en el puesto 66 a nivel mundial y noveno en Latinoamérica y el Caribe.

La desigualdad ha crecido de manera sostenida en Costa Rica los últimos años, por lo que se ubica en el puesto 66 a nivel mundial y noveno en Latinoamérica y el Caribe.

Foto:Jeffrey Arguedas / EFE

Las ocho personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como los 3.600 millones más pobres.

La desigualdad global hoy ha llegado a niveles observados por última vez a fines del siglo XIX y sigue aumentando. Con ello ha surgido una creciente sensación de privación de derechos que ha alimentado la alienación y la rabia, e incluso ha engendrado nacionalismos y xenofobia. A medida que la gente lucha por conservar su escasa parte del pastel, su ansiedad ha creado espacio político para movimientos populistas oportunistas, sacudiendo el orden mundial en el intertanto.
La brecha entre ricos y pobres hoy en día es alucinante. Oxfam ha observado que las ocho personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como los 3.600 millones más pobres. Como señaló recientemente el senador Bernie Sanders, la familia Walton, propietaria de Walmart, tiene hoy una riqueza superior a la del 42 por ciento de toda la población estadounidense.
Sin duda, en las últimas décadas se han hecho grandes avances en la reducción de la pobreza extrema, definida como consumo de menos de 1,90 dólares por día. En 1981, el 42 por ciento de la población mundial vivía en extrema pobreza. Para el 2013, esa proporción había caído por debajo del 11 por ciento y hay evidencias de que hoy se sitúa en torno al 9.

“Varios millones de estadounidenses –negros, blancos e hispanos– viven hoy en hogares con ingresos per cápita de menos de 2 dólares por día

Pero nuestro trabajo está lejos de terminar. Y, contrariamente a la creencia popular, no debe limitarse al mundo en desarrollo. Como señaló recientemente Angus Deaton, la pobreza extrema sigue siendo un problema serio en los países ricos. “Varios millones de estadounidenses –negros, blancos e hispanos– viven hoy en hogares con ingresos per cápita de menos de 2 dólares por día”, señaló. Y teniendo en cuenta el costo de vida mucho más alto, unos ingresos así suponen un reto mucho mayor en un país como Estados Unidos que en la India.
En Nueva York, el número oficial de personas sin hogar pasó de 31.000 en el 2002 a 63.000 hoy. Lo que ha coincidido con el hecho de que en la última década los alquileres han aumentado más de tres veces más rápido que los salarios de los hogares.
Irónicamente, los ricos pagan menos por muchos bienes y servicios. Un ejemplo claro son los vuelos. Gracias a los programas de viajero frecuente, los viajeros ricos pagan menos por cada milla que vuelan. Si bien esto tiene sentido para las compañías aéreas, que quieren fomentar la lealtad entre sus pasajeros frecuentes, representa otra forma de recompensar la riqueza. Paralelamente, un estudio en aldeas indias demostró que los pobres enfrentan la discriminación sistemática en los precios, exacerbando la desigualdad. De hecho, la corrección de las diferencias en los precios pagados por los ricos y los pobres mejora el coeficiente de Gini entre un 12 y un 23 por ciento.
Los más acomodados también reciben gratis una gran cantidad de productos. Un ejemplo trivial es que no recuerdo cuándo compré por última vez un bolígrafo. Pero un ejemplo no tan trivial es la tributación. En lugar de pagar las mayores proporciones de los impuestos, a menudo las personas más ricas pueden aprovechar lagunas y deducciones que no están disponibles para aquellos que ganan menos. Sin tener que romper ninguna regla, los ricos reciben lo que equivale a subsidios: dineros que tendrían un impacto mucho mayor si se asignara a las personas más pobres.
Por supuesto, en toda economía una cierta cantidad de desigualdad es inevitable e incluso necesaria para crear incentivos e impulsar la economía. Pero hoy en día, las disparidades de ingresos y riqueza se han vuelto tan extremas y arraigadas que atraviesan generaciones: la riqueza familiar y la herencia tienen un impacto mucho mayor en las perspectivas económicas personales que el talento y el trabajo duro.
Nada de esto es culpa de ninguna persona en particular. Muchos ciudadanos ricos han contribuido a la sociedad y seguido las reglas. El problema es que a menudo las reglas están sesgadas en su favor. En otras palabras, la desigualdad de ingresos tiene su origen en defectos sistémicos.
En nuestro mundo globalizado, y tal como sucede con la problemática del cambio climático, la solución de la desigualdad no puede dejarse en manos de los mercados ni de las comunidades locales. A medida que las consecuencias de la creciente desigualdad interna penetran la geopolítica, erosionando la estabilidad, la necesidad de diseñar nuevas reglas, sistemas de redistribución e incluso acuerdos globales ya no es cuestión de moral, sino cada vez más de supervivencia.
KAUSHIK BASU
© Project Syndicate
(*) Kaushik Basu es economista, trabajó en el Banco Mundial y es profesor en la Universidad de Cornell.
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